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Columna
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La cinta

La guerra no ha acabado. Esta guerra es infinita tanto desde el punto de vista de Bush como desde la perspectiva de los demás jefes del mal. Tras cada efecto aniquilador de la potencia norteamericana reaparece un brote vivo y sin arrasar. A cada devastación de viviendas, monumentos, centros oficiales o estatuas, sucede el eco de una voz que, entre las ruinas, vibra en una casete y consterna al público. Estados Unidos ha ensordecido a las ciudades orientales con sus bombardeos pero en el fondo del maltrecho pabellón del oído afgano o iraquí sigue el hilo de la dicción del líder que maldice los ataques y resalta la abyección. Estados Unidos se verá impotente para declarar el fin de la guerra mientras continúen escuchándose estas trémulas entonaciones de Sadam Husein. En tanto esas voces persistan, perdurará la simiente de la insurrección. Acaso ni la insurrección o el terrorismo en su integridad, pero sí su gen. El exterminio del enemigo exige agostar la raíz del mal y el mal, a lo que se oye, a lo que se ve, continúa con la suficiente salud para grabar su mensaje y propagarlo en copias piratas como una peligrosa epidemia por los miles de millones de radios y televisores de la Humanidad. La guerra no se ha decidido en un territorio acotado ni tampoco contra un ejército numerable. La guerra actual sin fin hace alusión a la dificultad para detener la difusión mediática del odio, la inseminación electrónica del instinto suicida y el delirio magnetofónico de Bin Laden o Sadam Husein. La designación de "operación limpieza" con que se conoce a la lucha policial ha pasado a configurar la acción castrense. Ahora se trata no sólo de vencer a las naciones sino de borrar la base de su pensamiento y su cultura, taponar con las formas más baratas de la democracia los agujeros negros de otra civilización, ahogar la voz para que no contagie otros cuerpos o, simplemente, para que noche y día no suene como un ruido insoportable en las pantallas de los hogares norteamericanos, taladrando los tímpanos de Bush, reabriendo la grieta del Pentágono o cortando las columnas de las Torres Gemelas. Pero ya nunca, dentro de la cultura de la reproducción, acabará la insidia grabada; la edición de otro vídeo, de otro audio, la cinta sin fin.

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