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ANTOLOGÍA DE BABEL | POESÍA

La desabrida

a veces me gustaban

pavorosamente las feas

Volviendo al barranco de la repetición que viene a rematar

en la misma calle corta [septiembre número

125, wrong number],

parco y

más parco, al mismo historial

clínico y lagartijo de la mismísima posesa, no

todo era tan depre, su ánima

era depre, la perversidad

de su pescuezo picoteado era depre, la tábula

rasa de sus pezones era depre, pero no

la armazón fragante del pelo

pintado, ni sigiloso

el pelo otro de los tactos, ni el

arponazo diamantino pese a la Arruga

y a los estragos de la Arruga, ni mucho menos la altivez

del hueso hermoso.

Marcial

el de los epigramas le hubiera corregido

la nariz pero a mí esa nariz

de romana imperial me fascinaba

¿qué quiere usted?, no

por el cartílago menesteroso de oler

Mundo, no, ella no era Mundo, ni veía

ni leía Mundo viajara lo que viajara, ni

para qué decir libro de leer, salvo

eso sí la tele de 8 a 9, la serial

después de la oficina, los pies

vulgares encaramados en la cretona

desteñida del sofá, además quién

era ese quién, el Marcial ése, clásico de qué,

¡el día que lo sepa!

¡por internet el día que lo sepa!

Sé que no debo, sé

que no debo saber nada, que ese colchón

anancástico en el que duerme no se lo compré yo ni

nada, que llegó ahí sólo, que

subió solo por la escalera crujidora, que

las joyas, los aretes, los perfumes de París y

no París, los zapatos espléndidos, esos trajes

de estación cortados a su medida

cicatera y bulímica, los

espejos irascibles, la música,

ese equipo para oír a Brahms, todo eso

llegó solo a los escondrijos

de esos clósets, los retratos,

incluyendo el de mi madre,

Dios mío, incluyendo el de mi madre

¡y ahí anda fría la culebra!

Dos figuras de mujer: la cuentamundo

y esta otra: la sacacuentas. Tiro

a encender la yegua en la última: yerro, la

sacacuentas no es buena yegua, ahí mismo

está el caso: lo camufló todo, lo

urdió todo la taimada,

inventó el suicidio, sollozó,

y ahí anda la culebra,

me consta que ahí anda la culebra.

A veces habla de amor, transa, el pacto

incluye Banco, casa, comercio

a escala de negocio

alto. No entra la imaginación, ¡fuera la

imaginación! nada, nada de libros

arcaicos, murió el libro.

Viajes y más viajes. Dijo que no

pero sí. Viajes y más viajes.

Compró cachivaches. Fotos y

más fotos. Subió a la Acrópolis, casi

subió a la Acrópolis. Pero

no vio a Píndaro.

Eso es más difícil, podrá abusiva

colgar la imagen de mi madre

en esa cueva de la parentela,

besarla, escupirla

con el asco de su flema:

tabaco y enfisema, podrá igual

disparar el cuchillo contra la mía foto grande

en ese clavo de la pared

con mar y roquerío al fondo, la ventolera

de la Eternidad, podrá, podrá

pero qué hago Teresa mía de Ávila ahí

colgando clavo ardiendo,

la pregunta misma es clavo ardiendo.

Fiera venganza la del tiempo como dice el tango: 55

no es buena edad, son meses de horror

de mujer de horror, las moscas

se han encargado de lo vivido y

lo podrido. Fiera

venganza la del tiempo.

Dos aromas de mujer: la cuentamundo

y la sacacuentas. -Nemo te condemnavit, mulier?

-Nemo, Domine.

-Ni yo tampoco te condenaré.

Percanta, mi percanta.

Hablé con Matta, anoche hablé con Matta en

etrusco, [Tarqüinia

adentro], no hay culpa me dijo, lo endógeno

y lo reactivo son lo mismo, el cuerpo

que tengo y el otro cuerpo que soy,

lo que hay más bien

insistió es una italiana triste

que iba para Beatrice y se torció

por lo que haya sido, se arrugó

por dentro, lárgala, la

torcedura es irremediable, diagnóstico:

desabrimiento intrínseco. Nerval

vio el sol de la Melancolía, esto

no es Melancolía, no corre aquí:

hiede.

Tiempo que no la veo, cómo es que se llamaba

esa loca, perdí contacto angélico y

electrónico, claro

recuerdo el número

125 de la calle corta con esa perra

que ladraba y ladraba, unos visillos, unos

autos, unos aviones a chorro en Jerusalén

allá por el 2002 y esa vez que meó en Cafarnaún

a todo sol ¡habráse visto encima

de esos peñascos sagrados!

¡La pinta! Pensar

que las santas mujeres lavaron el bellísimo

cuerpo del Ensangrentado, y ella ahí mea

que mea flaca, fea, feroz,

encima del mismo Dios.

Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1917) es autor de libros de poemas como Del ocio sagrado (Debolsillo), Materia de testamento (Hiperión) y Metamorfosis de lo mismo (Visor). En 1992 obtuvo el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

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