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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un niño explica la ciencia

Javier Sampedro

De las formas posibles de explicar la ciencia, la peor es seguramente la que utilizamos en las escuelas y las universidades, que es enumerar sus resultados, conceptos y teorías como una verdad revelada recién caída de algún árbol frutal. Muy superior es la estrategia de la mejor divulgación científica, que expone un concepto mediante el camino tortuoso por el que los científicos de carne y hueso llegaron a él, partiendo de una pregunta y tirando del hilo de un enigma. Y es muy posible que Oliver Sacks haya dado ahora con la mejor de todas: contar la ciencia tal y como la va aprendiendo un niño. No cualquier niño, desde luego, sino el niño Sacks, un par de ojos cuya inverosímil agudeza es bien conocida por sus lectores y merece serlo por quienes aún no lo son.

EL TÍO TUNGSTENO

Oliver Sacks

Traducción de Damián Alou

Anagrama. Barcelona, 2003

360 páginas. 17,50 euros

Los primeros, quienes ya conocen al autor por sus brillantes exploraciones de la consciencia humana y de sus descalabros -entre ellas El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1986) y Un antropólogo en Marte (1995)-, han de saber que El tío Tungsteno no es otro libro de Oliver Sacks, sino una novedosa incursión por el territorio de la autobiografía. Y quienes no le conocen deben reparar en que éste no es un libro de memorias convencional, sino más bien un artefacto literario en que el recuerdo de la infancia se pone al servicio de la explicación de la ciencia. Y no de la ciencia de Sacks, la neurología, sino de la química y la física de los siglos XVIII y XIX, con excursiones aún más antiguas a la teoría de los números. ¿Extravagante? Ya verán que no.

Vean, por ejemplo, cómo aprendió el niño Sacks la serie de Fibonacci: "La tía Len [...] me mostró los dibujos en espiral que había en la superficie de los girasoles de jardín, y sugirió que contara los flósculos que contenían. Al hacerlo, me señaló que se disponían según una serie -1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, etcétera- en que cada número era la suma de los dos que lo precedían. Y si se dividía cada número por el número que lo seguía (1/2, 2/3, 3/5, 5/8, etcétera), uno se acercaba al número 0,618, que se conocía como la divina proporción o la sección áurea, una proporción geométrica ideal utilizada a menudo por arquitectos y artistas".

Otro familiar del autor, el tío Dave, es el "tío Tungsteno" que da título al libro. En los años treinta y cuarenta, Dave era propietario de una empresa llamada Tungstalite, en el barrio londinense de Farringdon, dedicada a la fabricación de bombillas, y el pequeño Oliver pasaba allí largas tardes impregnándose del conocimiento, a la vez abstracto y artesanal, que su tío exhibía con generosidad mientras cacharreaba en el laboratorio de la fábrica. Al igual que el niño, el lector se perderá pronto entre los matraces y crisoles del tío Tungsteno hasta sumergirse sin dolor en la historia clásica de la química, es decir, en la peripecia intelectual que transformó la alquimia medieval en la tabla periódica de Mendeleev y allanó el camino hacia la teoría del átomo.

Pero El tío Tungsteno no es un libro de ciencia disfrazado de otra cosa. La ciencia aquí se cuela en los intersticios del recuerdo o del diálogo, del mismo modo que la gastronomía se cuela en las novelas del detective Carvalho: integrada sin facturas en la narración, destilada de la experiencia de un personaje, el pequeño Sacks, que vive, siente y sufre en el difícil Londres de los años cuarenta, castigado por las bombas alemanas, las cartillas de racionamiento y unas instituciones docentes de anacrónica crueldad dickensiana. Ésta es también, o quizá sobre todo, la historia de los años de formación de Oliver Sacks, un autor que no se queda corto como personaje: nacido en Londres en 1933, hijo de dos médicos judíos de origen ruso, neurólogo brillante y comprometido con sus pacientes, profesor en el Albert Einstein College del Bronx, su barrio de Nueva York, médico de los pobres en el hospital caritativo Beth Abraham de esa misma ciudad, figura solitaria, campeón de halterofilia en California, excelente nadador y antiguo miembro del grupo de motoristas Los Ángeles del Infierno. Si alguien se ha preguntado qué le puede pasar a un niño para convertirse en algo parecido a Oliver Sacks, encontrará la respuesta en este libro.

A Oliver Sacks le gusta decir que es su naturaleza extravagante la que le permite entender a sus pacientes neurológicos. Los lectores sospechamos que la causa tiene más que ver con su excepcional inteligencia. He aquí una prueba más de ella. No hay concepto tan abstruso que no pueda explicar este niño con 70 años recién cumplidos.

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