¿Hasta cuándo, Dios mío?
Durante muchos años, toda mi infancia y juventud, tuve que pasar Semanas Santas y demás fiestas viendo una y otra vez las películas habituales de, en aquel momento, única televisión oficial.
La aprobación en su día de la Constitución indicando la nueva situación no confesional del Estado español realmente me hizo abrigar nuevas esperanzas. El pasado 3 de mayo intenté salir de casa y me encontré con las principales calles de Madrid cortadas y llenas de consignas relativas a la visita del Papa. Al día siguiente, en un lugar tan discreto como la plaza de Colón, los miembros de una confesión religiosa, en un Estado aconfesional, subvencionados por un Estado aconfesional, pusieron en práctica sus correspondientes ritos. Los principales líderes políticos se disputaron, por supuesto, estar en primera fila e incluso se sentieron ofendidos por ser excluidos de la ceremonia. No hace mucho esos mismos políticos se escandalizaban de que se ocuparan las calles para oponerse a la guerra o a las catástrofes ecológicas.
Hasta cuándo tendremos que soportar los laicos o los creyentes de otras religiones estas provocaciones en un Estado aconfesional?
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