_
_
_
_
Reportaje:FÚTBOL | La jornada de Liga

Jefes sin látigo

Del Bosque e Irureta defienden la diplomacia frente a la mano dura para sofocar los conflictos en sus plantillas

Xosé Hermida

Los dos han tenido que soportar destempladas quejas y ostentosos gestos de desaire de jugadores. Uno de ellos, Javier Irureta, hasta estuvo a punto de ser agredido en público por un futbolista. El otro, Vicente del Bosque, maneja la más grande concentración de egos futbolísticos del planeta. Pero ambos se han separado del modelo marcial que suele exigirse a los entrenadores. Donde muchos sacan el látigo y fustigan al rebelde con castigos ejemplares, los técnicos de Madrid y Depor prefieren zanjar los conflictos por vía diplomática. Los resultados avalan su método.

Hasta un chico como Portillo, con 20 años y nula trayectoria en el fútbol de élite, se atreve a reclamarse titular en el Madrid. Antes fueron Guti o Ronaldo, molesto por sus sustituciones, o Morientes, que se negó a saltar a jugar un partido porque ya sólo quedaban tres minutos. Una experiencia así también le ha tocado vivir a Irureta estos días con Donato, que se negó a acudir a un viaje. Pero ninguna maniobra sediciosa ha derribado hasta ahora la flema del técnico madridista. Como Irureta, Del Bosque ha reaccionado a cada desafío de la misma forma: con mucha mano izquierda y ninguna estridencia.

Más información
La sociedad de seda

"Los que piden castigos para los jugadores me recuerdan a cuando se ponía a los niños en el colegio de rodillas contra la pared con las manos en cruz", dice el técnico madridista. "Esa época, gracias a Dios, ya ha pasado". Del Bosque es de los que cree que la autoridad no se impone a golpe de fusta. El entrenador, en su opinión, se gana el respeto o bien por su inteligencia y sus conocimientos o bien por su carácter recto y por la justicia de sus decisiones. "Cuando hay un acto de indisciplina, el que se retrata es el jugador", subraya. "Lo único importante es que no se cuestione quién toma las decisiones. Todo depende del carácter de cada entrenador. Y a mí no me sale de otra manera".

En eso coincide Irureta. "Son formas de ser", conviene el técnico del Deportivo. "Yo, por ejemplo, nunca fui expulsado como jugador". La lista de futbolistas que le han lanzado desafíos públicos o con los que ha mantenido fuertes discusiones es casi interminable: Djalminha -que le propinó un leve cabezazo en un entrenamiento-, Víctor, Tristán, Makaay, Donato, Héctor, Luque, Duscher... Y a pesar de todo, insiste: "Éste no es el peor vestuario que he tenido. Aquí también hay calidad humana".

De todos los conflictos que ha sufrido Irureta, sólo uno, el reciente plante de Donato, parece que va a acabar con una sanción económica. Ni siquiera Djalminha fue castigado, aunque acabase abandonando el equipo para ir cedido al Austria de Viena. "Cuando ocurrió aquello, faltaban dos partidos para acabar la Liga y nos jugábamos mucho", recuerda el técnico. "Yo me podía haber puesto duro, pero sólo hubiese logrado más titulares de prensa y seguramente hubiese enrarecido el ambiente de la plantilla". Según Irureta, como en todos los grupos hay afinidades personales, el castigo a uno de sus componentes acarrea cierto malestar colectivo. Y el técnico echa mano de un viejo principio: "Lo fundamental, es resolver las cosas dentro del vestuario, con diálogo y comprensión. A veces hay que entender las reacciones espontáneas de los jugadores. Yo he actuado así, con el apoyo del presidente Lendoiro, y creo que los resultados no son malos. El látigo, a la larga, sólo conduce a la incomunicación. Y lo sé por mi experiencia de jugador". Otra cosa son las indisciplinas pertinaces. En esos casos, apunta, "lo mejor es tomar decisiones al final de la temporada".

Cuando habla de diálogo, Irureta establece sus límites y admite que sus ideas al respecto han cambiado con los años. "Al principio, trataba de explicar todas mis decisiones", confiesa. Pero ya durante sus inicios en el banquillo del Logroñés empezó a comprobar que se estaba metiendo en un charco. En un partido contra el Madrid, se sintió obligado a justificar la suplencia de un jugador comentándole que quería establecer una vigilancia especial sobre Schuster. La respuesta del futbolista fue increparle delante de toda la plantilla. Al primer entrenamiento tras el partido, Irureta lo llamó aparte y le pidió explicaciones sobre su actitud. "Me quedé perplejo", relata. "Me respondió que era la primera vez que televisaban un partido del Logroñés y que todo su pueblo estaba pendiente de verlo". Poco después, un buen amigo, el actual seleccionador, Iñaki Sáez, acabó de convencerlo: "Jabo, no todos los jugadores están preparados para que les des explicaciones".

Actitudes como las de Irureta y Del Bosque tienen un coste personal: las salidas de tono de los jugadores dan munición a los titulares de prensa y retratan a ojos del público la figura de un jefe cuestionado. Pero a ellos no les interesa esa clase de duelos mediáticos. "Muchas veces", precisa Del Bosque, "los castigos son sólo una forma valdía de demostrar aquí quien manda soy yo cuando uno se siente desairado".

Javier Irureta, a la izquierda. Vicente del Bosque.
Javier Irureta, a la izquierda. Vicente del Bosque.VICENS GIMÉNEZ / ULY MARTÍN

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_