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Columna
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Educación

Qué tiempos corren: antes era requisito imprescindible de la buena educación saludar a la concurrencia cuando uno entraba o salía de la cafetería, dar las gracias al recibir la ayuda de la mano más próxima, desear los buenos días a los desconocidos con los que nos cruzábamos después de detenernos junto a un escaparate. Hoy se reservan esos detalles ociosos a las máquinas. Los camareros espetan al cliente la cerveza y la tapa de ensaladilla como si quisieran desprenderse de un peso molesto que les impide dedicarse a lo verdaderamente importante, fregar los vasos o atender al teléfono, y el funcionario de la ventanilla despacha al hombre al que ha sellado los papeles con un gesto de indiferencia que vale lo mismo que la sacudida a la cisterna del inodoro. Las máquinas resultan mucho más civilizadas. Siempre que compro un paquete de tabaco, una voz de mujer sintética me lo agradece muy amablemente; en las gasolineras, otro ser cibernético que anida en el interior del surtidor me avisa de qué manguera he tomado, se despide de mí y hasta me desea buen viaje. Pronto las máquinas serán mejores yernos y nueras que los hombres, esos engendros antipáticos de carne y sebo.

En este capítulo de la evolución de las especies, resulta curiosa la aportación del Ayuntamiento de Córdoba, que ha llevado la cortesía a la basura. Gracias a un moderno dispositivo instalado en los contenedores de cada calle, el usuario recibirá la gratificación de un saludo cada vez que suelte sus desperdicios en el interior del bidón, y se llevará un rapapolvo si lo hace a la hora inadecuada. Parece que los ediles de este ayuntamiento quieren hacer reflexionar al público con una serie de ironías encadenadas: qué mundo es éste en que hasta los cubos de basura resultan más obsequiosos con el vecino de enfrente y están mejor educados que esos niños repelentes que engordamos en casa; cómo pueden morir ancianos solitarios y arrinconados en el interior de sus casas, en medio de un museo de despojos, cuando les bastaría con darse un paseo hasta el contenedor más cercano para hallar una voz amiga con la que intercambiar los buenos días.

Toda iniciativa que obtenga como resultado mejorar la calidad de vida del ciudadano resultará siempre positiva, porque saldremos ganando todos. Aun así, somos conscientes de que existen ciertas iniciativas y reformas más oportunas que otras y que reclaman una mayor prioridad en los listados de los gobiernos. Ignoro cuánto invertirá el Ayuntamiento cordobés en dotar de habla a sus depósitos de desechos, pero sí creo saber que ese capital estaría mejor empleado en abastecer a la población de más contenedores especializados en vidrios, plásticos o sobras orgánicas, o en informar seriamente de cuál debe ser el comportamiento del ciudadano con respecto a la porquería que genera. De qué sirve que el cubo de basura muestre la educación exquisita de que carece quien hace uso de él: valdría más inculcar un poco de respeto por el medio ambiente en esa mano que sigue arrojando las botellas a las cunetas de las carreteras, que deja el bosque perdido de escorias después de las barbacoas y que dedica un olímpico corte de manga a todos los buenos días del mundo.

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