Que pase el doctor Pruna
Acostumbrado a guarecerse de la derrota con el abrigo del equipo, utilizando si es menester a Kluivert como taza con tal de poder tomar el chocolate con el presidente Pujol, Reyna sale a la calle en cuanto escampa la tormenta, y empieza a cantar misa en compañía del director general, que igual ejerce de sacristán que de monaguillo. Abatida la Real, el presidente del Barça anunció la renovación condicionada del entrenador, decisión que no viene a cuento, a no ser que responda a una de las pirulas que se lleva entre manos la directiva, cuyo protagonismo resulta sospechoso.
Burlado el control social y desvirtuados los cargos, Reyna está empeñado en dar fe de su mandato con una serie de actos que le permitan distanciarse de la figura del presidente circunstancial por el que le toma la gente. Tenga o no sentido, Antic está renovado por la máxima autoridad de la institución, convencido de que cuantas más cosas haga y en más sitios esté, más difícil será olvidarse de su mandato como le exigen quienes entienden que su función debería ser silenciosa y solidaria con las necesidades de la entidad, que pide la convocatoria de elecciones.
Pese a no saber explicarse, Reyna da la sensación de que si por él fuera, seguiría encantado toda la vida, sin reparar en que está creando nuevos problemas en lugar de disimular los viejos. Más allá de la dificultad para adivinar las ventajas que ha obtenido el Barça, la renovación del entrenador supone un inconveniente para el futuro presidente, cuya primera decisión deberá ser ratificar a Antic o destituirlo.
Puestos a ser indulgentes, por no decir comprensivos, y aceptando que la directiva procura si no garantizar el puesto de trabajo a quien se lo merece sí al menos ayudarle a conservarlo en la medida de lo posible, estaría bien empezar por solucionar la situación de los empleados cualificados. Tiene el Barça a gente que vale mucho la pena, como Toni Ruiz, por poner uno de los que más trato tiene con la prensa, a la que Ricard Maxechs siempre procuró que nada le faltara. Hay profesionales, sin embargo, que merecen estar a salvo de apreciaciones corporativistas, y entre ellos, Ricard Pruna.
Pruna viene ejerciendo de médico de cabecera, capaz igualmente de atender a un periodista que a un peñista amigo de un directivo o a la cuñada de un futbolista sin dejar de ser el doctor del equipo, cosa que demanda no traicionar la confianza de unos jugadores que a veces confían en otro médico. No es un cargo fácil, y menos en el Barça, donde las batas blancas se repelen en los quirófanos y en las consultas por no hablar de las mutuas. Para ser el doctor del equipo hay que atender al jefe de los servicios médicos, que entiende más que nadie; llevarse, mejor o peor, con la administración, que siempre quiere saber más de lo que el vestuario quiere que se sepa; estar a buenas con el entrenador; cuidar de los futbolistas que, con tal de curarse, no reparan en cambiar de médico ni de clínica; y, además, emitir un primer diagnóstico infalible para saciar la curiosidad de la prensa.
Pruna lleva casi ocho años cumpliendo y, sin embargo, le obligan a pasar cada temporada por el despacho para negociar su renovación. De la próxima no hay noticias, porque a Reyna le ha dado por remodelar también el servicio médico. Llegados a tal punto, si se acepta el intervencionismo del presidente, convendría que para empezar avalara el trabajo de los profesionales que cumplen con su deber sin atender al marcador, y entre los tipos más legales y acreditados está Pruna.
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