_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sevilla, fulgor y temblor

Ser sevillano corriente es una de las empresas más difíciles de este mundo. Pues no habrá condición más escurridiza, más peligrosa, para quien no comulga con los sagrados misterios de esta ciudad. Cuando ya crees que la conoces, se te niega de pronto. Cuando consideras que, por fin, la tienes al alcance de tu mano, se diluye en sombras imprevistas o en destellos que ciegan, se escamotea entre los brazos de una muchacha que baila, su sonrisa como un pájaro fugaz, o en la media verónica de un torero inolvidable. Hasta en los rezos oscuros de una santa de los pobres hay algo que enerva, que lo hace todo un poco más incomprensible. Y tú te quedas como un bobo, admirado de esa "gracia" que dicen y que nunca será tuya. Pero te roza, te sacude y te exalta, te divierte o te indigna. Sevilla, fulgor de fiesta y temblor de ritos.

El catálogo de las señas de identidad del sevillano "auténtico" es, sin embargo, concreto, por más que inabarcable para la mayoría. Tendrá aquél un palco en la Semana Santa, una caseta en la Feria, un carné en el estadio, verde o colorado, una medalla en las marismas del pecho, o en el salpicadero del coche, una túnica de nazareno -mejor dos-, y un sitio de rumbo en la Maestranza. La sublimación del sevillano auténtico ha de añadir: un buen puesto en la cofradía, la insignia de alguna rancia Academia, un tronco de caballos para tamborilear en los adoquines del ferial, la condición de pregonero florido de Semana Santa -o candidato a serlo en los próximos diez años-, rey mago del Ateneo (o candidato en periodo similar)... Se estima hacen falta un mínimo de tres de aquellas posesiones para la verdadera condición de sevillano. Y que con más de media docena, deberían hacerte hijo predilecto, salvo que te afecte la común injusticia de los hombres. También a cálculo, el conjunto de esos gozosos ciudadanos pueden ser los 50.000 nazarenos, más otros tantos poseedores de la alegría balompédica, más por el estilo de los que "casetean" en abril. Total, 150.000. ¿Pero y los otros? ¿Qué pasa con el medio millón largo que falta en esa cuenta, los que van a la feria a divertir las calles, y en Semana Santa a darle consistencia al gentío? Una perversa leyenda asegura que esos sevillanos "están", pero no "son". Tal vez deberían darse de baja.

A veces hay que preguntarse: ¿pero es ésta la misma ciudad que figura en la historia como puerto de Indias, capital del mundo y cobijo de dos grandes Exposiciones en el siglo XX? No puede ser. Ésa tiene que ser otra. La "auténtica" Sevilla, no nos engañemos, es la del ombligo barroco, relumbrón de oro y plata de América en los pasos del Cristo y de la Virgen, martillo de herejes, cárcel de Cervantes y de Olavide, patria chica de Machado, de Velázquez, de Bécquer, de Turina, expulsora de Blanco White, de Cernuda, campo de experimentación y de sangre para los sublevados de Franco. La otra es como un espejismo que de vez en cuando relampaguea en la memoria. Pero que esconde la realidad de un pueblo, el buen pueblo de Sevilla, que, a pesar de todo, se divierte y se ríe de los sevillanos "auténticos".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_