El capital
Fernando Trueba, uno de los 200 propietarios del nuevo restaurante Calle 54, dice que si hubiera sabido el éxito que iba a tener, le hubiera puesto 'Hable con ella'
A MÍ ESTOS ARTÍCULOS me están suponiendo un coste muy alto. No un coste intelectual, como pueden comprobar. Yo los escribo en una volá, en lo que tarda uno en rezar el Ave María para hacer un huevo pasado por agua. Tampoco me refiero a un coste económico, porque para nada. Aquí los que estamos en el rollito cultural podemos cruzar España de lado a lado sin pagar un duro. Como aquello que nos enseñaban en la escuela de que en la Edad Media una ardilla podía ir de Cádiz a los Pirineos de árbol en árbol sin tocar el suelo. No sé si le pasará a todo el mundo, pero a mí de la escuela sólo se me han quedado dos o tres tonterías sin fuste y una de ellas es lo de la ardilla. Ese es mi bagaje. Pero a lo que iba, que los culturetas vamos por la cara a todas partes. Aquí sólo pagan ustedes. Hay casos extremos ya como el de Luis Tosar que dice que engancha la guitarra eléctrica ilegalmente al cuadro de la luz para no pagar y hacerle daño al Capital. Pero ese no es mi caso porque a mí me da mucho miedo hacerle daño al Capital de esa manera: con lo manazas que soy, seguro que toco algún cable y me quedó pegada al cuadro. Y no es final para una escritora de culto. Y no digamos mi santo. Miedo me da. Un día, sin venir a qué, dijo que quería colgar un calendario en la cocina y se puso con el taladro pimpam, y el tío hizo un cacho agujero que luego nos vino bien, fíjate, porque por el agujero pasamos los platos de la cocina al comedor. Yo le hacía daño al Capital cuando tenía dieciséis años. Me iba con mis colegas de las Juventudes Comunistas al Simago (hoy Champion) y para hacerle daño al Capital me metía debajo del sujetador lo menos cinco biquinis. Nunca me dio por robar libros, fíjate. Luego me hice mayor y empecé a ganar un dinero como artista y ya como que lo de hacerle daño al Capital no colaba porque el Capital eras tú. Aparte de todo: para qué voy a robar si, ya digo, los famosetes vamos de gratis, sin pisar el suelo, como las ardillas. Eso sí, siempre tienes un cuñado que te dice: "¿Pero tú pagas el Canal Digital?, ¿pero tú eres tonto? Hazte un empalme como me hago yo", y tienes un primo que falsea las tarjetas del aparcamiento y unos hijos que compran en el Top-Manta. Y siempre quedas como el tonto, el paganini, y, para más inri, le haces el juego al Capital. Malditas sea.
A lo que iba, que estos artículos me conllevan un coste a nivel físico. Vamos, que todas las mañanas me desayuno un Alkaselser. Ya sé que un escritor verdadero, tipo Flaubert, se aísla del mundo para encontrar la frase perfecta, pero, como comprenderás, encima de que no soy Flaubert no me voy a quedar encerrada en casa. Ni hablar del peluquín. Hay veces que lo arrastro a mi santo en mi frenesí. El Día del Libro no me lo llevé a una librería, me lo llevé a inaugurar Calle 54, el novísimo restaurante de jazz latino, porque lo que yo digo: la cultura empieza por el estómago. Íbamos invitadillos (de ardillas) y fue entrar y encontrarnos a Fernando Trueba. Voy y le digo: "Hombre, el propietario", y dijo Fernando que, por favor, que quería dejar claro que él sólo era uno de los doscientos socios porque al ponerle al local Calle 54 le llama todo el mundo a su casa para decirle: invítame, anda, invítame. Y dice que si llega a saber este clamor, le pone al local Hable con ella. El clamor viene de que el sitio es que te mueres de lo precioso que es, decorado por Mariscal, que, por cierto, allí estaba y allí lo conocí, y nos abrazamos como si fuéramos hermanos de leche. Fue como si me abrazara un Cobi. Le tomé de repente más cariño que a muchos amigos míos de toda la vida. Comimos como ardillas la cena que nos hizo Xabier Gutiérrez mientras esperábamos la actuación musical. Estaba, por cierto (también como ardilla), la pianista Rosa Torres-Pardo, a la que venero después de escuchar esa extraña joya que es el disco que ha sacado con Marina Pardo de canciones de Albéniz. La Torres-Pardo también canta, y lo hace, oyes, pero que con mucho swing. El swing de la noche de Calle 54 lo pusieron el pianista cubano Bebo Valdés y nuestro Diego El Cigala, que nos dieron una muestra del disco de boleros y coplas que han grabado. Qué maravilla escuchar el piano de jazz latino y encima esa pedazo de voz gitana con aquello de: "La verdad, no sé por qué, se me olvidó que te olvidé. A mí que nada se me olvida". Yo me siento socia-fundadora de Calle 54 y pienso volver una vez y otra, y no sólo como ardilla invitada, sino pagando con mi propio parné. A Madrid le hacía mucha falta un sitio así. Pero no hablo más de Madrid que luego dicen que me pongo nacionalista. Y no es plan ponerse nacionalista de este pueblucho sin raíces donde nos apareamos unos con otros como perros callejeros.
Dijo el PNV en el Aberri Eguna que el pueblo vasco era una joya del Neolítico. Lo encuentro megamodesto. Puestos a retrotraernos tenían que haber dicho Joya del Paleolítico porque, incluso en Moratalaz, quien más quien menos, proviene del Neolítico. Mi padre, no. A mi padre lo dejó un platillo volante un día en Albacete. ¿Pues no te digo que me ha dicho que para el servicio que le hacemos sus hijos prefiere contratar una familia de alquiler? No me lo invento. Que me lo ha dicho, el tío.
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