"Yo no juego para que me aplaudan"
Tras su hazaña en Old Trafford, Ronaldo dice que juega para marcar, no para callar los pitos del Bernabéu

Hoyo catorce del campo de golf de La Moraleja, en el norte de Madrid. El último drive de Ronaldo ha mandado la bola a cualquier parte. Al medio del rough. "Ha salido fatal", dice su amigo y compañero de partida, el presidente del Salamanca, Juan José Hidalgo; "pero como si hubiera salido bien. Él siempre responde con la misma naturalidad y la misma tranquilidad, cuando juega al golf y cuando juega al fútbol".
Ronaldo aprovecha su jornada de descanso para tomar un poco de aire. Son las cinco de la tarde del día siguiente de una noche que los hinchas del Manchester United nunca olvidarán. La noche en que vieron al gran Ronaldo Nazario efectuar tres disparos contra la portería de su equipo, defendida por Barthez como por el aire. La noche en que vieron a Ronaldo marcar tres goles de antología. A un toque, al contragolpe, desmarcándose en profundidad, y desde media distancia. De tiro raso, a media altura y de un empujón, con el interior y sin más preámbulos. Tres goles que llevaron al Madrid a las semifinales de la Liga de Campeones.
Old Trafford despidió de pie a Ronaldo en un gesto de agradecimiento masivo. Las 65.000 personas le debían desde entonces un recuerdo mágico. El momento fue tan emocionante que hasta el árbitro, Pierluigi Collina, rompió el protocolo de la UEFA y le regaló la pelota. "Lo he visto jugar con tanta alegría que he decidido darle el balón", dijo ayer el colegiado, que arbitró la final del Mundial de Corea y Japón, en Yokohama, y que vio a Ronaldo marcar los goles del triunfo de Brasil.
Ronaldo juega al golf como vive, con la sonriente serenidad de un buda. Lo mismo da que le salgan bien las cosas o que no. Si hace un birdie, sonríe. Si la manda al bosque, también. Igual que juega al fútbol: relajado, si exceptuamos los cinco segundos del srpint y el remate. Tranquilo, dicen sus allegados, porque sabe lo que vale y no necesita referencias externas ni reflejos de ningún tipo. Es su naturaleza, refractaria a la demagogia. Por eso ha soportado los pitos del Bernabéu con aparente suficiencia. Pero, ¿no es acaso esta actitud agua tranquila sobre la turbulencia interna? ¿Por qué el Bernabéu no le ha dado hasta ahora ni la mitad del cariño que le dio la afición rival en Old Trafford? ¿Cree que después de lo que hizo el miércoles le comenzarán a querer de verdad?
"Me da igual", responde Ronaldo, sin dudarlo, mientras guarda sus palos de golf. "Yo no pienso en los aplausos cuando juego al fútbol. No juego para que me aplaudan o para que me piten. Yo juego para marcar goles y para que mi equipo gane partidos y gane títulos y ese es mi trabajo. Si por hacer mi trabajo el Bernabéu me quiere aplaudir, me parece muy bien; pero si no, no pasa nada. No es algo que me preocupe".
Después del partido del miércoles salió del campo sin estridencias. Dicen sus compañeros que no lo celebró de manera especial, que se vistió y que se fue al autobús como en los días ordinarios. Que no se le vio particularmente feliz, ni melancólico. Es decir, normal. Llegó al avión y se sentó, como siempre, junto a su amigo Flavio a charlar. Nada más lejano a su idiosincrasia que el supuesto ardor guerrero que algunos suponen en el madrdidista ideal.
"Ronaldo ha hecho lo que hizo en Old Trafford porque lo tiene que hacer, porque es su obligación", explica Hidalgo; "y se lo ha tomado con bastante naturalidad. La gente tiene que confiar en él. Tiene que ser paciente. Es joven. Y aunque cuando llegó hubo un poco de incertidumbre, ahora ha demostrado que es el número uno".
Ante un adversario evidentemente entregado a su "bondad", Ronaldo vuelve a la calle, recupera con el putt y gana la partida.

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