_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Irak: una causa peculiar

Cuando alguien tiene razón, la tiene, y es preciso reconocérsela sin regateos, así nos duelan prendas o nos escueza la envidia. Y don Carlos Varea ha dado en el clavo. El señor Varea, profesor de antropología en la Universidad Autónoma de Madrid, es también coordinador de la Plataforma por el Levantamiento de las Sanciones contra Irak (según EL PAÍS del pasado día 12) y presidente del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (según El Mundo del pasado día 17), y ha permanecido las semanas de la preguerra y la guerra en Bagdad como "brigadista" solidario, y en calidad de todo ello ha hecho, tras la caída de Sadam Husein, pródigas declaraciones a distintos medios de comunicación españoles. Y es ahí donde la finura de sus análisis ha alcanzado tan gran altura que no puedo evitar dedicarles esta modesta glosa.

El profesor Varea -leo en la edición de EL PAÍS antes citada- señalaba hace hoy dos semanas que "la causa iraquí tal vez es menos asequible desde el punto de vista sentimental que la sahariana o la zapatista". Si por "causa iraquí" entendemos, como hace él, la autocracia baazista, y la comparamos con la lucha del pueblo saharaui contra el expolio territorial y el destierro colectivo ejecutados por el fraternal vecino marroquí hace ya 27 años, o con la patética insurrección indígena mexicana de 1994, entonces sí, habrá que admitir con Varea que tal vez -sólo tal vez, guárdenos Dios de un juicio temerario- lo de polisarios y zapatistas sea más fácil de asumir que lo de Sadam Husein y sus secuaces. Desde el punto de vista sentimental, claro, y quizá, quién sabe, incluso desde otros puntos de vista.

Pero no crean que esa cualidad de "menos asequible" admitida a regañadientes por el profesor brigadista para el hasta ahora Gobierno de Irak obedezca a razones de fondo, de sustancia, no; ha sido más que nada un problema de formas, de presentación. Hombre, preciso será reconocer que entre las jaimas saharauis plantadas en el infernal desierto argelino de Tinduf, o entre las chozas de los neozapatistas en la selva Lacandona, y los palacios del rais iraquí existen ciertas diferencias: los mármoles de Carrara, los alabastros, las maderas nobles, los lagos artificiales, las griferías chapadas en oro -¿o eran de oro macizo?-, las alcobas versallescas, los tronos seudoimperiales, las arañas de cristal, los zoológicos privados... Algunas gentes malévolas -no, desde luego, el señor Varea- llegarán a decir que tales muestras de chirriante opulencia eran propias de una satrapía medieval, en ningún caso de un sistema popular y progresista merecedor de solidaridad alguna.

Peor aún: individuos sectarios y sin conciencia -entre los que no se cuenta, claro está, don Carlos Varea- pueden incluso pensar que los desaforados lujos del clan gobernante ahora descubiertos -ese modesto yate Al Mansur de unos pocos miles de toneladas de desplazamiento, los más de 1.000 coches de altísima gama propiedad de Uday Husein, los magníficos caballos de la cuadra familiar, los 650 millones de dólares hallados en las madrigueras de la élite bagdadí el pasado fin de semana, los ahorrillos que sin duda aparecerán en Suiza o en el Caribe...-, que esas riquezas hubiesen permitido paliar los perjuicios para el pueblo iraquí de las sanciones decretadas por la ONU en 1992. Sí, ya sé que cuesta admitirlo, pero quizá pellizco a pellizco -un pura sangre por aquí, dos Ferraris y tres Rolls Royce por allá, un puñado de millones en efectivo por el otro lado, algunos palacios menos...- hubiera sido posible adquirir esos medicamentos y ese utillaje hospitalario cuya carencia provocó al parecer la muerte de medio millón de niños iraquíes en una década.

El profesor Varea, en todo caso, no se amilana ante tales objeciones. Para él, todo el problema radica en que el de Sadam "era un régimen muy peculiar, con un personaje muy peculiar", a pesar de lo cual "Irak era un Estado emergente económica, social y militarmente". Peculiar sin duda que lo ha sido: los 300.000 desaparecidos de los que hoy apenas comenzamos a tener noticia, las víctimas de sus guerras exteriores, las atrocidades de sus esbirros, el asfixiante control social durante más de tres décadas traducen un grado de peculiaridad muy estimable, inferior todavía al de un Hitler o un Stalin, pero bien por encima de los niveles de un Pinochet o un Videla. En cuanto a lo de emergente, sobre todo en el plano militar, no hay más que ver el desarrollo de esta campaña bélica, el bizarro papel de la Guardia Republicana, el fervor combativo de las milicias baazistas, la épica lucha casa por casa..., incluso la heroica actitud final del rais, para calibrar hasta qué punto la emergencia diagnosticada por el señor Varea era cierta.

Sí, no por haberlo repetido tanto es menos verdad que, a lo largo del último cuarto de siglo, el mundo ha conocido muchos tiranos de catadura parecida a la de Sadam Husein: Mobutu, Pol Pot, Ceaucescu, Tachito Somoza, el joven Duvalier, los milicos argentinos... Y a cada uno le llegó su San Martín, a menudo precipitado por una intervención militar extranjera (la ruandesa en el Zaire de Mobutu, la vietnamita en Camboya, la británica en Malvinas contra la junta de Galtieri, el apoyo cubano a la guerrilla sandinista contra la dictadura de Somoza...). Sin embargo, no consta que, ante lo inminente de su violenta caída, ninguno de esos regímenes infames -ninguno más que el iraquí- lograse movilizar en su defensa ni escudos humanos, ni brigadas de solidaridad, ni la simpatía de conspicuos articulistas. ¿Por qué habrá sido?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Joan B. Culla i Clarà es historiador

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_