Tradición y nuevos valores

Lo más interesante de este trabajo novel es el interés de sus creadores por acercarse al flamenco de tradición, a los bailes de siempre, en un formato de cámara que no pretende mostrarse como renovador. De cualquier forma, ya hoy día el flamenco no es lo que era, y es eso lo que provoca el lamento de los puristas, algunos más retrógrados que otros, que no aceptan una lógica propia de la danza escénica en todas sus formas, una evolución galopante y compleja que también comprende al baile español.

El flamenco se ha ido desprendiendo de unos tópicos para caer en otros. A la danza contemporánea le sucede exactamente lo mismo. En el caso del flamenco, y esto se puede verificar en el trabajo de Porcel, se han perdido matices entre los bailes, diferencias estilísticas de intensidades. Aunque los bailarines se muestran voluntariosos, la preponderancia de fuerza en los zapateados y su repetición obsesiva hacen un falso rasero en el conjunto de los bailes, cuando en realidad el abanico expresivo va más lejos. Esto se hace muy evidente en las guajiras y en los tangos, modos que eluden las aristas y cuya brillantez está en las líneas, los enlaces suaves y un gusto por la cadencia. Ese rasero igualitarista llega a la música acompañante y no ayuda a la diversidad (lo que haría más ameno el espectáculo). La presencia uniforme y machacona de la caja acústica y un uso sobredimensionado de la flauta, que a veces como toque moderno puede estar bien, van formando en el espectador una masa sonora demasiado uniforme y plana.

Acento dramático

José Porcel posee una estampa que le aleja del bailaor-bailarín típico, con su envergadura y perfil espigado, su fuerte acento dramático que le ayuda a imponerse sobre el escenario. En realidad, no es un novato y éste es su segundo espectáculo personal. Sus años en el Ballet Nacional de España le han templado convenientemente, y de ahí que esta suite de bailes flamencos esté bien presentada, sin pretensiones excesivas y con la clara intención de recrear lo aprendido. Hubo aplausos calurosos y poco público.

La programación de Madrid en Danza se ha resentido de las vacaciones de Semana Santa y los teatros no superan, con mucho, la mitad de sus aforos. Eso es lamentable y tristísimo; da la sensación de que se ara en el mar, de que se tira el esfuerzo de mucha gente y los fondos públicos se dispersan o que, sencillamente, la danza no le interesa a nadie o a muy poca gente.

No es así. Probablemente, el error está por partida doble en las técnicas promocionales y en las fechas seleccionadas para programar esta única ocasión anual en Madrid para ver algunas cosas de interés en un sector que, en otras plazas europeas, goza de atención más especializada y, en consecuencia, de mejores y logrados éxitos.