_
_
_
_
Reportaje:

Malaui, todo por hacer

El horizonte educativo es tan precario que los chicos sueñan, todo lo más, con ser chóferes

MIGUEL BAYÓN, Madrid

Malaui, con 11 millones de habitantes, no tiene un censo fiable: de ahí que no hay datos claros sobre escolarización, y ni siquiera sobre sida (opinión unánime entre los cooperantes sanitarios es que afecta a más del 10% de la población). Economía casi totalmente agrícola (170 euros de renta per cápita), desconoce el arado y, en años como éste y el pasado, con la sequía, no basta la única cosecha -básicamente maíz- y aparece el hambre.

En tales circunstancias, la educación sería cuestión fundamental. Sin embargo, el déficit es incalculable. Aunque la enseñanza es gratuita, las escuelas del Gobierno están infradotadas. Las misiones palían en lo posible las carencias, pero con enormes dificultades.

Más información
El sida vacía las aulas

Un reflejo de la precariedad educativa es que -al contrario de otros países africanos, donde los niños o los jóvenes urbanos dicen soñar con ser médicos, abogados o informáticos-, en Malaui una respuesta frecuente es: "Chófer".

"La falta de escuelas es tal", dice la extremeña Victoria Cobos, misionera de María Mediadora en Chezi, un orfanato-dispensario-escuela modélico que recibe ayuda de Manos Unidas, "que el Gobierno ha establecido tres turnos para los chicos, con lo que un alumno apenas da tres horas diarias. Y las clases suelen ser de 125 alumnos. Además, está el abandono a partir de los 15 años de gran parte de las chicas". Los frutos, por tanto, son raquíticos. "Chófer les parece un horizonte", confirma su compañera Ángela Flórez, colombiana. "Pero es que ni existe la formación profesional, con lo que no hay salida. Los poquitos que pueden cursar estudios universitarios lo hacen fuera del país y, por supuesto, no regresan".

La Iglesia juega fuerte. Un ejemplo es la escuela Saint Mathias, en Chezi, financiada con 156.000 euros por Manos Unidas. El Gobierno paga a los profesores, y la diócesis, el mantenimiento. En sus siete hectáreas y ocho aulas, alberga a 626 chicos y chicas de entre 6 y 14 años, y está en proceso de ampliación. Cuenta además con dos casas para los profesores. Los pupitres proceden de Canadá. "Los niños han pasado de dar clase bajo un árbol a tener toda una escuela", resume la misionera Mercedes Arbisu, asturiana. "Kusukulu" ("A la escuela"), dice a los chavales. "Welocom fa yu" ("Well-come for you"), saluda el coro de críos a los visitantes, y montan una danza de honor con escudos y palos.

La pujanza de los barracones en la ladera de Chezi es todo un faro de esperanza en la región de Dowa, de las más pobres de este país pobrísimo. Como un símbolo, para llegar a la escuela hay que atravesar la explanada del mercado, junto a la carretera: los días de feria se venden cuatro productos y, al final de la jornada, las borracheras suelen desembocar en altercados sangrientos.

"La educación cambiará todo esto", suspira el director de la escuela, Timothy Balaza. "Tras mucho deliberar, los nfumos (jefes locales) se pusieron de acuerdo para construir la escuela y solicitamos ayuda. Manos Unidas la dio. La comunidad produjo y produce ladrillos para las obras. Tenemos un comité para estudiar los problemas que puedan surgir".

En otras zonas el combate será más largo. En Nambuma, región central, las familias tienen una media de siete hijos, pero sólo está escolarizado el 57%. Sólo van a clase a partir de los nueve años, porque antes tienen que trabajar el campo o cuidar de los hermanitos. Hay un 61% de analfabetos. Del altísimo porcentaje de malaria y de sida, por supuesto, no hay datos claros. La malnutrición infantil abarca el 45% de los menores de cinco años.

El hospital rural, que hace un mes no tenía luz, regentado por las misioneras teresianas, está siendo rehabilitado por vez primera desde 1950. "Queremos que se convierta en un proyecto de la propia gente de la zona", dice el madrileño Alejandro Buitrago, que coordina los trabajos. "Con la hambruna del año pasado tuvimos que interrumpir todo para atender a la población, pero ya estamos en marcha". De momento, las clases en Nambula se dan en aulas sin techo. Pero las brigadas trabajan ya en la restauración.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_