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Reportaje:

Cristo salió del bar Kiki

Las procesiones más numerosas que se celebran en Cataluña nacieron en 1977 en un local de L'Hospitalet

Durante la Semana Santa de 1977 un grupo de hombres veía la televisión en el bar Kiki, en la avenida de Severo Ochoa de L'Hospitalet. La televisión daba las procesiones de Sevilla. Entre los hombres, que no eran más de cinco, estaban Antonio Arenas y el dueño del bar, Rodrigo Luque. Alguno de ellos, muerto de nostalgia, dijo que por qué coño no podían tener procesiones. Entonces la armaron. Cogieron una silla y la imagen de una virgen que tenía Luque en el bar. Pusieron la imagen sobre la silla. Nadie había bebido demasiado. Así que andando. Salieron del bar los cinco hombres, costaleros de su leve sueño, y empezaron a dar unas vueltas por el barrio. Nadie se reía. A medida que caminaban hubo muchos vecinos que se pusieron detrás de ellos, en silencio, y los acompañaron de vuelta al bar.

"Buñuel habría sido el mejor para filmarlo. Otros olvidados. Otros nazarines"

Este fue uno de los grandes momentos de la microhistoria de la inmigración en Cataluña. Podria haberlo escrito Carlo Ginzburg, pero Luis Buñuel habría sido el mejor para filmarlo. Otros olvidados. Otros nazarines. Una tarde vacía de la Semana Santa en la periferia metropolitana y cinco hombres arrastrando las cadenas de la memoria. Refundando: es cierto que cualquier bebedor sabe que los bares son iglesias, pero no lo es menos que faltaba la prueba empírica. Los costaleros dejaron el trono y la virgen en su lugar y se pusieron a pensar en hacer algo grande para el año siguiente. Con el paso de los días se les unieron otros: la hazaña del paseo había prendido por el barrio de la Bòbila. Fue entonces cuando alguien contó y proclamó que eran 15. Y otro que saltó.

-Quince más uno.

El ademán heroico está en esos 15, pero no hay duda de que la singularidad está en el Uno misterioso. Los cofrades de hoy, alguno de esos 340 socios, que pagan 12 euros al año y gestionan un presupuesto de 72.000 euros anuales, guardan celosamente el secreto de su identidad. Pero este diario, sí, ha podido averiguarlo. No es Dios, ni Cristo, ni Kiki siquiera, el Uno. Es el Pueblo. Y es un acto de remota religiosidad el no nombrarlo más que por la cifra.

Entre los primeros trámites de los 15 cofrades de entonces estuvo el de buscar al párroco de la iglesia de La Florida y exponerle con respeto sus intenciones. El párroco, que ya conocía la vueltecita de la silla, les vino a decir que más respeto. Fue entonces cuando decidieron que lo suyo iba a ser una cofradía laica. Semántica del orgullo. Examinada atentamente la denominación cofradía laica y su aplicación a esos 300 que organizan hoy las procesiones más numerosas de Cataluña, procesiones que consisten en la exhibición dolorida de cristos y vírgenes que siguen el rito establecido hace siglos por la Iglesia cristiana; examinada atentamente esa expresión no resulta ser, lógicamente, más que un oxímoron, un imposible semántico. Pero también, para todo tipo de creyentes nacionales, la inmigración es un oxímoron: sólo el cuerpo ruin y mortal migra.

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Lo cierto es que cuando los párrocos dijeron que no, los 15 decidieron que la procesión saldría siempre del bar Kiki. Y así fue durante sus rabiosos primeros años. Hasta que intervino el Ayuntamiento, les facilitó un amplio local (dinero a cambio de formas: es sabido) y los tronos dieron en ese nuevo local su primer balanceo. Cuando la Iglesia, a la vista de lo que empezaba a ocurrir año tras año, se ofreció para corregir el paganismo ya no había lugar. El orgullo. Los 15 recurrieron a sacerdotes amigos para que bendijeran las imágenes y hasta hace poco todas las ceremonias tenían ese aire íntimo. Últimamente ya transigen, sin embargo, con que se bendigan en las iglesias, y mediante misa formal, las imágenes de Martín Richarte (escultor de Cornellà) o de Juan de Ángulo (afamado maestro de Lucena): ya no buscan en los Encantes, como durante tantos años hicieran, despojos de la fe en buen estado. Pero los cofrades aseguran que jamás sucumbirán al éxito y que los principios serán mantenidos hasta el final.

"Mucho silencio"

La noche del Viernes Santo me llegué hasta la Bòbila. Sara Díez, la secretaria de la cofradía, fuente de buena parte de esta historia, decía que el Cristo de la Inspiración llevaba consigo mucha penitencia, mucho encapuchado y mucho silencio. Habría unas 2.000 personas contemplando sus primeras avenidas y todo aquello era cierto. A pocos metros del Cristo, de los velones encendidos y de la tétrica advertencia de los tambores daba vueltas con sus niños felices un llamativo tiovivo de caballitos blancos, completando el oxímoron.

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