Íntimo infierno floral
La agrupación valenciana Ananda Dansa es una de las llamadas históricas de la nueva danza española; su trabajo, con más de dos décadas a las espaldas, ha sido referencia. Y en cierto sentido hasta ha creado escuela. Los hermanos Rosángeles y Edison Valls siempre se proponen trabajos muy terminados y pensados, con un representativo y singular aparato escénico. Entre otros montajes, recordemos su obra más singular: Crónica civil V-39/9 (1986).
Los dos bailarines que hacen Toda una vida son de tercera generación, y están muy bien asimilados al estilo del grupo, a su idea de lo que debe ser un espectáculo donde se concilian elementos del teatro y de la danza. La pieza plantea la vida de una joven pareja en la posguerra española, desde el noviazgo hasta la destrucción perversa de la unión matrimonial por un cúmulo de cosas: prejuicios sociales y morales, sobre todo. En off se oyen los consejos radiofónicos de la señorita Francis, y eso hace reír al público, suenan a cosas de otro tiempo. En realidad, es trágico, duro e injusto todo lo que dice en sus monsergas y pide que haga la atormentada mujer en el papel de abnegada esposa. En el desarrollo de las escenas hay humor y ternura, pero todo se vuelve amargo y desesperado al tiempo que, en un segundo plano, dos floristas van componiendo una de esas ofrendas que son parte de la tradición festiva en fallas. Y el mural floral retrata a una pareja feliz, con irónico colorido y como metáfora de algo que no está contemplado en la vida y la acción del primer plano donde los bailarines se debaten contra sus propios fantasmas.
Ananda Dansa
Toda una vida. Dirección: Rosángeles Valls y Edison Valls. Coreografía: Susana Rodrigo, Toni Aparisi y R. Valls. Música: Pep Llopis. Escenografía: E. Valls. Luces: Josep Solbes. Vestuario: Francis Montesinos. Festival Madrid en Danza. Teatro de La Abadía, Madrid. 17 de abril.
Si se exceptúa la escenografía y su maquinaria, hay en Toda una vida una economía de medios humanos y escénicos que endurece el resultado, lo sintetiza positivamente y pone al espectador frente a un drama que persiste y arroja cada día escenas trágicas, desesperadas. Este buen hacer teatral se completa con un delicado vestuario de Francis Montesinos y una música siempre eficaz y atinada del experto Pep Llopis, que esta vez vuelve sin ambages a sus fueros jazzísticos originales.
Babelia
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