Costaleros del PP
Los pasos, pesan. Y más si la imaginería no es precisamente una imaginería de cristos, vírgenes y arcángeles, sino de chapapote, encarnizamiento, devastación y expolio, a tutiplén. Ni la tamborrada que Eduardo Zaplana se marcó ante un auditorio de candidatos autonómicos como si se tratara de una fuerza expedicionarias de élite, logró disipar miedos e incertidumbres. Y es que Eduardo Zaplana tuvo la mala ocurrencia -y la servidumbre, por supuesto- de darle al parche con los palillos de Aznar. Y saltaron todas las imprecaciones y disparates de quien ha entregado su partido a la extrema derecha estadounidense; y, para disipar cualquier duda, encima ha echado mano de las rancias aleluyas del franquismo nutricio, para descalificar a cuantos no le han seguido en sus desastrosos devaneos, es decir, el noventa por ciento de los valencianos. Eduardo Zaplana y sus tantos voceros de por aquí, poco ingeniosos y aún menos dialécticos, no cesan de repetir las socorridas y hasta grotescas consignas de la conspiración de socialistas, comunistas y nacionalistas. Después de apoyar decididamente una guerra ilegal y execrable, pretenden criminalizar a cuantos se opusieron a ella, de acuerdo con sus derechos y libertades constitucionales, y con algo tan plausible como la razón. Ahora, los costaleros del PP, hacen de su impotencia, de su descalabro, y de su temor, rabias, nervios y desaciertos. Porque saben, como cualquiera, que todo eso se paga, que todo eso ya ha empezado a pagarse. Que lo diga si no Alicia de Miguel, que tiene las intenciones de voto bajo llave.
Y no debiera importarle tanto al PP, si la factura se la pasan en votos; debiera importarle si se la cargan a su cuenta, ya en números rojos, de credibilidad democrática. La falta de votos puede llevarlo a la oposición, que es un territorio de ejercicio democrático. Pero la falta de sustancia y credibilidad democráticas puede llevarlo a su derrumbe y final consumación. Con su actitud insultante, cicatera y engañosa, el PP no hace si no mostrar su propia inseguridad, su pérdida de confianza y sus contradicciones, después de cometer tantas y tan graves irresponsabilidades: un decretazo que tuvo que envainarse con estruendo, un Prestige de veneno al pairo, una guerra de crímenes y saqueos. Entiéndase que con tamborradas así, Zaplana podrá ensordecer al personal, pero no librarse de sus desmesuras. Se ha equivocado de táctica, se ha equivocado de lugar, se ha equivocado de historia. Y por supuesto no se puede pasar por encima del barullo que los dirigentes del PP han organizado, contra una aplastante opinión pública, expresada reiterada y multitudinariamente, con sensatez y entereza.
Que ahora desembarque en sus listas autonómicas una patulea de cargos del Consell es un síntoma más de desazón y debilidad. Hasta, si se quiere, un paño caliente, pero algo, en fin, que no mueve a la indulgencia ni al interés de los ciudadanos. Los directores generales y subsecretarios son muy sufridos y lo mismo sirven para un roto que para un descosido. En cualquier caso, a los penitentes del PP les queda aún mucha pasión por delante. Y temen la sombra de un calvario que sólo terminará el 25 de mayo. Los pasos, pesan. Y los costaleros del PP están que las elecciones no les llegan al cuerpo.
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