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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La invasión y toma del campamento

Clara Blanchar

"Buenos días. Tenéis cinco minutos para recoger vuestras cosas y marcharos". En la plaza de Sant Jaume de Barcelona el despertador sonó ayer 20 minutos antes de las siete de la mañana. Diez furgones policiales -cinco de la Guardia Urbana y cinco de los Mossos d'Esquadra- con los correspondientes agentes antidisturbios reforzaban el contundente anuncio de desalojo dirigido a la veintena de jóvenes que dormían acampados desde hace más de tres semanas en el territorio emblemático que separa el Ayuntamiento de la Generalitat.

La desproporción entre invasores y resistentes era evidente; a ocho antidisturbios por furgoneta tocan cuatro por chaval, una relación de fuerzas similar a la de la guerra de Irak. En la retaguardia, esperaba una amplia representación de la brigada municipal de limpieza, dispuesta a iniciar las labores de reconstrucción.

Decenas de antidisturbios y una brigada de limpieza acabaron ayer con el campamento contra la guerra de Irak

En una de las asambleas más rápidas de la historia -duró un minuto- los jóvenes respondieron con una cacerolada que se prolongó exactamente los cuatro minutos que tardaron los agentes en entrar en acción y comenzar a sacarlos de uno en uno, a rastras, hasta la esquina de la calle de la Llibreteria. Ni durante el trayecto dejaron de golpear las cacerolas contra el suelo y de gritar "¡pijamas contra porras!".

El desalojo se veía venir desde el pasado viernes. El Ayuntamiento no podía permitir que la plaza mayor de Barcelona -tradicional aparcamiento de coches oficiales- albergara un campamento, cuya imagen combinaba la de la casa i l'hortet de antaño en los bordes del río Besòs, las chabolas de Montjuïc y el campo de refugiados urbano.

Aún no habían sonado las siete y el panorama era de un inusual frenesí. Decenas de agentes antidisturbios -luciendo sus futuristas trajes oscuros y ocultos tras los pasamontañas- custodiaban a los chavales en una esquina y vigilaban los accesos a la plaza. Las fuerzas ocupantes permitieron a dos de los jóvenes -con atuendos coloristas y abundancia de rastas- cargar en carritos de supermercado las pertenencias que aún quedaban entre los restos del campamento: sacos de dormir, objetos personales y otros no tan personales, como un generador.

Debían apresurarse, ya que los operarios de la limpieza -de color verde loro con bandas fosforescentes- ya se habían lanzado a desmontar y recoger el tinglado para dejar la plaza impoluta antes de que amaneciera del todo.

Al principio trabajaban de forma sistemática; comenzaron por la zona del campamento donde se celebraban las clases, las asambleas y los talleres; luego la cocina; después, el mostrador de información y, finalmente, la zona de descanso formada por una amalgama de toldos y tiendas de campaña. Pero en ese punto ya se habían acabado los buenos modales. Uno de los operarios, un hombretón grande y forzudo, fumando un pitillo y blandiendo una maza, sentenció el dormitorio a golpes.

Sorprende la cantidad de trastos que se pueden almacenar en 23 días: maderas, ropa, una cocina completamente equipada, colchones, plantas, persianas, mesas y sillas, muchas sillas. Y también caballetes de pintor, testigos de que los impulsores de la acampada fueron estudiantes de la Facultad de Bellas Artes. Por lo menos, 15 camiones de basura llenos.

En esta ciudad no hay desalojo que se precie sin conferencia de prensa posterior. Los desalojados volvieron por la tarde a la plaza que había sido su hogar, y anunciaron que se han trasladado a la acampada del Pla del Palau y que el programa de actividades en el "ágora popular" sigue adelante. "Se han cargado un experimento sociológico de participación popular", se quejaba Ramon Louro. Y dejaron caer que volverán a la plaza, que justamente ha recobrado estos días su esplendor, para escenificar un "acto simbólico de inauguración" de la flamante fachada restaurada del Palau de la Generalitat.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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