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Reportaje:LOS FRENTES DE BATALLA

Cambio de planes en territorio kurdo

Juan Carlos Sanz

Bombardeos masivos, comandos y milicias locales. Eso no era lo previsto. Estados Unidos vio trastocados sus planes de guerra en el norte de Irak por la obstinación turca. Más de 62.000 soldados de la 4ª División de Infantería tenían que haber atravesado el territorio de Turquía para abrir un frente norte contra Bagdad y cerrar una formidable pinza con el grueso del Ejército de la coalición, concentrado en Kuwait, por el sur. Ni el Gobierno ni el Parlamento ni los generales de Ankara lo aceptaron.

Del frente norte se han encarcagado unos centenares de boinas verdes y paracaidistas, no más de dos o tres millares, con un formidable apoyo aéreo, que han podido mantener a raya en el frente norte a cinco divisiones: 125.000 soldados apoyados por carros de combate y artillería. Una guerra, pues, casi invisible, que se ha podido contar parcialmente a través de sus trágicas consecuencias. Los desertores iraquíes han descrito escenas de pánico en sus cuarteles bajo las oleadas de bombas de EE UU. "Si hubiéramos podido, nos habríamos escapado todos", aseguraba un cabo que se pasó a las filas kurdas una terrorífica noche de bombardeos en Güer, 40 kilómetros al oeste de Erbil. Al visitar ese frente después se podía comprender su desesperación ante un paisaje de destrucción sembrado de cráteres donde cabría un autocar y vehículos militares calcinados.

Un sector del frente norte kurdo que parecía inactivo quedó tras la batalla con cráteres en los que cabría un autocar y vehículos militares calcinados
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Un plan militar flexible y complejo

"No se preocupen, van a tener aquí un frente bastante bueno", prometió el general del cuerpo de marines Pete Osman, comandante militar del norte, cuando los periodistas le preguntaron a su llegada al Kurdistán por la aparente inactividad en el frente terrestre. En uno de los lanzamientos de paracaidistas más importantes desde la II Guerra Mundial, el Pentágono ocupó durante la madrugada del 27 de marzo el aeródromo de Harir, 70 kilómetros al norte de Erbil, con un millar de soldados de la 173ª Brigada Aerotransportada. La exhibición de fuerza acentuó el efecto desmoralizador de las bombas sobre las tropas iraquíes, que empezaron a replegarse hacia las ciudades de Mosul y Kirkuk y sus yacimientos de petróleo. Un puñado de soldados entrenados en el manejo de marcadores láser para las bombas guiadas y de complejos sistemas de comunicaciones compartía trincheras con miles de milicianos que empuñaban viejos kalashnikov.

En frentes donde se disputaba cada palmo de tierra, los ataques aéreos encerraban una amenaza de fuego amigo. Ocurrió hace una semana en Dibega, cerca de Güer, donde un convoy de milicianos kurdos, comandos de Estados Unidos y periodistas fue atacado por error por aviones de EE UU, con un resultado de 18 muertos y 45 heridos.

Los habitantes de las ciudades del Kurdistán iraquí huyeron hacia las montañas dos días antes de que estallara la guerra. Será difícil que superen su miedo a las armas químicas tras el ataque con gas mostaza que dejó 5.000 muertos en Halabha en 1988.

Soldados estadounidenses en el Kurdistán iraquí.
Soldados estadounidenses en el Kurdistán iraquí.AP

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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