Víctor examina su invento
El técnico del Betis regresa a Vigo para enfrentarse al equipo que diseñó
Al cúmulo de emociones que libera un Celta-Betis, sólo le faltaba un punto de nostalgia. Durante el último lustro han sido partidos de alto voltaje e intercambio de goles, de ésos de los que se empieza a hablar muchos días antes de que el balón ruede. A ese cóctel de sensaciones se le añade hoy el regreso a Vigo de Víctor Fernández, el entrenador que inventó la Máquina, aquel arrollador Celta que reivindicó el fútbol sin espejo retrovisor. El creador de aquel ingenio se medirá con un producto en pleno proceso de transformación: el nuevo y calculador Celta de Miguel Ángel Lotina.
"Cuando escuchaba la Rianxeira se me ponía la carne de gallina", confiesa Fernández. Balaídos tenía motivos casi quincenales para entonar el que se convirtió en su himno alternativo, ahora prácticamente desterrado de las gradas. De ahí que una parte de la afición se entregue hoy a la morriña, con el recuerdo de aquel equipo que no necesitó de títulos para que se hablara de él en toda Europa. Víctor Fernández no se ha cansado de recordar en los últimos días las buenas vibraciones que todavía respira en Vigo, una ciudad que sigue visitando a menudo, muy próxima al lugar en el que desde hace ya mucho tiempo pasa sus veranos el entrenador aragonés. "Fueron años muy especiales, en los que el celtismo vivió grandes emociones", rememora.
Pero no todo son buenas palabras en el regreso del hombre que batió el récord de permanencia en el banquillo celeste. Porque las declaraciones de algunos jugadores celestes sobre la etapa del ahora entrenador bético han enrarecido el ambiente. La asignatura pendiente de Fernández en Vigo fueron las relaciones con los jugadores, que se fueron deteriorando con el paso de los cuatro años de permanencia en el banquillo. Tanto se enrareció el ambiente que una de las apuestas más arriesgadas del técnico aragonés, Benni McCarthy, se ensañó esta semana con su descubridor en España. "Es buen entrenador, pero mala persona", dijo el sudafricano. Y como le pareció poco, amenazó con celebrar un eventual gol delante del banquillo bético: "Antes invito a cenar a cualquiera de la calle que a Fernández".
En un mundo de vanidades como es el del fútbol, no faltaron otros jugadores que se animaran a saldar sus deudas con su antiguo entrenador, al que recriminan que les hubiese concedido menos minutos de juego de los que a su juicio se merecían. El más gráfico fue Juanfran, un tipo incapaz de disimular sus sensaciones: "En los dos años y medio que estuve con él en Vigo, fui titular dos años y suplente medio, y es en esa medida en la que le guardo buen recuerdo".
Aunque las relaciones con los jugadores y con una parte de la prensa local fueron mejorables, la mayor parte de la hinchada añora el largo mandato de Víctor Fernández. Fueron tiempos de lideratos duraderos en la Liga, de largos periplos en la UEFA y de victorias apoteósicas a gigantes del fútbol europeo. Le faltó un galardón, que rozó en la final de Copa de Sevilla frente al Zaragoza, una derrota que el celtismo encajó con un dramatismo extremo y que encendió la ansiedad por un título. De ahí que el club decidiera poner fin a las aventuras coloristas y apostase por un tipo pragmático como Lotina. Resulta paradójico que no se diera en llamar La Máquina a este nuevo equipo tan mecánico y previsible, y sí en cambio a aquel Celta al que hasta le latía el corazón.
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