Artimañas de ayer y mañana
Primera novela de Didó Sotiríu publicada en España, Tierras de sangre, relato desgarrador de la tragedia humana que supuso el conflicto étnico entre griegos y turcos en el Asia Menor en 1922, no sólo describe, a través de los duros avatares vividos por sus personajes, una realidad histórica lamentablemente similar a las que han configurado, y siguen configurando, las guerras europeas entre fronteras, sino que, además, denuncia las confabulaciones políticas y, sobre todo, económicas que produjeron aquella masacre. Cuestión, pues, que por desgracia, y aun con protagonistas y escenarios diferentes, no puede estar más de actualidad. En aquella ocasión, en 1922, con motivo de la expulsión de la población griega del suelo turco y de la población turca del territorio griego, un millón y medio de seres humanos abandonó su lugar de origen tras una guerra que convertía a la población civil en víctima del nacionalismo étnico. Un nacionalismo étnico que, explica el narrador de la novela, no existía antes del estallido de las guerras de los Balcanes y de la primera contiende europea, cuando griegos y turcos convivían perfectamente en paz en Asia Menor (etapa que ocupa la primera parte del libro, Vida pacífica). "Hasta 1914 no se supo en el pueblo de ninguna muerte violenta, salvo una sola y única vez en que dos mozalbetes se batieron a duelo, pública y limpiamente, ante testigos, por el corazón de una beldad". Convivencia pacífica que se desmorona con el asentimiento económico de Alemania en Turquía, años antes de la Primera Gran Guerra. Aparecieron en todo el país especialistas alemanes para estudiar la situación: empresarios, militares, policías, arqueólogos, sociólogos, psicólogos, financieros, predicadores, enseñantes. "Hurgaban en lo más íntimo de nuestro ser: nuestro pasado y nuestro presente, nuestras relaciones con los turcos, nuestros conocimientos, nuestras fortunas y los puestos que ocupábamos. Y no les gustó la conclusión a la que llegaron en sus investigaciones y estadísticas. Era como que nosotros, los griegos y los armenios sobrábamos. Ocupábamos demasiados cargos. Ahora los amos de Turquía eran los alemanes. Los alemanes eran la cabeza y los turcos los brazos. En realidad, Turquía era ahora una colonia alemana". Y esa Turquía económicamente colonizada, que entra en guerra al lado de Alemania y Austria contra Francia, Inglaterra y Rusia, moviliza a todos sus súbditos otomanos, incluidos los griegos, a quienes no proporciona armas ni uniformes y recluye en los llamados "Amelé Taburú" (batallones de trabajo), que dan título a la segunda parte de la novela, y desde donde el protagonista, junto a sus compañeros cristianos de cautiverio, es mandado al frente para defender el país del duro ataque británico.
TIERRAS DE SANGRE
Didó Sotiríu
Traducción de César Montoliu
Acantilado. Barcelona, 2002
325 páginas. 18 euros
Didó Sotiríu, nacida en Aydín
(Asia Menor, 1909), es uno de los escritores más reconocidos de la novelística griega actual (galardonado con el Premio Ipekçi a la amistad greco-turca, con el Premio Nacional de Narrativa, en 1989, y con el Gran Premio de la Academia de Atenas, en 1990) ha puesto su historia en boca de un personaje que constituye todo un acierto: hijo de campesinos, en un pequeño pueblo cerca de Efeso, con una inteligencia natural que le procura la asimilación de cuanto ocurre a su alrededor, pero que está exento de cualquier tipo de marquetería ideológica (la autora ingresó en el partido comunista antes de la Segunda Guerra Mundial y, en 1939, colaboró activamente, junto a Dolores Ibárruri, en la acogida de los refugiados republicanos españoles). Su conocimiento de las nefastas y complejas artimañas económicas que mueven la política internacional lo adquiere, entre la incredulidad y el pavor, en la tercera parte del libro (Llegan los griegos) a través de las conversaciones entre dos compañeros del frente, dos intelectuales, uno monárquico, partidario de Constantini I, monarca germanófilo, y el otro defensor de Venizelos, fundador del Partido Liberal y partidario de la Entente. Este protagonista, que a lo largo de su dura peripecia existencial, entre la vida en el frente y las visitas a su tierra natal y, por tanto, a su medio familiar, va descubriendo, sumido en la incredulidad y el pavor, cómo las grandes potencias internacionales deshacen países y crean odios étnicos, es, repito, uno de los encomiables logros de Tierras de sangre. (Otro, en su versión castellana, es la excelente traducción de César Montoliu, que obtuvo por esta labor el Premio Antonio Tovar de Traducción 2002 de la Asociación Hispano-Helénica).
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