"Si África desapareciera ahora, el mundo ni se enteraría"
Lluis Magriñá (Barcelona, 1946) es director internacional del Servicio Jesuita a Refugiados, que atiende a millón y medio de personas en 56 países, 16 de ellos africanos. Magriñá ha visitado Bilbao de la mano de Alboan, una de las ONG que les apoya.
Pregunta. No estamos viendo refugiados en la guerra contra Irak. ¿A qué lo atribuye?
Respuesta. Ciertamente no los hay, para sorpresa de todos. Los motivos pueden ser tres: la gente quería quedarse a defender su país; la gente no se fue porque, si salía, al regresar perderá todo lo que tenía. Algunos incluso han regresado desde Siria y Jordania o no les dejaban salir para que sirvieran de escudos humanos. Quizá hay otras explicaciones, pero las desconocemos.
P. Su servicio no está en Irak.
R. Trabajamos con los refugiados, pero no con la primera emergencia. Si vamos a un sitio, nos quedamos hasta que los refugiados regresan a casa. Veremos qué queda [tras la guerra] y cuáles son las necesidades. Si van suficientes organizaciones, no iremos a Irak. Trabajamos por ejemplo en el campo de Meheba (Zambia), donde hay refugiados desde hace 30 años.
Vamos allá donde no va nadie.
P. Ése es el lema de su servicio.
R. Es nuestra preferencia. Hay zonas llenas de cámaras y periodistas. En cambio, en los periódicos no sale que en Liberia hay casi 300.000 desplazados internos y otros 80.000 refugiados en Guinea. Costa de Marfil sigue dividida. Se calcula que en los últimos cinco años, 2,5 millones de personas formadas (médicos, maestros, pastores religiosos,...) han sido asesinadas de manera sistemática en la República Democrática de Congo. Esto ya no es noticia.
P. ¿A qué cree que se debe?
R. África no interesa. Tiene el 2% del producto mundial. Si África desapareciera en este momento, el mundo no nos enteraríamos. Es su gran desgracia. Si desaparecieran los países productores de petróleo, nos enteraríamos porque tendríamos que ir andando. África tiene riquezas y potencial humano. Puede aportar mucho al conjunto de la humanidad.
P. ¿Cómo mantiene la esperanza quien trabaja allí?
R. Pese a todo, la vida es más fuerte que la muerte. A veces pienso que, si estuviera en su situación, habría tirado la toalla. Los refugiados, sin embargo, siguen luchando. La educación es esencial. Basta ver cómo cambia un campo cuando hay escuela: obliga a levantarse, asearse, ir a clase. Los hijos dan ritmo a las familias. En los campos en los que trabajamos hay
160.000 alumnos de primaria y secundaria. Los profesores son refugiados. Un país sin escuela no tiene futuro; con escuela, sí. Dicho esto, lo peor que se puede desear a alguien es vivir en un campo de refugiados. Un refugiado no sabe si mañana vivirá, si volverá a casa o cuándo, si comerá... depende de lo que reciba. A los refugiados hay que decirles que tienen derechos que deben ser respetados.
P. ¿Qué enseñan en un campo?
R. Tenemos cursos de reconciliación, de prevención del sida, de promoción de la mujer, de manualidades para que aumenten sus ingresos y, después, atención pastoral, en el sentido amplio de la palabra, para que cada uno recupere su interioridad y no se reproduzca el conflicto.
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