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Aznar y el pacifismo

Vivimos tiempos muy confusos Sr. Aznar. Mire, los etarras se consideran víctimas de los verdugos a los que asesinan, que a su vez son sus víctimas. Los que hacen una guerra que no declaran, se consideran luchadores por la paz, frustrados por la intolerancia de los pacifistas que no quieren la guerra. Usted y su partido defienden, por una parte, la ley por encima de todo para luchar contra el terrorismo etarra en nuestro país, mientras que, por otra, para atacarlo internacionalmente promueve una guerra al margen de las leyes internacionales. Qué cantidad de argumentos les está dando a los que Usted y todos nosotros sabemos. No es extraño, verdad, sentirse muy confuso ante tanta contradicción.

Como, por mi profesión, tolero bastante mal lo ininteligible, lo que se resiste al conocimiento, llevo varios días en relativa vela y desasosiego. Fruto de mi insistencia ante tanta confusión, he conseguido encontrar alguna luz con respecto a las distintas actitudes ante la guerra. He considerado cuatro actitudes. La primera, se refiere a los que se posicionan a favor de la misma en cualquier condición. Estos son una bendición para el intelecto. No ofrecen ninguna dificultad. Son claros y dicen la verdad. No engañan. Son probablemente categorías simples, para ciudadanos simples.

Las tres siguientes posibilidades son actitudes contra la guerra. La primera de ellas, la constituyen los que están contra la guerra y simplemente no la hacen. Son pacifistas que se limitan a seguir consignas. Están en contra de la guerra como lo estaría a priori casi todo el mundo. Son pacifistas de dicho, no de hecho, algo así como pacifistas pasivos, pacifistas de salón. Usted, Sr. Aznar y su partido, no están en ella. Ustedes nos han demostrado ser personas activas en todos los frentes y contra todos los colectivos que se les puedan oponer. Quizá estén, pues, en el segundo tipo. A saber, los que están en contra de la guerra y hacen la paz. La condición de esta segunda categoría de pacifistas es la paciencia y la perseverancia. La paz es como una planta que crece lentamente. Requiere meses, años, o incluso más tiempo de entendimiento, diálogo, reflexión y sensibilidad con todos los seres humanos. Todos intuimos por sus manifestaciones que Usted pertenecería a este tipo de pacifismo. Lo lleva en el alma. Lo hemos visto todos los españoles en su actividad política diaria ante los rectores universitarios, ante los estudiantes de enseñanzas medias, ante el gobierno marroquí, ante los inmigrantes, ante la oposición, ante los afectados por el Prestige y ahora ante esta guerra que Usted, sin duda, no quiere.

La cuestión es que, como todos sabemos, Usted, en su afán de cumplir su palabra, no tiene ya tiempo político. Como no dispone más que de unos meses de vida política, y aunque, sin duda, su deseo es, según parece, hacer la paz, nos hacemos cargo de su imposibilidad para llevar a cabo esta noble tarea. Además, los españoles sabemos que a Usted no le gustan las cosas fáciles. Sólo los grandes retos estimulan su gran intelecto y capacidad. Por lo tanto, sólo le quedan a Usted, a su partido y a muchos de sus seguidores la tercera categoría de "pacifismo": los que estando en contra de la guerra, la hacen.

Nos damos cuenta de lo duro que habrá sido para su persona tomar una decisión tan dramática como la guerra. Pero sabemos que es una persona de principios sólidos e inamovibles. Por eso, a algunos nos ha gustado mucho su actitud pacifista a favor del pueblo iraquí. Su esfuerzo hasta la extenuación por la paz. Le vemos ciertamente demacrado por esta tarea. Cuídese, por favor, todavía le necesitan los grandes líderes internacionales como Bush y Blair. Parece magnífico su plan conjunto para liberar a los iraquíes militarmente de su sátrapa oficial y cómo les dará la paz y la libertad que ahora les falta. Bueno, a algunos cuantos no les hará falta está segunda porque tendrán la primera, pero eternamente. Pero esos son matices, o mejor, daños colaterales. También nos ha gustado mucho su defensa de los derechos humanos al criticar a esos manifestantes que, sin duda, aleccionados directamente por el Sr. Rodríguez Zapatero a través de consignas y claves secretas cifradas -siempre hay algo de conspiración en todos estos altercados- han atacado varias sedes de su partido con pintura roja, huevos y alguna piedra. Quizá sea por lo confundidos que se encuentran todos los pacifistas en estos días. Ya sabe que siempre hay gente que ante la confusión reacciona de una forma inadecuada.

Sin embargo, a pesar de que con esta clasificación me he aclarado bastante, todavía sigo algo confuso. Por qué se ha enfadado Usted tanto con el pacifismo a pesar de que estos grupos violentos -que, en estricto sentido, nunca podrían ser llamados pacifistas- son una exigüísima minoría. Incluso se podría dar el caso, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, que fueran grupos violentos parapetados detrás del pacifismo, o personas normales que, provocadas por la policía bajo ciertas consignas del gobierno, respondieran de forma inadecuada. ¿Se acuerda del franquismo? Pero, sobre todo, no entiendo por qué, después de todo lo que dice Usted haber luchado personalmente por la paz, nos comunica en estos días que, a pesar de ser presidente de un partido de centro-izquierda, como manifestaba su secretario general, no le gusta ahora el pacifismo. Me respondo que quizá esos "pacifistas" pertenezcan a su misma categoría; esto es, los que estando en contra de la guerra, la hacen. Ya sabe, los polos del mismo signo, en ciertas condiciones, se repelen. O puede ser que la figura de un presidente de gobierno no deba categorizarse igual que la de esos facinerosos. O tal vez, y en último lugar, pudiera ocurrir que, dadas las similitudes de estos "pacifistas" belicosos y agresivos con Usted, no los aguante, de la misma manera que no se aguanta a sí mismo. Es algo parecido al caso del "retrato de Dorian Gray". Cuantas más medidas "estilo Aznar" aplica para lavar su imagen pública, menos le gusta lo que ve reflejado en el espejo. Y por qué no decirlo sin complejos, como tanto le agrada comentar: si no se gusta a sí mismo, cómo le van a gustar los españoles.

Por tanto, desde aquí le pido por el bien de nuestro país que se quiera más a sí mismo. Se lo merece como medida de bienestar social para los españoles. Si para ello necesita apoyo psicológico, no se preocupe, lo entenderemos. Puede habilitar una partida especial de nuestros impuestos, que gustosamente aceptaremos. De esta manera se beneficiará Usted, podrá vivir más a gusto consigo mismo y de paso los españoles, que estos días estamos un poco fastidiados, nos aliviaremos de tanta crispación y de tantos y tantos mensajes confusos. Muchas gracias Sr. Presidente.

Ángel Basterra Pérez es profesor de Sociología de la Universidad de Alicante.

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