Anomalía española
Si el famoso marciano que nos observa desde allí arriba sólo pudiera ver estos días nuestra televisión generalista y siempre estuviera ocupado con otras cosas en el tiempo de los telediarios, lo cual es muy probable porque el prime time de Marte no es el mismo que el de Venus, llegaría a la conclusión de que en España, pero sólo aquí, la segunda guerra del Golfo no existe, a pesar de que hemos sido coautores de la primera guerra televisada del globo.
Esto es todo lo que nuestro marciano de guardia habrá anotado en su libreta catódica: dos talk shows sobre el conflicto producidos por Globomedia en el espacio de entretenimiento de Fuentes, los domingos por la noche; las tertulias de María Teresa Campos en Día a día; las pegatinas, los gritos del público y las intervenciones pacifistas de Sardá, Boris y Coto en Crónicas marcianas, y las flores de Dinio, los pucheros de Tamara y los aspavientos de Pocholo en medio de Hotel Glam. Siempre en Tele 5 y dentro de un orden, dentro de una rejilla y dentro del sagrado principio de que la audiencia manda; que si el 90% de los españoles está contra la guerra, el 90% de la audiencia de la cadena, en buena lógica, también. Así es como se hizo millonario Berlusconi, su dueño, elevando el audímetro a primera y única instancia, y dicho esto al margen de la buena fe profesional de la Campos y el Sardá, esos dos emperadores de la audiencia.
En cuanto a La Primera y La 2 de TVE y a la tercera cadena oficial, Antena 3, ni rastro de un debate propiamente dicho sobre la guerra, ni la mínima contaminación de sus infinitos talk shows del corazón por lo que está ocurriendo en Irak, ni el menor desmadre a favor o en contra de sus tertulianos, presentadores y bustos de cabecera. Las tres cadenas gubernamentales hacen como pueden los veintitantos minutos guerreros de sus telediarios, sin olvidarse ni un solo día de dar caña a la oposición por la cola de las manifestaciones, de relatar con la misma prosodia los asaltos cafres a las sedes del PP y los bombardeos inteligentes a los palacios de Sadam y de retratar a Aznar arengando a las masas al grito ya famoso de "Sadam Husein no entrará en Valladolid". Para el resto de la programación, ya digo, la guerra no existe.
La conclusión no es que el marciano que nos observa se frote los ojos por esta versión rabiosamente local (municipal, para ser exactos) de un conflicto que ha cambiado de arriba abajo las rejillas, los talk shows, los informativos y las contraprogramaciones del globo, como aquí explicó el domingo Vicente Verdú, y a pesar del empecinamiento gubernamental en hacernos coprotagonistas del conflicto. La conclusión no está al alcance del marciano: somos una anomalía catódica como la copa de un pino, siempre lo fuimos, y ahora que ruge la sincronía global no podemos ocultar por más tiempo tanta asincronía local. Un país civilizado no puede tener tres cadenas generalistas en manos del Gobierno y la cuarta en manos del presidente de un Gobierno ideológicamente aliado y que en su propio país es el dueño de tres televisiones privadas y controla tres televisiones públicas, y que cuando Tele 5 se salva de la manipulación oficial, o no sigue consignas, es por la popularidad propia e intransferible de sus estrellas, porque la audiencia, menos mal, todavía manda algo.
Una anomalía de esta envergadura no puede ser contada a nadie por ahí fuera porque nos tomarían por auténticos marcianos, e incluso resulta muy difícil de explicar a los propios ciudadanos que, desde la llegada de las televisiones privadas, se han creído que la pluralidad audiovisual era esto; esta barbaridad catódica en un país democrático y que sólo tiene como precedente el no menos bananero y excepcional caso italiano: dos cadenas públicas ultragubernamentales, al margen del partido que las controla o controló por turno, y dos cadenas privadas cuyos consejos de administración están en manos de los amigos o sencillamente testaferros de un muy concreto partido, descarada o sutilmente.
Mientras no se resuelva esta anomalía, y da exactamente lo mismo que Antena 3 pase a Planeta o a Correo (aunque esta situación de "en venta" gubernamental explique lo que se ve en pantalla: no molestar al jefe cuando está a punto de decidir entre dos versiones empresariales de lo mismo), y para salir del atolladero catódico no hay más que una solución: resolver radicalmente y por consenso de todos los partidos, el único consenso realmente posible en estos momentos de histeria propagandística municipal, el caso escandaloso de nuestra televisión pública. Convertir TVE en una BBC de Londres, en la 2 de París, lo que sea, pero salir cuanto antes de esta situación que sólo emite localismo aislante. Sólo una televisión pública digna de ese nombre puede normalizar, por contaminación informativa democrática, el excepcional caso catódico español; aunque los consejos de administración de las privadas sean lo que ahora son o mañana serán. Miro las pantallas de guerra de la patria mía y sólo las ruinas de la anomalía echan humo.
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