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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Maestros

Me cuesta mucho trabajo escribir sobre los maestros, tal vez porque, después de haberlo sido desde que me acuerdo, no encuentro un resquicio por donde asomarme para verlos desde una perspectiva objetiva, desde un ángulo en el que yo no me vea cantando el Cara al Sol y enseñando el catecismo a mis alumnos o perseguido por las autoridades políticas, religiosas o académicas por negarme a realizar ambas cosas en mi escuela, que era una nacional-católica.

Me veo dando permanencias y clases particulares para paliar el hambre que adjetivaba mi condición de maestro de escuela y promoviendo, con otros compañeros, reuniones clandestinas en las que intentábamos organizarnos y tomar conciencia de nuestra miserable situación... me veo con la palmeta tratando de sustituir mi analfabetismo pedagógico, mi ineficacia metodológica, mi ignorancia de lo que realmente podía interesar a mis alumnos, por la "letra con sangre entra".

Me veo acogido por el grupo de "notables", jugando la partida, tomando copas, hablando con ellos y calumniado, rechazado y denunciado por preocuparme de la situación de la gente sencilla del pueblo, por sus condiciones de trabajo, por la emigración, por la inmensa pobreza que lo ensuciaba todo. Me veo como manijero de la "cultura" que selecciona y coloca, más si cabe, a "cada uno en su sitio" y aprendiendo como las ratas, por tanteo y error, nuevos contenidos y nuevas formas que nos ayuden, a mis alumnos y a mí, a situarnos en la realidad para ver la manera de cambiarla juntos.

Me veo aposentado en la rutina, situado en la comodidad, e incordiado por la sensación de estar apuntalando, con mi quehacer o mi pasividad, unas estructuras que siempre benefician a una minoría.

Me veo en los "maestros de la perra chica" y en los que se consideraban o consideraban la educación que impartían, responsables de las guerras que asolaron al mundo en el pasado siglo. Me veo en los maestros republicanos masacrados por apoyar un nuevo orden político que cuestionaba sigilosamente los privilegios, casi feudales, de los terratenientes y del clero. Me veo en los maestros de los Centros de Colaboración Pedagógica y en los de la Ley Villar cuya interpretación libérrima, por parte de algunos, dio lugar a una verdadera revolución educativa. Me veo en los maestros de la Reforma, misioneros entusiastas de una ley que universaliza la escolaridad obligatoria y gratuita, hasta los 16 años y que trata, en espíritu, de corregir en la escuela, mediante los apoyos necesarios, las desigualdades del alumnado y, al mismo tiempo, en los que creen que esta Ley sólo ha traído desajustes y problemas al sistema y que hay que cambiarla.

Me veo en los maestros que piensan que la solución está en la nueva Ley de Calidad y en los que estiman que ésta mal llamada Ley sólo sirve para colocar a cada uno en el lugar que le corresponde, según su laya o condición. Me veo en los maestros respetuosos con las normas y en los que las ignoran o las utilizan para hacer de su capa un sayo... me veo formando parte de este inmenso colectivo, y, al mismo tiempo, sólo en mi clase con no sé cuántos ojos que me miran inquietos, expectantes, inquisidores... y yo, este es mi poder, poseo las palabras, eso sí, todas las palabras y busco una que sea la que suscite su interés, la que les incite a la curiosidad, la que les abra la puerta del saber; una palabra, la primera, que escriba en su mente blanca el dulce mensaje de la cultura que libera; pues nada hay que nos ate más a la esclavitud que la ignorancia; y, en esta ocasión, he tenido suerte y he dado con ella y me reconcilio, otra vez, con mi cuestionado oficio de maestro tan lleno de contrastes, tan viejo, tan nuevo y tan vivo.

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