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Columna
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La camiseta

Con mangas cortas o sin mangas fue en otro tiempo sólo una prenda interior de franela, algodón o seda para que no se irritara la piel. Luego la utilizaron los equipos deportivos como distintivo mediante diseños y colores propios. Hoy, a cualquier iniciativa cívica o movimiento ciudadano les resulta casi imprescindible. Las camisetas con la leyenda a favor o en contra del trasvase de las aguas del Ebro, con la estrofa pacifista de Lennon o ridiculizando a los pirotécnicos que llevan la desolación a las orillas del Tigris y el Éufrates identifican a quien la viste consigo mismo y con aquellos que lucen una prenda idéntica. La camiseta, en el estadio de fútbol o en la calle contra la guerra, es desde hace muchos años una prenda exterior y de grupo que nada tiene que ver con la chamarra rústica o el viejo jubón.

Camisetas con la leyenda Compromís pel valencià, lucieron por La Plana y La Marina, por La Costera y L'Horta, centenares de niños y adolescentes, cuyos padres o tutores quieren un futuro en valenciano en la tierra en la que viven y trabajan. No son todos los padres de los escolares valencianos, pero son muchos, quienes piensan que en la cuestión del valenciano apenas nada está hecho porque queda mucho por hacer. Por eso es tan importante la camiseta que visten sus hijos; por eso es tan importante que un año tras otro, y sólo con su presencia en la calle, dejen en evidencia la actitud indiferente de la clase política valenciana, y de lo que antes se denominaban las fuerzas vivas hacia un tema que, quiérase o no, tiene calado social: el tema de uso social del valenciano, que no es precisamente el tema inútil y baladí del secesionismo lingüístico, ni el irrisorio de quienes, para denominar la unidad de la lengua catalano-valenciano-balear, conocida internacionalmente como catalán, parafrasean la realidad con el eufemismo de "lengua histórica de los territorios de la Antigua Corona de Aragón". Algo, esto último, tan ridículo como bautizar el castellano o español con el nombre "lengua de Castilla y Aragón, del Nuevo Mundo, de muchos norteamericanos de origen latino machacados por el tratado de Guadalupe-Hidalgo, y de bastantes comunidades de hebreos hispánicos". Una ofensa a la razón y el buen gusto; un disparate lanzado contra la lengua del liberal Cervantes; una desconsideración, la de las gentes de los eufemismos, hacia los miles de valencianos bilingües que asumen el valor social del castellano y el valenciano, pero que, ante la indiferencia de la clase política y las fuerzas vivas hacia el segundo, insisten un año y el siguiente en reivindicar el uso social del segundo luciendo la camiseta.

La camiseta, que no es ni la chamarra rústica ni el viejo jubón, se transforma en este contexto valenciano en prenda digna de elogio. Viene a ser como exteriorizar el deseo de que el País Valenciano llegue a ser algún día un referente de normalidad lingüística en el concierto de los pueblos hispanos y europeos. La camiseta, que centenares de ciudadanos no quisieron ocultar este año, aunque estén aturdidos con el eco de los misiles, sigue pegada a la piel. Y no es una camiseta estrecha y aldeana; es una camiseta humilde que paga quien la viste y ayuda a identificarse con quienes también la visten en esos encuentros masivos a favor del valenciano que se han llevado a cabo en Almassora, en L'Alfàs del Pi, en Canals, en Els Poblets, pero no en la vida pública valenciana.

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