El paraíso cercano del Alentejo
QUIÉN NO está dispuesto a cruzar océanos, conducir miles de kilómetros, sobrevolar medio planeta, sólo para encontrar un pedazo de tierra en algún lugar que aún podamos denominar paraíso. A veces hay otro camino: encontrarnos por sorpresa, muy cerca de donde nos estresamos a diario para pagar la hipoteca, ese lugar que nos toca el corazón.
Quizá para algunos viajeros proactivos, lo paradisiaco puede residir en la práctica de deportes de riesgo. Sin embargo, otro tipo de viajero puede concebir que el lugar más cercano al ideal es aquel donde no hacer nada no supone perder el tiempo.
Probablemente el hecho de haber tenido que invertir poco esfuerzo, tiempo y dinero en llegar a un lugar que proporciona esas sensaciones lo dota de un valor añadido.
Santa Clara-a-Velha es un minúsculo pueblecito del Baixo Alentejo, en Portugal, ese vecino a veces denostado y superficialmente conocido. Enclavado en el Concelho de Odemira, el acceso a Santa Clara y sus alrededores nos conducen por la tradicional arquitectura alentejana, dominada por la pureza del blanco y el optimismo del añil.
Ahora bien, nuestro verdadero destino exige adentrarse unos 15 kilómetros a través de los montes que rodean Santa Clara, montes que esconden con mimo un antiguo barranco, hoy lago inmenso, donde el alma alcanza un estado tántrico con la sola contemplación de las aguas más pacíficas que puedan imaginarse.
Sólo hay dos alojamientos posibles: la Quinta do Barranco da Estrada y la pousada correspondiente, que nos ofrecen, no obstante, la posibilidad de realizar actividades acuáticas, semanas temáticas de relax, excursiones a caballo, senderismo y observación de aves en una de las zonas más visitadas de la Península por los ornitólogos. A quienes no baste la lectura bajo el sol con un pie en el lago, quizá satisfaga la conducción por carreteras rurales en las que no está de más encomendarse a san Cristóbal, patrón de los conductores, puesto que localizar con un móvil un taller no parece una gran solución en caso de avería.
Un lugar para quien aún no esté convencido de que somos criaturas inmensamente pequeñas a merced del azar.
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