Leilah el Ouamaari sólo quería ser feliz
La médica asesinada por su compañera contó hace unos meses a EL PAÍS su experiencia como voluntaria de una ONG
La médica asesinada en la clínica de la Concepción hace dos días a manos de una compañera desequilibrada sólo tenía una ambición en la vida: ser feliz. Y había elegido una vía muy concreta para conseguirlo: ayudar a los demás. Primero, estudiando Medicina. Segundo: invirtiendo buena parte de su tiempo libre en labores de asistencia voluntaria. ¿Cómo lo sabemos? Porque ella misma lo dijo hace sólo unos meses, en una entrevista que concedió a El País Semanal y que aún no había visto la luz. Su muerte el jueves, a mano de una compañera de trabajo, otorga a sus palabras una nueva dimensión.
Leilah había sido seleccionada como uno de los personajes que iban a ofrecer su testimonio en un reportaje titulado Las claves de la felicidad, a publicar en EPS en una fecha indeterminada. Una colaboradora de El País Semanal la entrevistó entonces y le preguntó acerca de su idea de una vida plena y satisfactoria. La elección de Leilah no era casual. La ONG Solidarios para el Desarrollo recomendó a la joven médica como una "persona excepcional, entregada, que realmente disfrutaba con su trabajo como voluntaria". Leilah, que aceptó de buen grado la entrevista, confirmó las expectativas levantadas por sus compañeros: "Ayudar a los demás es de las cosas que más satisfacción pueden darte en la vida. Siendo voluntaria me siento muy feliz", decía hace unos meses la joven facultativa.
"Ayudar a los demás es de las cosas que más satisfacción pueden darte en la vida"
Leilah comenzó a colaborar con Solidarios para el Desarrollo cuando estudiaba segundo de Medicina. "Siempre pensé que quería hacer algo por los demás, y este tipo de voluntariado sólo te roba unas pocas horas, es algo que está al alcance de todo el mundo, y me puse manos a la obra". Empezó haciendo compañía a enfermos que no recibían visitas en el Hospital Clínico de Madrid y también a pacientes de la planta de psiquiatría, ¡qué paradoja! En los últimos años había cambiado esa labor por la de acudir a una residencia de enfermos crónicos con discapacidades físicas y mentales. "Hacemos una labor asistencial, les ofrecemos compañía y les montamos actividades de ocio". Para Leilah, el rato que pasaba con esos enfermos no suponía ningún sacrificio. Incluso, decía, lo hacía "por placer". "Me lo paso realmente bien. Por eso llevo tantos años. En mi caso el voluntariado no es una actividad más, es en realidad una forma de vivir. Conoces gente que tiene problemas, que está sola en el mundo y a pesar de todo sigue adelante. Compartir esas experiencias es algo que a la larga te cambia la vida, porque te despierta la conciencia, necesitas saber por qué el mundo funciona como funciona, te aviva la curiosidad, te mueve a la reflexión, a interesarte por los demás". De su última experiencia con ancianos incapacitados sólo extraía lecciones positivas: "Te dan tanto cariño... Me lo paso bomba con mis abuelos. Además, te enseña muchas cosas: yo jamás en la vida había manejado una silla de ruedas, y cuando tienes que empujar una por la calle te das cuenta de lo terribles que son las barreras arquitectónicas, de lo complicado que puede resultar ir, por ejemplo, al cine".
Leilah no ayudaba a los demás como un simple ejercicio para tranquilizar su conciencia. Ella quería ponerse en la piel del otro. "Estoy convencida de que esta dedicación también me ayuda a ser mejor médica, a ser más comprensiva. En el hospital donde trabajo, las familias y los pacientes se quejan a menudo de que los médicos no les entendemos. Yo les doy la razón, pero creo que gracias a mi trabajo como voluntaria me siento más capacitada para tratar a los enfermos". Nunca podremos averiguar si su capacidad de comprensión la llevó a tolerar más de la cuenta la presencia de su compañera Noelia de Mingo, que, en pleno brote psicótico, la apuñaló hasta acabar con su vida.
Leilah estaba volcada totalmente en completar su formación como médica-residente de reumatología. Cuando empezó la carrera de Medicina tenía en mente viajar y quizá trabajar algún día con Médicos sin Fronteras, pero ese sueño se fue diluyendo, porque su profesión y sus relaciones familiares y de pareja la tenían bien anclada en Madrid. "El trabajo que hago en La Concepción me resulta hoy por hoy muy gratificante", confesó. No hubo ocasión, porque no era ése el motivo de la entrevista, de hablar sobre los compañeros de trabajo, ni siquiera habló mucho de su pareja. Fernando Alberca, su novio desde hace siete años, fue el primero en transmitir a la opinión pública que los que trabajaban con Noelia de Mingo llevaban tiempo atemorizados por lo que ésta pudiera hacer. Y aseguró que en la clínica estaban al tanto de su enfermedad. Ahora asegura que va a emprender acciones legales contra el centro hospitalario, porque está convencido de que la escena de terror que convirtió la tercera planta de la clínica de la Concepción en una película de miedo y sangre podía haberse evitado.
Leilah el Ouamaari tenía un entusiasmo contagioso: "Mi hermano, que es más pequeño, ha seguido mi ejemplo y se ha hecho voluntario, y hasta mi madre, que trabaja como traductora, también se ha apuntado a Solidarios y dedica algunas horas a acompañar a un anciano que vive solo en su domicilio". Hace dos días, el destino se quebró para Leilah y para todos los que la querían.
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