Panorama
A pocos días de que finalice el plazo para cerrar las listas electorales, el PP todavía no ha desvelado del todo quiénes serán sus candidatos a los ayuntamientos y a las Cortes. En circunstancias normales este retraso tendría poca sustancia, pero con la que está cayendo no le falta fundamento. El PP estaría tratando de evitar las previsibles espantadas de los damnificados, lo que intensificaría la sensación de descomposición en las filas populares y perjudicaría aún más la decaída moral de la tropa. El empecinamiento personal de Aznar en esta guerra ha desmovilizado, así por lo menos lo consigna la demoscopia, a buena parte del electorado centrista del PP. Ahora el partido se ha quedado quieto sobre el alambre sin red, con la seguridad minada y la campaña electoral rota, y quién sabe si obsoleta. Mientras tanto, la desazón ha calado hasta la médula de los populares más profesionales, a la espera quizá de que la guerra termine en un par de semanas o, si la cosa se pone muy fea, que Aznar señale a su sucesor para que éste pueda desmarcarse de su posición y, a través de esa gatera, salvar los muebles. Porque lo que es evidente es que la coalición angloamericana entrará en Bagdad aunque tenga que rayar el coche. Y si la ciudad le plantea a Bush la disyuntiva entre Vietnam o Hiroshima, Sadam Husein dispondrá de 48 horas como Hiro Hito para rendirse antes de que le caiga el firmamento encima. Por el contrario, el PSPV, sin poder acreditar demasiados méritos para ello, roza el cielo, pese a que en esos mismos sondeos no logra reclutar muchos más votos de los que ya tenía. Sólo un acontecimiento extraordinario como el derivado de la actitud de Aznar en el conflicto podría madurar esa posibilidad, aunque por ahora sólo se trata de una expectativa. Aun así, con una alternativa con tantas contradicciones como convicciones, que ha cerrado la legislatura berreando en las Cortes como si nunca hubiese gobernado, con menos propuestas que pancartas, sin trinis ni zapateros -sino todo lo contrario- ni autoridad para hacer dimitir a un tal Rafa Rubio tras ofender a los enfermos de cáncer, pues como diría el torero Rafael Gómez Ortega, El Gallo, no se sabe qué es peor, si fracasar en Madrid o triunfar en Barcelona.