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LA CRÓNICA
Columna
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El arte almacenado

Cada vez que contemplaba una de esas instalaciones -normalmente de grandes dimensiones- que llenan los museos y salas de arte contemporáneo me preguntaba si era el propio artista quien montaba la obra o, en caso contrario, cómo se las apañaban los comisarios y conservadores para ser fieles al concepto del autor. Porque, claro, no es lo mismo colgar una tela que, por ejemplo, reproducir la instalación de Ilya Kabakov For sale: la representación de una casa que se cierra, con muebles, libros, lámparas, cuadros... También me preguntaba cómo y dónde se almacenaba todo aquello y qué pasaba si, por ejemplo, a algún visitante se le ocurría que podía agenciarse la revista dejada como por casualidad encima de una mesa. ¿Se consideraba un robo como si de un Tàpies se tratara, o sólo era vista como una simple revista que puede ser sustituida por otra? Ya se sabe que los artistas son muy maniáticos... ¿Y qué cara ponían los de la compañía de seguros ante un robo de estas características? Todo parece muy complicado y a mí me quedaba siempre la duda de qué es lo que pasaba en un caso semejante. O sea: ¿qué se cuece detrás de una exposición de arte contemporáneo?

Las obras de arte tienen su 'book', una carpeta donde se explica cuáles son sus piezas, cómo se montan y con qué material se guarda mejor

Hace unas semanas fui a Caixafòrum a ver la exposición Col.lecció d'Art Contemporani. Efectivamente, vi la instalación de Kabakov que, por cierto, estaba metida en una habitación cerrada y sin vigilante. Una vez dentro, ¿quién me impedía meter uno de los libros en el bolso? Miré si había alguna cámara y, a menos que fuera oculta, no vi ninguna. Abrí el libro en cuestión y no me pareció digno de robo, así que lo dejé todo tal como estaba y salí a la sala grande donde, allí sí, había un guardia que me miró. Temí ser cacheada, pero mi cara de inocente debió de hacerle desistir. Eso sí, cuando llegué a casa llamé a la conservadora y restauradora de Caixafòrum, Cecília Illa, para que saciara todas mis dudas.

Encontré a Cecília en bata blanca, en plena tarea de desmontar la sala tres. En aquel momento un puente grúa levantaba una de las piezas de 2.000 kilos que componen la obra de David Rabinowitch. Cecília no paraba de sacar fotos. "Son para el book. Así la próxima vez desmontaremos en la mitad de tiempo". Traducido: cada obra de arte tiene un book, una especie de carpeta de fotos donde se explica detalladamente cómo y con qué elementos se monta y desmonta cada pieza, cómo y con qué material se guarda y cuántas personas se necesitan para el trabajo. Las fotos marcan también cualquier pequeña rozadura y el estado de conservación. "Se trata de mirar las fotos y seguirlas paso a paso. La cuestión es que la obra no baile dentro de la caja". Para ello juega con una serie de materiales como los tacos de madera, el tissue, glassin, papel japón... "Si la pieza está bien embalada, el golpe lo recibe la caja y no lo de dentro", afirma Cecília. Todas estas cajas van a parar a unos almacenes. Los de pintura están en los sótanos de Caixafòrum y la escultura e instalaciones en L'Hospitalet.

Otra de las instalaciones complicadas es la de Miguel Navarro, Des del terrat, cientos de piezas de terracota y vidrio de todos los tamaños que representan la maqueta de una ciudad arcaica. ¿Vino el artista a montar la obra? En este caso no, porque el jefe de montaje, Carlos Comas, ya había montado la instalación en más ocasiones y Navarro le daba vía libre. "En las obras complicadas se llama al artista. El espacio nunca es el mismo y se pueden hacer versiones", comenta ella. "En este embalaje las piezas se agrupan por tamaños, envueltas en papel de seda y colocadas en cajitas". Y ya no puedo resistir preguntarle por la habitación de Kabakov. "Esto estaba pensado como una instalación efímera, montada en Estados Unidos. Es decir, los elementos desaparecían, sólo se mantenían los cuadros. La Caixa compró la obra -o la idea de la obra-. Kabakov vino a Barcelona y yo le acompañé por los brocanters de la ciudad a comprar todos los elementos. Él tenía muy claro el color de la pared, la altura de los cuadros, hasta se recurrió a un arquitecto". Me quedo de piedra y la sigo hasta los almacenes y su taller, escuchando religiosamente sus explicaciones. Tampoco puedo evitar preguntarle si les habían robado alguno de los libros. "Pues esta vez no, pero en otras ocasiones han desaparecido objetos. Entra dentro de lo posible. Lo primero que se hace es hablar con el artista; si la cosa es sustituible como un libro no hay problema. Si una obra de arte sufre un desperfecto se hace un informe y se pasa a la compañía de seguros".

Cecília Illa lleva 11 años con esta colección. No sólo se encarga de la conservación, sino de restaurar. Su taller, en las profundidades del magnífico edificio de Puig i Cadafalch, podría parecer el túnel de la bruja de un parque temático. Me enseña el frigorífico donde se guardan las fotografías en color a 15º y otro compartimento con un olor inconfundible gracias a un busto de chocolate negro. Dos jóvenes están trabajando rodeados de rollos de plástico y papeles. Acaban de traer una nueva obra, una urna con una ardilla disecada. "¡Vaya, aún no había trabajado con animales!", comenta Cecília divertida. Si algún día lo ven expuesto no pasen de largo, alguien se estruja las neuronas para que esté a punto.

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