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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra y propaganda

La revolución electrónica permite que la guerra de Irak se libre en parte frente a las cámaras de televisión, y que sus verdades y mentiras difundidas por los satélites puedan alterar el rumbo mismo de los acontecimientos. EE UU se ha dado cuenta tarde, aunque sólo han transcurrido dos semanas, de que su idea de meter entre sus unidades de combate a cerca de 700 periodistas -elogiada en contraste con el apagón informativo impuesto en 1991 por el entonces ministro de Defensa, Dick Cheney- no sirve a sus intereses, ni técnica ni políticamente.

Formalmente, porque centenares de informaciones fragmentarias emitidas simultáneamente no permiten a los telespectadores hacerse una idea real de la marcha del conflicto, y se limitan más bien a zarandear sus sentimientos con imágenes sin selección ni contexto. En el plano propagandístico, porque la idea del Pentágono era que las informaciones de los incrustados contribuyeran a amplificar la estrategia de "impacto y pavor", que asumía un desplome inmediato del régimen de Sadam Husein.

En su lugar, cientos de periodistas sin contacto entre ellos ponen cada día de relieve las dificultades y carencias del ataque angloestadounidense. Suyas son las informaciones que muestran a los iraquíes en actitudes diametralmente opuestas al bienvenido Mr. Marshall augurado por el ministro de la guerra, Rumsfeld. Suyos son los relatos lacerantes de las muertes de civiles, como el reciente sobre la aniquilación de una decena de mujeres y niños en una furgoneta, publicado en primera página de The Washington Post, un periódico que precisamente apoya la guerra contra Sadam Husein. Y a ellos les cuentan los jefes de las unidades una versión de los acontecimientos que a veces difiere crudamente de la edulcorada que se suele presentar en la sala de prensa del centro de mando de Qatar.

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Para complicar más la visión del conflicto que Washington pretendía imponer, está Al Yazira. La de Irak es la primera guerra cubierta en directo y por satélite por una cadena árabe. Lo que supuso hace doce años CNN en la primera contienda del Golfo lo representa hoy en buena medida la emisora financiada por el emir de Qatar. Al Yazira ha difundido entrevistas iraquíes a prisioneros de guerra estadounidenses en circunstancias límite, violando la Convención de Ginebra, y ha mostrado sus cadáveres en el campo de batalla. La protesta de Washington por lo primero tendría más valor si el Pentágono viera la viga propia además de la paja ajena; porque los prisioneros llevados de Afganistán a Guantánamo siguen todavía en un desierto legal y se les niega la protección acordada por las leyes de la guerra. En la revolución democrática que Bush dice querer para el mundo árabe, cadenas como Al Yazira, pese a su frecuente tendenciosidad, tienen un papel crucial que cumplir.

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