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Columna
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A flor de piel

Esta maldita guerra nos está desquiciando a todos. Parece como si los misiles que se abaten sobre las ciudades de Irak estallasen junto a nuestros tímpanos, aventando el comedimiento de otrora. Las gentes del PP con las que solíamos desgranar la actualidad política, alternando agudezas con humoradas, se han enrocado en el enervamiento, a menudo crispado. Las de enfrente, en cambio, andan enardecidas con el estampido y las cruentas imágenes que nos sirve a diario la televisión. El conflicto, en resumidas cuentas, se ha instalado entre nosotros, dislocando las relaciones personales y más notoriamente el discurso de no pocos políticos y la prosa de otros tantos comentaristas.

A esta galvanización de los ánimos, o eso creemos, ha debido responder el desafortunado desahogo retórico del concejal socialista y candidato a la alcaldía de Valencia, Rafael Rubio, un tipo aparentemente tranquilo y con muchos años de vuelo en este oficio. Como quizá sepa el lector, el dicho edil, en el curso del último pleno, cedió al ímpetu de su acometida verbal y se refirió a la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, en unos términos personalísimos impropios de la su sensibilidad. Rectificó con presteza y doy por cierto que con verdadera contrición. Pero la pata estaba ya metida hasta el corvejón y no puede sorprender que los adversarios se abatiesen sobre su yugular. ¡Pues no han de estar escocidos los ediles populares con la granizada que les está cayendo!

En modo alguno diluimos la penosa ligereza cometida por el citado candidato, siendo así, además, que para zurrarle la badana a la peculiar ministra no hace falta demasiado ingenio ni insidia. Ella misma se descalifica con sostenida tenacidad, pues es obvio que la función le viene grande y a ojos vista parece un personaje descolgado de uno de los lienzos que Goya dedicó a la realeza. Pero los tiempos no están para exquisiteces, sino más propicios a la faca verbal. Un extremo que Rubio no debió soslayar a fin de impedirle esta victoria pírrica a sus antagonistas, que no han perdido un minuto en explotar abusivamente la oportunidad de convertir al edil en un individuo despiadado, reo de lapidación. Y no es eso, por más que los nervios estén a flor de piel.

Algo parecido al rifirrafe de EU con el portavoz del PP, quien en el mentado pleno adujo que, en el País Vasco, los miembros de aquellas siglas no necesitan escoltas. ¿Dónde está la ofensa o incongruencia? No les ha imputado por complicidad con el terror u otra abdicación reprobable. Se trata (el que puedan prescindir de las escoltas) de un hecho plausible que, no obstante, marca una diferencia dramática y política con los afiliados y simpatizantes de las otros partidos constitucionalistas de Euskadi, el PP y el PSE. ¿Puede tal nimiedad abonar una querella? Jo, cómo está el patio. Acaba pronto esta guerra o habrá que hablar y escribir con el asesoramiento de un abogado.

Ante un panorama como éste, en el que las cañas se tornan lanzas, no hay que esperar debate preelectoral alguno. No sobre los programas y menos aún acerca de la guerra que nos abruma. Si no acaba a tortas, la disputa concluirá en el juzgado de guardia. El síndrome de Bagdad y su nefasta pirotecnia ya ha hecho mella entre políticos y vecindario. El frente está en los hemiciclos, en los cenáculos y en la calle.

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