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Columna
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Bombas y pateras

Basta darse un paseo por el barrio de Russafa para comprender que la guerra de Irak no sólo es ilegítima, ilegal e inmoral, sino que además es una guerra civil en esta aldea globalizada. En mis vecinos de Russafa y Mont-Olivet está toda la humanidad.

Un paréntesis: no es casualidad que sea Russafa el barrio que concentre la efervescencia creativa de la Valencia de nuestros días. En la galería Color Elefante, de la calle de Sevilla, puede contemplarse hasta el próximo domingo Pateras, una exposición en la que Paco Bascuñán reflexiona sobre ese viaje como huida y supervivencia. La exposición poco tiene que ver con su trabajo diario como diseñador. Es más bien "arte y ensayo", un "fondo de carpeta", a partir del cual poder experimentar con nuevas ideas, como ya hizo en N/S, la exposición que montó en La Esfera Azul.

Volviendo a los ojos y las caras de Irak y de Russafa, no puedo evitar acordarme del discurso de Octavio Paz en la apertura del Congreso de Intelectuales y Artistas de 1987, celebrado en conmemoración del que tuvo lugar cincuenta años antes en la Valencia republicana. En el Palau de la Música, Paz rememoró un recorrido por las aulas y bibliotecas de la Ciudad Universitaria de Madrid, transformadas por la guerra civil en trincheras y puestos militares. Cuenta Paz: "Al llegar a un amplio recinto, cubierto de sacos de arena, el oficial nos pidió, con un gesto, que guardásemos silencio. Oímos del otro lado del muro, claras y distintas, voces y risas. Pregunté en voz baja: ¿quiénes son? Son los 'otros' me dijo el oficial. Sus palabras me causaron estupor y después, una pena inmensa. Había descubierto de pronto -y para siempre- que los enemigos también tienen voz humana."

Ahora, a José María Aznar le ha ocurrido algo que va en sentido contrario a lo que le sucedió al poeta mexicano en aquel Madrid bélico. Aznar tiene un grave problema de percepción. Unas semanas antes de que empezase la guerra algunos dirigentes del Partido Popular contaban, en privado, que una de las causas que habían decidido a Aznar para alinearse inequívocamente con Bush era su temor a una invasión marroquí de Ceuta y Melilla y su convencimiento, tras el incidente de Perejil, de que, llegado el caso, sólo el apoyo norteamericano a España podría disuadir a los marroquíes. Aznar ya no conoce el país e ignora al paisanaje, no sabe que en el desierto de Almería hay incrustadas aldeas del Rif y que Ceuta y Melilla se extienden por las calles de muchos barrios de Madrid, Barcelona, o Valencia.

Por eso, la ruptura del ex ministro de Trabajo Manuel Pimentel con el Partido Popular sirve para fijar con precisión la distancia del Gobierno de Aznar del centro político que decía querer ocupar y del mensaje de moderación que le llevó al poder. Fueron las desavenencias sobre política de emigración y algunas actuaciones de sus subordinados, las causas que llevaron a Pimentel a abandonar el Gobierno. Ahora Pimentel ha denunciado "el cómplice impulso" del PP a "las bombas que caen en estos momentos". Y se cierra el círculo cuando el Tribunal Supremo deslegitima la política de inmigración del PP al anular once artículos del reglamento que desarrolla la Ley de Extranjería: la guerra del PP contra los inmigrantes también es ilegal.

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