Mercados persas y otras víctimas
Mañana se inaugura la fastuosa Ciudad de la Justicia de Valencia y está previsto, como corresponde, que asista el presidente José María Aznar. En otras circunstancias, las autoridades autonómicas y el partido que las ampara exultarían de gozo con esta suerte de fiesta mayor que acontece, además, en este tramo electoral. Pero no es así. Asumen sin alegría la perentoriedad del evento porque temen, y no sin motivos, que el esperado fasto aliente otra manifestación multitudinaria contra la guerra, que en este caso se acrecería probablemente por la presencia del aguerrido visitante. No ha faltado quien, informado o precavido, anticipe un compromiso previo e inexcusable del titular de La Moncloa con el fin de desactivar el mentado riesgo.
Pero tal riesgo, así como la fatalidad de la contestación vecinal, es la rúbrica de todos los actos públicos protagonizados por el Gobierno autonómico. Da la impresión de que los misiles y otros artefactos disparados por las tropas de ocupación aliadas se abaten por estos lares con tanta precisión como sobre los mercados persas. Con una diferencia obvia: estas víctimas podrán contarlo, aunque de momento anden escaqueadas y sólo se atrevan a comparecer encarando con resignación el reproche de la calle. Así las cosas, no vemos de qué manera podrá desarrollar su campaña el candidato popular, Francisco Camps. Que TVV le capte en Roma a propósito de una canonización, o en la tribuna de un estadio lejano, no nos parece la fórmula idónea para colmar el déficit de valoración y conocimiento que todavía arrastra en esta circunscripción el aspirante a regir la Generalitat.
Los pronósticos, por otra parte, no propician el optimismo en las filas del PP. Después de diez días guerreando, los expertos auguran, como es sabido, un conflicto más dilatado de lo previsto. Las desarrapadas fuerzas de Sadam Husein se niegan a rendirse y por más que se nos antoje prodigiosa tal resistencia, la conquista de Bagdad se llevará por delante muchas vidas y, en cuanto nos concierne, otras tantas aspiraciones políticas. Pensemos qué podrá pasar el 25 de Mayo, en plenos comicios autonómicos y municipales, en el supuesto de que cunda todavía el fragor de la batalla. Si en estos instantes el PP carece de un argumentario eficaz para salvar la cara, ¿cómo ha de predicar en ese trance que la guerra nos conviene u otro sofisma semejante?
El partido gobernante lo tiene difícil. Pero, dicha esta obviedad, hay que subrayar una ventaja que les favorece y que no puede pasarnos inadvertida, a poco que observemos los acontecimientos. Nos referimos a la que se desprende de este mismo acosamiento que está sufriendo el PP y sus gentes. Nada les sería más propicio que se desbordase este caudal de protesta pacífica, del que ya emergen brotes violentos e incontrolados, o acaso oportunamente controlados. Si a alguien no le interesan tales desmadres es a los manifestantes de buena fe que se movilizan con insólita espontaneidad -¿o piensa alguien que las siglas políticas convencionales son capaces de llenar las plazas públicas?- y que son los primeros llamados a reprimir o impedir los desmanes. Tanto es así que, de prodigarse, habríamos de sospechar que los jóvenes airados no andan por libre.
Al filo de esta situación, ya se comprende que la política doméstica ha decaído y sólo se aguanta por la inercia o perseverancia de los medios de comunicación. La derecha no se prodiga y la izquierda calla con la esperanza de que el clamor de la calle le haga el trabajo de desgaste. No obstante, los estados mayores partidarios están en el tajo, así como los cronistas políticos que hoy por hoy se disputan la caza de la gran noticia: quiénes se apuntan como nuevos consejeros del próximo gabinete. Un arcano, pero acerca del cual sí es posible dar alguna pista deslizada por quien comparte ese sancta sanctorum: los elegidos serán de la promoción política del presidente, de su misma generación o lindante.
Puede ser un aviso para navegantes, pero es coherente y, sobre todo, invita a mirar el DNI de los que hoy ejercen mando en plaza. Hace tiempo que la veteranía no es un grado. El país se lo pierde. No hay más que ver la leva política que se abre paso. ¡Uf!, qué peligro.
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