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Reportaje:

Todos firmes y patriotas

Los jugadores de la NBA deben cuidar sus gestos bajo amenaza de sanción

Javier Casqueiro

El frente casero de la guerra que Estados Unidos ha emprendido contra Irak dispone de su mejor válvula de escape en los deportes, especialmente en las grandes ligas profesionales. Las competiciones no se han suspendido pero todas las medidas de seguridad posibles han sido estudiadas. Y no sólo para prevenir cualquier ataque terrorista. Las autoridades, políticas y deportivas, pretenden evitar también toda fuga en los sentimientos patrióticos. Los clubes de la NBA han recibido esta semana una carta con las pautas de buen comportamiento que deben seguir sus admirados jugadores, como no comer chicles o meterse las manos en los bolsillos durante el himno o la izada de la sacrosanta bandera. Muy pocos deportistas se han atrevido a vulnerar esas normas o siquiera a criticar la guerra. No ha surgido entre los deportistas profesionales norteamericanos el movimiento crítico contra la guerra que protagonizan los actores de Hollywood. Los escasos signos de queja o distanciamiento han sido boicoteados, incluso por los propios deportistas.

Los escasos signos de quejas sobre la guerra han sido boicoteados, incluso por los propios deportistas

Los responsables de los clubes, de las ligas y las autoridades políticas rechazan que se conviertan las canchas en foros políticos. Dicen que ése no es su propósito. Los más activistas replican, sin embargo, que no hay nada más simbólicamente político que una bandera. Los comisionados de las distintas ligas han mantenido contactos y reuniones con los mandatarios de las distintas agencias de seguridad federales no sólo para incrementar al máximo los niveles de protección de los pabellones sino también para prepararse contra posibles alborotadores o agitadores. La mayoría de los jugadores no se atreven a hablar de este asunto. En el reciente partido de las estrellas de la NBA, el explosivo base canadiense Steve Nash tuvo la feliz ocurrencia de portar una camiseta contra los aires belicistas que corren ahora por la Casa Blanca con el lema "No guerra, dispara por la paz". No obtuvo una respuesta cualquiera. El gigantesco pívot David Robinson, ex marine y uno de los pocos jugadores en activo del maravilloso Dream Team, le reprochó el comentario, que no apoyara ahora a los soldados en el frente y le recomendó que se marchase del país.

La referencia a abandonar Estados Unidos tampoco es casual. La semana pasada, durante un partido de la liga profesional norteamericana de hockey (NHL) jugado en Canadá, los hinchas del Montreal, en la zona francófona del país, silbaron durante el himno norteamericano. Canadá es un aliado habitual de EE UU, pero con matices propios en este conflicto. Ahora esa formación canadiense recibe sonoras pitadas en canchas estadounidenses.

El tema de la bandera y el himno es habitualmente sagrado en EE UU, pero ahora alcanza cotas aún más sorprendentes. Cualquier desviación del modelo que debe representar un atleta provoca una conmoción. Eso causó una modesta jugadora de baloncesto escolar de las afueras de Nueva York cuando le dio la espalda a la bandera mientras se entonaba el himno. Toni Smith, con apenas 21 años, se ha convertido así en un símbolo, pero todavía con pocos y no relevantes seguidores. En algún partido, además, ha tenido que soportar cómo veteranos de alguna guerra le plantan cara e insultan blandiendo las sagradas barras y estrellas.

El clima no está para las disensiones. Tampoco para los grandes debates ideológicos. Un pívot de los Golden State Warriors (guerreros), Adonal Foyle, lleva tiempo promoviendo una fundación política, Democracy Matter, a favor del pluralismo. Foyle persigue algo tan complicado en este país como hacer compatible las opiniones críticas de Nash o Smith con las de Robinson o incluso con las del gordo Charles Barkely, ahora comentarista de televisión, que lamentó públicamente que el prestigioso periodista Dan Rather no hubiese aprovechado su entrevista exclusiva con Sadam Husein para matarlo.

La semana pasada, durante el solemne discurso de George W. Bush en el que anunció el inicio de la invasión, los partidos de la NBA interrumpieron su juego para emitirlo por sus enormes videomarcadores. En la mayoría de los campos, Bush tuvo más aplausos que abucheos. Uno de los recintos más receptivos resultó precisamente La Pirámide donde juegan los Grizzlies de Memphis y de Pau Gasol. El jugador español está concluyendo una gran campaña personal tras su segunda temporada en la NBA, pero aún se sorprende de muchas de sus costumbres y de cómo apenas se saca el asunto de la guerra en los vestuarios. En la noche del miércoles, Gasol reveló a la SER que la NBA les había ordenado por carta cómo portarse, incluso bajo amenaza de sanción.

Bryant, concentrado, y O'Neal, el 21 de noviembre de 2001.
Bryant, concentrado, y O'Neal, el 21 de noviembre de 2001.REUTERS

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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