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Los siete pecados de un apocalipsis

La guerra que el Gobierno español ha iniciado contra el pueblo iraquí es un apocalipsis, pues el diccionario lo define como una situación "espantosa" o "tremenda" que ocurre cuando se acaba un mundo. En lenguaje castizo, es el acabóse, que significa 'desastre', 'calamidad' y también 'abuso'. Hacia ese final desastroso cabalgan siete jinetes como siete pecados capitales del capitalismo que nutre y azuza a la extrema derecha norteamericana. Veamos cuáles son.

1. Se trata de una guerra decidida, antes del atentado a las Torres Gemelas, por el clan Bush, vinculado al PNSA (Proyecto para el Nuevo Siglo Americano), que pretende la hegemonía mundial de EE UU mediante unas guerras que sólo serían posibles, según el proyecto, cuando se produjese "un acontecimiento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbour". Se están publicando libros que apuntan a los verdaderos y secretos inductores del 11-S. La excusa del "terrorismo" permite guerras que, a su vez, lo fomenten y den nuevas excusas para invasiones de "Estados canallas".

2. Es una guerra que, como primer acto de poder, rechaza la ONU como foro democrático y máximo órgano definidor de la legalidad internacional, reduciéndolo a una ONG humanitaria que pague los cristales rotos; dinamita la Unión Europea para que no sea un contrapeso a la hegemonía de EE UU; establece para el mundo un régimen policiaco contra las reacciones de los pueblos agredidos o neocolonizados por el imperialismo de las multinacionales norteamericanas; impone un nuevo (des)orden que fomente la anarquía para justificar su represión (síndrome del bombero pirómano). Se organiza un apocalipsis porque se acaba con un mundo y se pretende sustituirlo por otro.

3. La guerra es el primer paso de un impresionante proyecto subversivo que frena drásticamente los esfuerzos de la humanidad por civilizarse. Es un acto anticivilizador e incivilizado que impone la ley del más fuerte en ese mundo selvático propugnado por el liberalismo capitalista, síntesis del egoísmo sin escrúpulos y del poder del dinero y de la fuerza bélica; sin moral pero con una religión fingida,blasfema y sacrílega, propia de un fundamentalismo mesiánico que invoca a Dios pero condena a los cristianos opuestos al nuevo Moloch, incluido el Papa de Roma. El capital más potente se desenmascara y ofrece su verdadero rostro de rasgos fascistas.

4. Mientras se preparaba, esta guerra ha pretendido intoxicar a la opinión pública con un lenguaje que invertía, cínica e hipócritamente, los términos del conflicto, aunque cayera en flagrantes contradicciones lógicas. Se viola la legalidad de la ONU para restablecerla; se hace la guerra para lograr la paz; se destruye Irak para reconstruirlo; se colabora al genocidio por motivos humanitarios; se promete guerra breve pese a la supuesta existencia de armas de destrucción masiva; si el desarme de Husein es la excusa, se le interrumpe el desarme; se dice que no habrá guerra si el dictador se exilia, pero en todo caso habrá invasión para destruir sus pretendidas armas; se liberará al pueblo iraquí bombardeándolo; se le asegura democracia y propiedad del petróleo mediante un gobierno impuesto por el vencedor, que controlará lo que se hace con el crudo; se invoca la defensa de la libertad, la democracia y el Estado de derecho, pero en Estados Unidos se restringen las libertades públicas y se violan los derechos humanos en un provocado clima antiterrorista sin base real y probada, mientras que, en España, sus gobernantes se encierran en un autismo que rechaza a la opinión pública; golpean a los manifestantes; desprestigian con injurias y calumnias a los partidarios de una paz auténtica y culminan con ello una larga escalada de despropósitos políticos, como el decretazo, la huelga general que nunca existió, la guerra del Perejil, el hundimiento del Prestige y la chapuza del AVE.

5. La guerra que está haciendo el Gobierno español es de agresión, no de defensa ni de prevención verdadera y, pese a las variables excusas dadas, lo único que pretendía desde el principio era invadir un Estado, derrocar su régimen político y sustituirlo por una administración extranjera o un gobierno títere que apoye el poder terrorista de Israel, así como establecer la hegemonía de EE UU en el Próximo Oriente, amenazando a Siria, Arabia Saudí e Irán y estableciendo enlaces con otras intervenciones futuras que ayuden a bloquear al gran rival capitalista del futuro, la comunista China. Se trata, pues, de una guerra que por sus objetivos vulnera la Carta de las Naciones Unidas y es radicalmente ilegal por no contar con el permiso del Consejo de Seguridad. Por tanto, sus dirigentes y participantes podrían ser denunciados ante el Tribunal Penal Internacional, con excepción de los norteamericanos, que, coherentemente con sus planes, se retiraron a tiempo del tratado.

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6. Desde la perspectiva española, esta guerra es inconstitucional por ser contraria a la dignidad humana y sus derechos inviolables (art. 10, l), entre ellos el derecho a la vida y a la integridad física (art. 15). Los artículos 8 y 97 de la Constitución española prohíben la acción militar agresiva, incluida la colaboración con otros actores de la misma. Los pactos con EE UU sobre uso de bases conjuntas dejan de ser constitucionales cuando la guerra es ilegal en sí misma. Por otro lado, la decisión unilateral de España de agredir a Irak exigía la declaración formal de guerra (art. 63, 3), autorizada por las Cortes Generales, cosa que, al no hacerse, confirma la aceptación por el Gobierno de llevar a cabo una guerra ilegal con todas sus consecuencias.

7. El último pecado de esta guerra abus(h)iva es el tejano adoptivo que marcha a la jineta sobre el misil tomahawk de la megalomanía. Ha dejado varados en la arena electoral a sus delfines; ha condenado a su partido a ser casi tan ilegalizable como Batasuna por atentar repetidamente contra la democracia con sus actitudes respecto a los demás partidos y a los ciudadanos; y está demostrando en toda la crisis una altura moral equiparable a la que ustedes imaginan. Su única aportación al resurgir democrático de España ha sido concitar las movilizaciones populares y estudiantiles más importantes y de mayor nivel ético desde el franquismo. Su última esperanza, antes de dejarnos en paz, es una guerra corta y unas mentiras televisivas que, en las futuras elecciones, permitan a cuantos votantes sea posible perder la memoria de su actual indignación. En caso contrario, no sólo para él, sino para el PP, eso sería el acabóse.

J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB

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