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LA DEFENSORA DEL LECTOR
Columna
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Periodismo y guerra

Los periodistas no salimos muy bien parados de la primera guerra del Golfo. En 1991, la madre de todas las batallas puso sobre el tapete otra batalla, la de la independencia informativa de los grandes medios internacionales de comunicación, o quizás sería mejor decir la de su sumisión al poder militar y los intereses de las grandes potencias en juego. La relación de los militares con la información en casos de conflictos armados, dicen los expertos, es cada día mayor, y la guerra del Golfo fue una clara evidencia de ello. Más que información, que prácticamente no existió, lo que entonces hubo fue propaganda.

Hace 12 años, los periodistas nos plegamos a la hora de informar, con mayor o menor complacencia, a las imposiciones y censuras del alto mando militar estadounidense, que capitaneaba la coalición internacional, y que condicionó hasta lo imposible la labor de quienes sólo pretendían contar los hechos o, lo que es igual, hacer periodismo de acuerdo con la famosa premisa de que información y verdad forman un binomio inseparable. El resultado lo conocemos. Un famoso cormorán embadurnado de petróleo, que no era de aquella guerra, y fuegos artificiales nocturnos dignos de Hollywood. Una guerra virtual, sin muertos, sin heridos, sin sangre, sin dolor, transmitida en directo a todo el mundo por la cadena televisiva CNN. Una guerra donde comenzaron a utilizarse los eufemismos "fuego amigo" y "daños colaterales", que gozarían de gran éxito en adelante. Luego supimos que pudo haber hasta 100.000 muertos iraquíes (las diferentes fuentes no se ponen de acuerdo en el número).

El conocido periodista británico Robert Fisk contaba recientemente en un artículo cómo entonces presenció grabar a la cadena de televisión ITV a unos perros salvajes que despedazaban los cadáveres de los muertos iraquíes en la carretera de Basora. "Por supuesto", decía Fisk, "la ITV nunca mostraría esa filmación. Las cosas que vemos, la suciedad y la obscenidad de los cadáveres, no puede ser mostrada. En primer lugar, porque no es conveniente mostrar esa información a la hora del desayuno. En segundo lugar, porque si todo lo que vimos hubiera sido mostrado en televisión nadie volvería jamás a apoyar una guerra".

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Ahora volvemos a otra guerra sobre el mismo escenario y con el mismo objetivo, Irak, aunque en esta ocasión son tres de los antiguos defensores los que se han convertido en invasores. Y los periodistas estamos de nuevo sobre las arenas del desierto, o en la legendaria Bagdad, para intentar contarles qué es lo que está pasando. Y quizá ustedes quieran saber si algo ha cambiado en estos años y si vamos a poder contarles lo que realmente sucede. Si podremos tener acceso a la información y no sólo a la propaganda. "Para comprobar el grado de información disponible hoy, 12 años después, sobre la guerra de 1991, basta con hacer una pregunta: ¿cuántos civiles y militares iraquíes murieron? La respuesta no existe. A Bagdad no le interesó revelar ese dato, porque hundiría las pretensiones de victoria creadas por los turiferarios de Sadam Husein. Tampoco le interesó a Washington, porque revelaría que sus armas nunca fueron excesivamente inteligentes". Es la desalentadora respuesta de nuestro corresponsal en Washington, Enric González, un veterano periodista que cubrió sobre el terreno la primera guerra del Golfo.

Las intenciones del Pentágono, a diferencia de aquella Operación Tormenta del Desierto, son en esta ocasión hacer el mayor despliegue informativo bélico desde la Segunda Guerra Mundial. Para ello cuentan con más de 500 periodistas en el frente, "empotrados" en las diferentes unidades de combate. Sólo han tenido que llevar su propio casco y chaleco antibalas. Un cambio radical en apariencia. Pero, como dice Donatella Lorch, corresponsal de guerra de la revista Newsweek, la convivencia con los compañeros de trinchera hace muy difícil ser crítico... Además, la lista de prohibiciones del Pentágono es grande. Contiene 19 apartados, y a las ya tradicionales censuras de toda guerra se han añadido otras. Así el éxito o fracaso de una operación sólo podrán ser descritos "en términos genéricos"; en casos concretos, el jefe de la unidad podrá vetar o embargar el trabajo de la prensa; los periodistas, que viajan en vehículos militares, sólo llegaran hasta donde el jefe de la unidad decida; no habrá retransmisiones en directo, y tampoco se pueden sacar imágenes de rostros de soldados norteamericanos muertos o heridos.

Ojos y oídos

La opinión al respecto de Enric González no permite hacerse ilusiones. "La integración de periodistas en unidades militares, una novedad de esta guerra, no se dirige a hacer transparente el conflicto, sino a contrarrestar la hipotética propaganda iraquí sobre posibles actuaciones brutales del ejército invasor. Es, pues, contrapropaganda y, en el mejor de los casos, información fragmentaria. El Pentágono hace, y hará, todo lo posible para ofrecer material secundario a las televisiones y a la prensa escrita, sin revelar ningún dato que "pueda poner en peligro los objetivos de la coalición o la seguridad de los soldados", en palabras del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y sin permitir que el público tenga acceso a imágenes "desmoralizantes". Esto no será Vietnam. Se parecerá mucho más, me temo, a la primera guerra del Golfo. Quizá, a causa de la paranoia y el secretismo creados por la obsesión antiterrorista, esta operación resulte incluso más opaca que aquélla".

No somos ingenuos. La información oficial de las partes en conflicto siempre es beligerante en una guerra, y no es fácil para los periodistas obtener información objetiva. Pero quizá les interese a ustedes, lectores, saber cómo EL PAÍS está cubriendo ésta y lo que piensan sus periodistas. No es una cuestión de mirarnos el ombligo, está en juego la fiabilidad de la información que ustedes tienen en su periódico todos los días. Y por tanto, también su derecho a conocer lo que honestamente podemos hacer.

José Manuel Calvo, redactor jefe de Internacional, asegura que, teniendo en cuanta la mala experiencia de la primera guerra del Golfo en cuanto a fuentes informativas, esta vez se ha organizado la cobertura de la guerra "con una apuesta total sobre nuestros ojos y oídos en las diferentes líneas del conflicto: enviados especiales en Bagdad, Kurdistán, Kuwait, Turquía, Jordania y Egipto y nuestros corresponsales en todo el mundo". Calvo mantiene que los principales problemas para sortear la propaganda están en Bagdad y en Washington. "En Bagdad hay una censura oficial bastante ineficaz, debido a la turbulencia de los últimos tiempos, que no nos está afectando en cuanto a nuestros enviados especiales. Y el Pentágono ha organizado una distribución de periodistas en diferentes unidades de combate: su trabajo está sometido a la censura militar". El responsable de Internacional añade que todos los periodistas de EL PAÍS "están trabajando por libre, con fuentes diversas y advertidos de los condicionamientos informativos que se sufren en las guerras. Tratamos de recordárselo al lector cuando manejamos informaciones en las que se deslizan elementos de propaganda y orientaciones interesadas".

Yolanda Monge, desde Kuwait, y moviéndose por libre, afirma que tampoco así tienen acceso a la información militar. "Los americanos controlan todo y no cuentan nada. La mitad del país está cerrada a los civiles y periodistas que no estamos con las tropas. Yo cuento lo que veo. Cuando subo hacia la frontera, el despliegue y la inmensa maquinaria de guerra de los estadounidenses, o los misiles que pasan sobre mi cabeza. Hablo con otros compañeros que están "empotrados" en las tropas americanas y luego intento contrastar la información, aunque resulta muy difícil. Esa parte, la militar, es la más dura. Me muevo mucho, hablo con la gente. Veo y lo cuento, intento ser lo más aséptica posible y poner nombre a todo".

Hechos y propaganda

Desde Bagdad, Ángeles Espinosa, una experta en la zona, reconoce que tienen muchas limitaciones -de movimiento, de envío de crónicas, de acceso a las fuentes- y que el trabajo de periodista siempre ha sido complicado en el Irak de Sadam Husein. "¿Significa eso que el periodista no puede separar hechos y propaganda, realidad e intoxicación? Por supuesto que no. Ésa es nuestra tarea, en ésta y en todas las guerras. Hace más difícil el trabajo, pero no nos exime de intentarlo. Si los portavoces oficiales venden una imagen idílica e inverosímil, hay que buscar el testimonio de la calle, la experiencia personal directa que cuestione, o confirme, sus pretensiones. Otro tema son los asuntos militares, línea roja en cualquier país del mundo. Con todo, en este país no existe la censura previa. Tampoco hace falta porque el control a los informadores es férreo, aunque desde que empezó esta crisis se ha relajado un poco. Por un lado, el Ministerio de Información se ha visto desbordado por los periodistas y ya no dispone de los suficientes "guías" para vigilar sus pasos. Por otro, muchos de éstos empiezan a flaquear en su lealtad al régimen en la misma medida que el resto de la población está perdiendo el miedo a decir la verdad".

Francisco Peregil, el otro enviado especial a la capital iraquí, asegura que su caso es un poco atípico, y su margen de maniobra, grande, al no estar en ninguno de los tres grandes hoteles donde se concentra la prensa internacional, lo que le permite moverse a su aire. "Me voy frecuentemente con los brigadistas internacionales, no tengo un guía oficial y he contratado traductores que no están controlados por el régimen. Tal vez el idioma, casi nadie habla inglés, es la mayor dificultad con que nos topamos para acceder a la información directa. Pero, por otra parte, ésta es la guerra en la que hay presentes más medios de todo el mundo dispuestos a contarla. Pero ¡ojo!, hablo de Bagdad, no sabemos lo que está pasando en Basora, no podemos movernos de la capital. Y si la famosa bomba electrónica existe, afortunadamente todavía no ha entrado en acción...".

Por su parte, Juan Carlos Sanz, desplazado a Erbil, en el norte de Irak, asegura contar, por el momento, con una razonable libertad de movimientos y obtener con facilidad salvoconductos para atravesar los incontables puestos de control del Kurdistán. "Las milicias kurdas son las primeras interesadas en airear su causa ante el mundo y en mantener un acceso directo a la opinión pública occidental, sobre todo ante un posible conflicto con Turquía. La norma general de las milicias kurdas viene a ser: "Sólo se puede pasar hasta donde nosotros nos atrevemos a pasar con seguridad". Sanz añade que, con el despliegue de tropas estadounidenses en la zona, se temen nuevas restricciones para el trabajo de la prensa internacional. "Hace una semana era posible visitar la pista de aterrizaje de Erbil, la capital kurda; ahora está terminantemente prohibido".

Al margen de la famosa bomba E, que con sus impulsos electromagnéticos de muy alta intensidad destruye todas las instalaciones informáticas o electrónicas, nuestros periodistas disponen ahora de una tecnología mucho más avanzada para retransmitir vía satélite, incluidas imágenes, y conectarse con Internet. Y en esta ocasión hay que contar también con la televisión Al-Yazira, la cadena árabe con 50 millones de televidentes, que puede suministrar imágenes propias a todo el mundo. La exclusiva, 12 años después, ya no está en manos de la cadena estadounidense CNN. Pero con sólo unos días de guerra la situación no parece muy diferente.

Ante este panorama sólo cabe, por nuestra parte, ser críticos, advertirles siempre de los intereses de las diferentes fuentes utilizadas, y de la imposibilidad, llegado el caso, de acceder a una información de primera mano. Y recuperar un lenguaje que ha sido pervertido y retorcido hasta extremos alucinantes. Llamar a las cosas por su nombre. Por su parte, lectores, estar alerta.

Los lectores pueden escribir a la Defensora del Lector por carta o correo electrónico (defensora@elpais.es) o telefonearle al número 91 3377 836.

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