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Tribuna:GUERRA EN IRAK | Opinión sobre el ataque
Tribuna
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Una guerra contra la Humanidad

Des gouvernants de rencontre ont pu capituler cédant à la panique, oubliant l'honneur (General De Gaulle, 14 de junio de 1940). Estos gobernantes de saldo, Aznar, Bush, Blair, lo hicieron en Las Azores, remedando esperpénticamente a otros, éstos sí, egregios antecesores. Pero nous sommes des vaincus provisoires d'un injuste destin (Marc Bloch, poco antes de ser fusilado por los nazis en Lyon). Y ésta es, probablemente, la primera guerra que se ha emprendido no en nombre de los "intereses nacionales" sino en nombre de los "principios y de los valores" ( V. Havel, 29 de abril de 1999, a propósito de la intervención en Kosovo).

Porque se trata de los principios y de los intereses, que nadie es tan ingenuo. Los principios de una vieja Europa, pero no de una Europa vieja. Con dos tradiciones, antiguas ciertamente. La de Tucídides y Hobbes, y la de los estoicos y Kant. Estos últimos, ahora, serían encarcelados en cualquier Guantánamo acusados de terroristas, de encubridores o de apologetas del terrorismo.

"Esta vez, ni los intereses ni los principios se dan la mano"
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Los principios, del lado de la paz, están inscritos en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, poco menos que un panfleto subversivo para alguno de los nuevos líderes mundiales. O en su Constitución, y las enmiendas que la hacen más vigorosa, pues era punto de partida, y no final como quieren los fundamentalistas de nuestro país. Unos pocos principios, que recogen las gentes sencillas, que somos todos, como básicos. La vida, la libertad, la solidaridad, la aspiración a la igualdad.

Y la paz. Como argumento y como garantía para conseguir todo lo demás. Una paz perpetua, quería Kant desde Königsberg, ahora Kaliningrad. Desde la fuerza de la vernunft, de la vieja razón griega que su Alemania esclarecida supo interpretar. Desde la raison, que llevados de entusiasmo adoraron los franceses en Valmy y en tantas partes.

Esta vieja Europa está autorizada a cometer nuevos errores. Nunca los viejos, los que la llevaron a confrontaciones horribles, en cada país, y entre nosotros. Una voluntad que nos lleva a las debilidades, como en los Balcanes de los años noventa. Pero también a la fortaleza de las convicciones. Hubo muros, pero también preguntas. Terror sin respuestas, y el ánimo de no perder la memoria en Buchenwald o en el Campo de los Almendros, de Semprún y Goethe a Max Aub. El siglo de los campos amenaza no ya con repetirse, que sería aciago, sino con propagarse como norma bajo las zarpas de Sharon en Jenin, en Gaza, con el estrépito de las risas y jaleos de las mayorías que aplauden las guerras como en el Congreso de los Diputados de España desde las bancadas del Partido Popular.

Estas mesnadas puede que ignoren la tragedia de Anual, a la que sus ancestros calificaron de éxito, pues sólo morían españoles de segunda clase. O las intoxicaciones de Hearst a propósito del Maine o Cavite. Patriotas sobrevenidos, demócratas pasados por el tinte de sus camisas viejas, se han divorciado, al cabo, de su ciudadanía. Ya no engañan, en su servilismo, al menos, reconcilian la historia de éste país: son los mismos, los de siempre, y nunca al servicio de nuestros conciudadanos.

Ni los principios, ni los intereses. Claro está, que lo de los principios hace tiempo que desconfiábamos. Ni siquiera los intereses. De vecindario, esto es Europa, el Mediterráneo, los árabes, los turistas, los socios comerciales, la energía y tal. Lo nuestro, vaya. Lo de cada día, el magrebí en la esquina, o el gas natural para la cerámica. El mueble o las lámparas, la tarea cotidiana. Y la muerte, el asesinato, el terror universal que la guerra desencadena entre las multitudes confiadas, mientras el bacilo de la peste, la de los iluminados nos invade, nos gangrena la energía de las gentes que queremos viejos principios, tan jóvenes como la paz, la libertad, la solidaridad.

Un dictador sanguinario, ayer aliado, no justifica la abyección culpable de la guerra. Una guerra contra la Humanidad, sin principios y con intereses. Expresos, declarados. Llevan años, como confiesan los interesados, Cheney, Wolfowitz, Rice, que esto es ventaja. Y desparpajo, a diferencia de los condottieri subalternos. Por cierto, ¿por dónde cabalga el Berlusconi de los amores patrios? ¿Por Guadalajara y el frente de Sigüenza? ¿De dónde saca pecho este compatriota que renegaba de las libertades constitucionales hace tan poco tiempo? ¿Quiere acaso volver a aplaudir a la Legión Cóndor? Ya no tiene a su Alemania ancestral, cuyo futuro es una Europa que él fragmenta.

Esta vez ni los intereses ni los principios se dan la mano con los intereses, y la ausencia de principios, del Gobierno republicano y reaccionario de los Estados Unidos de América. El vínculo transatlántico de los europeos tiene su fundamento en James Madison y en Franklin D. Roosvelt, el de los principios y el del arsenal de la democracia. Esto es, con los herederos de la tradición griega y europea. Esta guerra no es la suya, ni la nuestra. Ésta es una guerra contra la Humanidad.

El autor afirma que un dictador sanguinario,

ayer aliado, no justifica la abyección

culpable de una guerra

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia Contemporánea y diputado socialista por Valencia.

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