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Columna
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Humillados y ofendidos

Humillados, ofendidos y bombardeados. Así están ya -como querían Bush y sus dos tristes socios europeos- los iraquíes. Mientras los desgraciados rehenes de Sadam Husein, según cuentan las crónicas, observan desde las azoteas la mortal pirotecnia de la guerra, la hija de la madre de todas las batallas (una perfecta hija de su padre) pone a punto sus garras para estrujar el mapa del infierno sin dañar, eso no, sus pozos de oro negro, el mismo que alimenta nuestros utilitarios y arrastra nuestras vidas entre embotellamientos y programas-basura de televisión.

Dice el hijo del hombre que organizó la última batalla en estas tierras (todo pasa de padres a hijos en esta sucia historia) que "la guerra puede ser prolongada y difícil". Mal asunto. Sea la guerra breve como un disparo o larga como una enfermedad infectocontagiosa, la humillación de Irak será una herida honda de difícil o imposible sutura. Los numerosos hijos de barandas y prebostes franquistas que comulgan con Bush y desoyen al Papa podrían haber sido literalmente borrados de la faz de Serrano en los años cuarenta y cincuenta. Los numerosos hijos de barandas y prebostes franquistas que aplauden esta guerra con el argumento de que la intervención es necesaria para liberar al pueblo iraquí de una dictadura, olvidan que la España de los años cuarenta y cincuenta, con la derrota del eje del mal todavía reciente en la memoria y en el cine propagandístico de Hollywood, no era precisamente el régimen más presentable del mundo. Nadie hubiese aprobado sin embargo, ni los antifranquistas más beligerantes, una invasión a pelo de su país.

Cuando los españoles sentían que arreciaba la presión internacional, respondían aquello (en el mejor estilo Pérez-Reverte) de "si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos". Todo se olvida. Todo se miente. Todo se falsifica. Los marines no desfilaron por la Castellana. Desfilaron los generales Franco Bahamonde y Dwight Eisenhower en un coche regalado por Hitler y escoltados por una guardia mora. Tuvimos buena suerte, eso es todo, en lugar de petróleo.

Que nadie diga ahora que hubiese preferido la invasión y la guerra (otra guerra) en los años cuarenta a condición de librarse del César Visionario. Había otras maneras de zafarse de él, pero a nadie interesó el ponerlas por obra. La guerra que acabamos de estrenar, además de un fracaso de la razón humana, es un acto de pura humillación. Es curioso, por cierto, escuchar estos días a los portavoces del Gobierno español hablando del "conflicto" en lugar de la guerra declarada, completamente batasunizados y mirando a otro lado cuando estallan las bombas en Bagdad, invocando derechos colectivos y olvidándose de los individuos que sufren en sus carnes los efectos de esta ekintza ordenada por Bush, confundiendo los medios con el fin. ¿No quiso Francia liberarnos de la tiranía cuando nos invadió? Pero los españoles preferimos a Fernando VII. Claro que Bush no es Napoleón, aunque a José María Aznar se le esté poniendo cara de José Botella. Y a nosotros de idiotas. Y a los muertos iraquíes, de muertos iraquíes.

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