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Columna
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El doble

Miquel Alberola

Un buen negocio en estos días de incertidumbre económica consiste en correr apuestas sobre si José María Aznar tiene ya un doble, como Franco y como Sadam Husein, o si todavía se lo están buscando, puesto que resulta bastante arduo dar con un tipo que, además de sus correspondencias antropomórficas, reúna su mostacho, sus registros bufos de voz y su histriónico recurso dialectal. Puede que algunos acaben sacándose un buen pellizco con esta porra, que sin duda tiene mucho más morbo que apostar por quién va a ganar una guerra que, a falta de un enclave atestado de galerías como Tora Bora, se va a tener que decidir sobre las ruinas de Bagdad, como si fuera un nuevo Stalingrado, con toda la carne picada inocente que sea necesaria. Lo que es evidente es que mientras se dilucida si Terceira pasa a la historia como una nueva Yalta o sólo como la nueva estación de Hendaya, Aznar ya necesita un doble, como todas las estrellas que protagonizan películas con escenas de riesgo. Si con la lluvia de acero de ayer y las probables deserciones la guerra resulta ser una veloz autopista hasta Bagdad, en la que se logra aplastar al dictador en poco tiempo y menos bajas, Aznar ya no se va a conformar con poner los pies sobre la mesa junto a las botas de George Bush. Su próximo paso es beber champán en el zapato de Europa, sobre todo ahora que Jacques Chirac, entre ser Charles DeGaulle o Henri Philippe Pétain, se ha decantado por disfrazarse del último, quizá en un acto supremo de pragmatismo. A este Aznar, en cuyo imperio no se va a poner el sol, la historia le reserva el papel principal en el desguace total de Europa y su posterior reducción a un mero satélite de los Estados Unidos, en el que el euro sea la calderilla del dólar. Pero si por el contrario la guerra se convierte en un episodio tan interminable como sangriento, como apuntaba el horizonte de fuego abierto en Bagdad tras el bombardeo masivo de ayer, Aznar pasará a la historia como uno de los tantos generales que llevaron a sus tropas hasta la cumbre para despeñarlas. Y en cualquiera de los dos casos va a necesitar a alguien que dé la cara por él.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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