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Columna
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Folclore vivo

De un tiempo a esta parte se amontonan en mi mesa, atropellándose, discos y libros, noticias y artículos que vuelven a acusar una inusitada vitalidad del folclore en Andalucía. ¿Cómo es esto, en plena era de la culturilla global? ¿Qué posibilidad tienen las hormigas de sobrevivir a las pisadas del paquidermo? Tal vez sucede lo que en la copla que gusta recordar García Calvo: "Cuando no hay guerra, / parece como si no pasara nada. / Los gusanos tejen./ También las arañas". Teje, pues, la araña de los días su infinita paciencia para atrapar los versos perdidos del pueblo, la energía festiva de la gente, como si no pasara nada. Preventivamente, quizás. Como si Bush no estuviera avanzando, implacable, con un par de pícaros ratones encima, Blair y Aznar, cosquilleándole. "Me matan por haber dicho / que el pueblo no tiene patria", sentenció el bandolero Bac de Roda, pero ojo, bandolero catalán, que en todas partes cuecen las habas del descontento popular, y no de ahora.

Casi al azar elijo: una magnífica recopilación, en cuatro CD, del grupo folclórico jaenés Andaraje, arreglos musicales de Jesús Barroso, con las coplas de la aceituna, de la candelaria, del laboreo de los cortijos, romances, mazurcas y coplillas picarescas ("¿Qué es lo que me metes/ que tanto me agrada?/ Es un capuchino / con pelo de barba./ Sácala un poquito, que la quiero ver./ ¡Ay, qué rebonita, vuélvela a meter!".) Una joya de incalculable valor. También en CD (¡viva la técnica!) unas Canciones y juegos infantiles en el país de Los Pedroches, del no menos estupendo grupo folclórico Aliara, con todo aquello de la viudita del Conde Laurel que acabó casándose de nuevo, como quien no quiere la cosa, con la más bella niña del corro; y las cuitas de la Tarara, que dice que no bebe vino, pero debajo de la cama tiene un ventorrillo. También unos recientes romances cordobeses, editados impecablemente, y con su disco, por Alberto Alonso. Una nueva entrega del Cancionero popular de Priego (¡y van cuatro!), más un sinnúmero de actas y ponencias del VIII Congreso de Folclore Andaluz, celebrado en Córdoba hace un par de semanas, donde volvieron a bailarse y cantarse rondas y juegos infantiles, estilizados por una tierna coreografía de María Fernanda Álvarez. Vino viejo en odres nuevos. Así es como se salva el folclore.

¿Pero cómo es todo esto posible?, vuelve a interrogarse la araña en su telar. Mi teoría es que ese fondo libertario y transgresor que encierra el saber popular (y que fue arrancado de cuajo por las manipulaciones franquistas del género), renace de sus cenizas cuanto más cerca se siente la pisada del gigante gritón: ¡a carne humana me huele! Cenizas del hogar que no estaba apagado, el de la Institución Libre de Enseñanza y el Instituto Escuela, el de la II República, donde se formó Julio Caro Baroja y luego sus discípulos (algunos quedan todavía en los entresijos del sistema andaluz, como Antonio Limón y Antonio Mandly, sin que nadie les haga mucho caso). Y en fin, que las izquierdas, y la Junta de Andalucía, se equivocan no tomándose en serio la viva cultura de la gente, aunque parezca muerta. A los ejemplos me remito. Y que cada cual aprenda su juego, y si no lo aprende...

(Aznar, go home)

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