Estoy en crisis
ESTOY PELÍN DEPRE. No crean ustedes que este articulazo siempre tiene que ir de jijí-jajá y "en ese plan", como diría Umbral. Por cierto, he oído decir a Umbral que los columnistas de hoy en día utilizan giros que él introdujo, y que nadie se lo reconoce. Pues bien, Umbral, desde aquí te lo digo: yo te lo reconozco, pero claro, Umbral, como te digo una cosa te digo la otra, si tuviera que dar las gracias a todo el mundo que copio se me iría el artículo en agradecimientos y no es plan, como diría Umbral. Ahora que me acuerdo, escribía Umbral que Ana Belén, a la que él había jaleado tanto, ahora le pone verde por detrás. Yo no conozco a nadie en España que ponga verde por delante. Los americanos, por ejemplo, tienen la cosa esa de la sinceridad. Cuando me enteré de que en universidades americanas los estudiantes hacían un juramento por el cual se comprometían a no copiar en los exámenes casi me meo que te cagas. Aquí en España a falta de sinceridad tenemos mala leche. Mala leche, mala follá, mala sombra, mala idea. Cada expresión tiene su matiz pero acaban en lo mismo. Me dice Juan Cueto que lo primero que se nota cuando vuelves a España es la mala leche. Esto se completa con aquello que me dijo el psiquiatra Rojas Marcos: "Cuando te bajas del avión llegado de Nueva York notas el olor de España: tabaco y aliento de café con leche". Y mala sombra, como dice Cueto. Me lo dijo en la presentación del libro de Eduardo Arroyo El trío calaveras. Libro que tengo ahí esperando para leerlo pero antes me tengo que terminar Plataforma de Houellebecq que me tiene loquita de lo que me gusta. Llegué tarde a la presentación de Arroyo pero me dio tiempo a saludar a esos dos hombres de bandera: Arroyo y Cueto, que siempre te dicen algo original, y se agradece. Arroyo, rey de la vehemencia, decía que no podía soportar a aquellos que afirman que ahora se vive en España como en la dictadura de Franco. Algo sabrá él, que estuvo viviendo años en su exilio parisino. Y Cueto me habló, pues eso, de la mala leche: "Desde que he llegado aquí es que nadie me habla bien de nadie". Algo sabrá él, que ha pasado años viviendo en Milán.
Estoy pelín depre. No sólo porque las revistas femeninas nos recuerden que la primavera ha venido y que tal vez, chicas, nos encontremos con que nuestro cuerpo no es el mismo y que las carnes van a en franco descenso pero que, chicas, aunque tengamos cuarenta años y esos hijos de puta sólo tengan ojos para las de veinte, es tan maravilloso, chicas, esta edad de la madurez, se goza de experiencia y se tiene más dinero para comprar las cremas que os recomendamos: exfoliante de arena del Mar Muerto, anticelulitic, reafirmante, megahidratante, anti-age, y un largo etc, que si bien no te van a solucionar el problemita -lo tuyo es de intervención quirúrgica en la siguientes clínicas: la del Dr. Planas, la Ruber, La Zarzuela, etc- te mantiene la cabeza ocupada, que en esta edad maravillosa, chicas, es superfundamental, y para no deprimirnos, chicas, ¡generemos endorfinas! yendo a los siguientes gimnasios: ABC, Abasota, Palestra, donde podemos apuntarnos al spinning que es lo más y que consiste en pasarte una hora criminal en bicicleta al ritmo que te marca la sádica de la entrenadora. El spinning nos deja literalmente machacadas, chicas, sin fuerzas ni para deprimirnos. Sólo te sale de la boca la mítica frase Rambo: "No siento las piernas" y encima te duelen tus partes durante una semana (esto me lo dijo Ana Belén) y te inhabilita a nivel penetración de hombre o consolador (en su defecto), pero, chicas, es genial, qué caramba.
No sólo estoy depre por haberme leído íntegro el Vogue especial Anti-edad sino que estoy dando la charla en dicho Master del Universo y me encuentro con que mis alumnos/as, unos jóvenes ya con sus carreras, sus pelos en sus miembros, sus dos idiomas y algunos, sincerémonos, bastante potentes a nivel físico, han sido lectores míos cuando eran chiquitines. Y eso duele, chicas, porque les convierte casi en hijos míos y a mí me convierte en una señora de Age (edad). Salí del master deseando no haber escrito nunca libros que pudieran leer esos niños que hoy tienen pelos en esas partes con las que, como diría el Cosmopolitan, todas soñamos despiertas. A fin de consolarme en esta crisis Anti-Age que atravieso, mi santo, que aún siendo hombre y heterosexual, a veces es sensible, me llevó al cine. Vimos Chicago. Yo ya la había visto con mi Albaladejo. A las películas buenas voy dos veces porque mi santo me manda antes a ver si la cosa merece la pena. Me tomé el gingseng y nos fuimos del bracete. Qué maravilla. Después de ver a Catherine Zeta-Jones y a Renée Zellweger cantar y bailar, y escuchar esas canciones, te da un subidón que sales del cine pensando que le den por culo a la Age, al spinning, y a la exfoliante. La única nota triste de la jornada la puso mi padre. Le llamé al Azul y Oro porque sé que allí le pillo fijo escribiendo sus poesías de temática candente y me dice que tiene una poesía dedicada al Chapapote y que la ha mandado a una antología chapapoteña que se va a publicar en Galicia, pero que no se la admiten porque hay que ser o gallego o catalán. Es que ser de Albacete como tú, le digo, tiene delito en estos tiempos. Y me dice: "Pero para recoger Chapapote, bien que no les importaba que fuéramos manchegos". Y ahí le tengo que dar la razón, aunque sea mi padre.
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