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Columna
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Esto echa humo

Con maestros como Rajoy, Arenas, Cascos y Mayor Oreja, no sorprende que Marcela Miró se mudara en carbonilla, en plenitud de las Cortes. ¡Qué espectáculo!. Inmolarse por una lección batueca resulta patético, pero inevitable cuando la política se hace materia de fe y obediencia. La presidenta de la Cámara se desgañitó tratando de aplacar la insurrección de unos diputados, hartos de tanta chorrada. Algo parecido le habría de ocurrir a la alcaldesa, cuando la misma tarde intervino en el programa de Gemma Nierga, La Ventana, en el Palau de la Música. Y, sin embargo, ya ven: a Luis Díaz Alperi no le pasan esas cosas. El alcalde de Alicante se mete en harinas de este y aquel costal, para sacarse algo más que el pan, y el barrio de Benalúa le cae bastante más cerca que Irak. Pero Marcela Miró y Rita Barberá se chamuscaron las alas y se quedaron con salva sea la parte, a la parrilla. Ay, si Rita llegara a alcaldesa de Nueva York, Chicago o Los Angeles, y declarara la paz, otro Aznar le cantara.

Al cronista le entró el escepticismo, cuando hace unos días, los delfines de José María se pusieron pedagógicos y recomendaron a los aspirantes a cargos municipales y autonómicos que en sus precampañas y campañas electorales soslayaran los temas de la guerra y otros desvaríos, y se dedicaran a cuestiones más domésticas: al socavón de la esquina, a las fiestas patronales o a la recalificación del suelo, si deja a tocateja. Los delfines de Jose María, el propio José María y los candidatos municipales y autonómicos son unos metafísicos y aún no se han enterado de que la gente vive, pisa, disfruta y se suda la realidad, y hasta se estremece cuando se percata de la que le está montando los de un gobierno desleal a su pueblo y aquiescente a su patrón. Hay prioridades y ese pueblo no es ni manso ni insensible, cuando olfatea el umbral de los desastres y torcidos propósitos. El No a la guerra es una expresión profundamente sentida: el votante congelado y bienal se planta, y adquiere su pujante personalidad de ciudadano, con participación y mando en plaza. Por eso, los consejos de Rajoy, Arenas, Cascos y Mayor Oreja resultan tan pedestres como ociosos. No se puede mirar en dirección opuesta, a la del lugar donde se perpetra la barbarie.

En Valencia, pólvora para la fiesta y las fallas contra pólvora para una guerra sucia y al margen de la legalidad internacional. Pero esa pólvora, por más que se obstinen, no va a disimular el siniestro sonido con el que se nos pretende involucrar en una acción de la que abominamos, con toda contundencia. Crudo, pues, lo tienen quienes se fingen sordos, como Marcela Miró y Rita Barberá. Si finalmente se entra en guerra, nuestra Comunidad será arrastrada a ella, como el resto del Estado, por más que los delfines de Aznar recomienden hacer calceta y otras filigranas. Pretender como han pretendido ambas madamas, perseguir y arrancar carteles y pancartas, que expresan la voluntad mayoritaria, no lleva más que a su propia descalificación. Enfrentarse a estudiantes, obreros, sindicalistas, profesionales, funcionarios, no es sino evidenciar su incompetencia. Seguro de que la fe del carbonero no mueve montañas, pero provoca incendios. Y todo está que arde, que se desploma, que echa humo y que ya no hay quien lo soporte.

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