_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

87 años

Un 15 de marzo como hoy, hace 87 años, nacía Blas de Otero en Bilbao. El lunes próximo, en medio de los preparativos del estreno de la última guerra, que será la anteúltima, su ciudad recordará al autor de Pido la paz y la palabra. Será en la Biblioteca de Bidebarrieta, en el salón donde los liberales de la Sociedad El Sitio construyeron una de las tribunas más selectas de España, hasta que llegó el César Visionario y les cerró el negocio, incautó el edificio y ni García de Enterría pudo medio siglo después recuperar la casa del abuelo (la de mi bisabuelo galdosiano de la Margen Izquierda, la de bilbainos como Eusebio Abásolo o el invisible Javier de Bengoechea).

Allí estará Luis García Montero, junto a las voces de Soledad Bravo y Paco Ibañez; allí estarán los incondicionales de la poesía (ese pequeño pueblo en armas contra la soledad, en palabras del desaparecido Javier Egea); allí estará Sabina de la Cruz y allí estará, ante todo, la palabra del poeta, sus versos que no pierden el apresto, la costura perfecta de los clásicos y la vigencia histórica. Una vigencia histórica que el poeta no hubiese deseado. Porque al poeta la guerra le pisó los talones desde su nacimiento, aquel 15 de marzo de 1916, mientras el gas mostaza y otras amenidades químicas convertían los campos de Europa en el noveno círculo dantesco. Luego vendría nuestra guerra civil, los camiones erizados de armas que le transportarían al frente de Levante y una larga y oscura posguerra mientras el mundo, nuevamente, ardía por sus cuatro costados. Y después lo demás, las demás guerras, desde el Vietnam de Mailer y de Tobias Wolf a la Angola de Antonio Lobo Antunes.

De todas ellas supo Blas de Otero y contra todas ellas combatió desde el frente de papel de sus libros, no sin sufrir alguna que otra baja y unas cuantas mutilaciones chuscas. Pero a pesar de todo, desde el optimismo universal de la izquierda (un si es no es irenista o un si es no es panglosiano), el poeta murió convencido de que la Historia avanza (aunque sea dos pasos hacia atrás y uno adelante). El poeta no hubiera querido creer que su 87 cumpleaños coincidiría con una guerra como la que ahora mismo promocionan los Estados Unidos con la ayuda de un par de comerciales -representantes los llamaban antes- llamados Blair y Aznar.

Blas de Otero creía en el hombre (en sus tiempos la peste del lenguaje políticamente correcto no había infectado la literatura, de manera que no necesitaba recordar que su hombre era también mujer) por encima de todas las cosas. Hace 35 años, otro 15 de marzo como éste, el poeta recordaba en su 52 cumpleaños que seguía pensando lo mismo que a los siete, es decir, que las nubes eran grandes, los monopolios enormes y los vietnamitas chiquitos e invencibles. A sus 52 años seguía sin tener ni bicicleta ni televisor ni ganas de dormir ni, por supuesto, cuenta vulgar y corriente. A sus 52 años se plantaba en medio de los hombres y les espetaba que le engañaron a los 7 años, a los 17 y casi a los 27. A sus 52 años Blas de Otero seguía pidiendo la paz, y se la concedían de momento, y la palabra, y le mutilaban la lengua. Este 15 de marzo Blas de Otero hubiese celebrado -¿celebrado?- su 87 cumpleaños.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_