¿Heterofobia?
Éste es el único término que se me ocurre para calificar lo sucedido la pasada noche en una famosa discoteca gay de la Gran Vía de Madrid. ¿Hasta qué extremo se puede llevar el derecho de admisión? Detestable fue la acción de los porteros cuando no nos permitieron el acceso a mis amigos y a mí porque ellos no eran gays. "Aquí, sólo ambiente", era su argumento. O vistes como gay o tienes pluma o te declaras; ésos son los requisitos para acceder a esa discoteca.
Los homosexuales, encerrados en los armarios hasta la muerte del tirano, hemos tenido que vivir en la sombra debido a la discriminación a la que hemos estado sometidos durante años; por ello, siempre hemos luchado por la igualdad. Por este motivo me avergüenzo de ciertos sectores, minoritarios por suerte, del colectivo gay, cuando, una vez acomodados en esta nueva sociedad tolerante, se convierten ellos en verdugos, en discriminadores, utilizando una especie de ideología hitleriana teñida de rosa, pero con el mismo fondo, ejerciendo el mismo desprecio abominable hacia los heterosexuales. ¿Venganza? No lo sé, yo sólo siento pena y decepción.
En pleno siglo XXI, donde las casas cuartel de la Guardia Civil permiten a sus integrantes homosexuales vivir con sus parejas en comunidad, ciertos individuos se dedican a romper la armonía que comienza a nacer entre todas las orientaciones sexuales. Imaginemos la corriente de opinión que se generaría si una empresa hostelera utilizase el derecho de admisión para no permitir el acceso a homosexuales. Sin duda, los colectivos de gays y lesbianas alzarían la voz hasta cambiar la política de la empresa o, en su defecto, hundirla. Por suerte, como digo, estos fascistas de maglia rosa son una minoría dentro del colectivo gay, un colectivo, sin duda, progresista y tolerante.
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