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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vida en cuatro movimientos

Transcurridos algo más de treinta años de la aparición de su primer libro, La filosofía y su sombra (1969), Eugenio Trías (Barcelona, 1942) publica El árbol de la vida, un volumen (¿primero?) de carácter autobiográfico en el que alterna el relato y la reflexión, los recuerdos y los sueños, el autoanálisis y la crítica, la rememoración de los años de infancia y adolescencia en la Barcelona burguesa del nacional-catolicismo, las vivencias de joven universitario anímicamente torturado por el afán de absoluto -una sed que ora intenta colmar en la religión, ora en la poesía y en la filosofía- y las experiencias formativas, tanto intelectuales como humanas, que van modelando la personalidad y el talante espiritual de un escritor que, ya en plena juventud, se revela como un ensayista atípico dentro del panorama del pensamiento peninsular, como un autor controvertido, antiacadémico, riguroso, y por entero entregado a la que ha elegido como vocación a desarrollar a lo largo de su vida: la escritura filosófica. Trías narra su andadura biográfica hasta la edad simbólica de los 33 años, buceando en un pasado interior sin dejar de lado el paisaje externo cuyos elementos (afectivos, familiares, sociales, políticos y culturales) afectan de un modo decisivo el desarrollo de la inteligencia sintiente de la persona, y de la personalidad, cuya gestación a lo largo del tiempo es motivo de las páginas del libro.

EL ÁRBOL DE LA VIDA. MEMORIAS

Eugenio Trías

Destino. Barcelona, 2003

457 páginas. 20,50 euros

Al principio de El árbol de la vida, el propio autor se interroga acerca de la naturaleza del volumen que propone al lector. "¿Se trata de una biografía intelectual o filosófica, o de una biografía tout court, o de un libro de memorias, sueños y recuerdos, o de un libro de confesiones, o de una introspección general a la propia vida y a sus aspectos más problemáticos y oscuros? ¿Es un libro de meditación y reflexión, o es un relato, una narración, o hasta una novela sui géneris; una 'novela formativa' quizá?". Creo que considerar indefinición genérica estos interrogantes de Trías equivaldría a caer en el error. No sólo porque estamos ante un libro que no se deja encasillar en el género propiamente autobiográfico, ni memoralístico, porque no ha sido proyectado con tal propósito, sino porque, además, es fruto de la escritura de un autor que siempre ha huido, afortunadamente, de los géneros tradicionalmente puros. No en vano, su credo estético, en lo que se refiere a la escritura -y Trías no es sólo un pensador, sino un escritor como la copa de un pino-, responde a una aspiración renovadora que empezó a vivificar nuestro panorama literario a finales del decenio de los años sesenta y que tenía como uno de los frentes de batalla, el rechazo al encasillamiento y la limitación que suponía el sometimiento a las leyes de un género determinado.

En este sentido, vale la pena re-

cordar la fascinación que para la generación que en aquellos años empezaba a escribir -y a la que Trías pertenece- supuso la irrupción, por ejemplo, de Cortázar, cuyo El último round mezclaba poesía y relato para obtener un género no clasificado en los manuales académicos. Que los lamentables retrocesos creativos logrados en nuestras letras por el miedo al mercado hayan echado por tierra la vocación transgresora de la mayor parte de los escritores nacionales no significa que dicha vocación haya dejado de existir. Y Trías es una muestra. (Otra prueba de la obediencia al mercado y al supuesto de que para cumplir con el gusto del público es necesario "abaratar" ambiciones estéticas es que, actualmente, el citado libro de Cortázar no existe en sus obras completas: los poemas de El último round figuran en el volumen que recoge la poesía del autor, y las prosas en el que compila los relatos). Ya en sus ensayos ha recurrido habitualmente Trías a recursos propios de la novela, y en alguna ocasión ha declarado que, por ejemplo, su ensayo filosófico La edad del espíritu hubiera podido titularse La novela del espíritu. Y aquí, en El árbol de la vida, Trías no sólo recurre a la mezcla de géneros (relato, novela, confesión, obra de formación, reflexión, análisis de su propia obra publicada), sino a la mezcla de estilos. Así, la prosa nostálgica, rememorativa de algunos pasajes del libro -algunos entrados en el mundo de la infancia, y los dedicados al recuerdo de experiencias sentimentales importantes en su vida-, alterna con el estilo incisivo irónico de otros (como la rememoración de sus representaciones litúrgicas, cuando, en su infancia, ataviado con un disfraz de obispo, oficiaba misa para sus allegados y amigos de la familia, en los salones de las casas de la bienpensante alta burguesía barcelonesa de los años cincuenta), con la atmósfera inquietante con la que logra referir algunos sueños repetitivos o con la exaltación lírica con que habla de la obra de sus músicos preferidos (Haydn, Shostakóvich, Schumann, Bruckner, Béla Bartók...).

Gran aficionado a la música clásica, pasión en la que se inicia en su primera adolescencia (otra sería el cine), Trías ha construido El árbol de la vida atendiendo a una estructura musical, de la que él mismo da cuenta al lector advirtiéndole de cuál ha sido su intención: dividir el libro en cuatro partes, en cuatro "movimientos" que componen una suerte de sinfonía (la primera parte se corresponde con el primer movimiento, Allegro ma non troppo; la segunda, con un Andante cantabile; la tercera sería un Tempo di minueto, y la cuarta, el Finale, es un Presto, con tratamiento fugado). Esta estructura musical no es ni mucho menos gratuita, ya que su desarrollo está generado por algunos motivos conductores ("sentido wagneriano" del término, como gusta al autor) que se revelan como elementos determinantes para la operación que la obra se propone: configurar una identidad. "Motivos conductores" (algunos sueños, como el de la búsqueda de una plaza urbana a la que nunca llega, o el descenso vertiginoso por el eje de la tierra; el impacto que le produjeron dos películas: Vértigo, de Hitchcock, reveladora de su sentimiento de culpabilidad, y El árbol de la vida, que da título al libro) que se corresponden con experiencias decisivas en la vida anímica del autor y, también, en su obra. Pues uno de los logros de este libro es plasmar hasta qué punto los pilares de la obra filosófica de Trías están íntimamente vinculados a su experiencia existencial. A sus treinta títulos de escritura filosófica, sobre ámbitos tan distintos como la ética, la reflexión sobre la condición humana, la estética o la religión, añade ahora una obra que, siendo eminentemente literaria (como todas las suyas, por otra parte), cumple dos funciones de cara al lector: ofrece la lectura, casi novelesca, de la gestación de una personalidad, de una identidad, en un momento determinado de nuestra historia, y arroja una luz diáfana sobre la obra del más apasionante -y apasionado- de nuestros pensadores.

LOREDANO

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