_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

LUCA y yo

José Luis Ferris

Estamos de enhorabuena. Y no es para menos, ya que un grupo de evolucionistas moleculares acaba de encontrar el origen de la vida en una bacteria primitiva que apareció en la Tierra hace unos 3.500 millones de años. El organismo en cuestión se llama LUCA, así, en singular, gracias a las siglas inglesas last universal common ancestor, y tiene forma de lombriz. Nadie lo ha visto, lo sé, pero los maestros de la genómica han repartido por ahí un retrato robot bastante aproximado que nos permite hacernos una idea de su rematada simpleza. A mí me cae bien el tal LUCA, quizá por ser lo que es, sin más bodoques de los que hay, y quizá porque es el resultado del mínimo común múltiplo de todos los seres vivientes del planeta, es decir, de ese poto que se desmelena desde la mesa de mi despacho, al perro salchicha de mi vecina, desde los infusorios que bucean en mi taza de café hasta esa panda de golfos que nos destrozan la paz en nombre de dios es Cristo, Alá o aquel misil de largo alcance. Me explico. LUCA contiene los 572 genes que yo mismo comparto con el microbio de la levadura de esa media tostada que desayuno al levantarme -así de sencillo-, los mismos 572 genes que tienen en común el camello de Sadam y los gladiolos de la Casa Blanca. Lo que no entiendo es cómo LUCA ha podido consentir, con tantas similitudes como hay, que el resto de genes marquen la diferencia de un modo tan brutal y andemos ahora con la porquería hasta el cuello. Dicho con otras palabras: gracias a la ciencia de la genómica sabemos ya de dónde venimos -de LUCA, está claro-; también es fácil adivinar (por pura deducción) lo que somos; pero nos falta tener una idea más clara de hacia dónde vamos. La respuesta a esta última y peliaguda cuestión depende de algunos factores que nada tienen que ver con especies bacterianas o algoritmos genéticos.

Mucho me temo que el futuro de los seres vivos (usted incluido) está a expensas de una guerra ¿necesaria? ¿obligatoria? ¿preventiva? ¿inútil? Elijan el adjetivo, pero elijan bien, no vaya a ser que, después del genial descubrimiento genómico, tengamos que decir, sencillamente, "hasta luego, LUCA"; así, en singular.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_