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Reportaje:LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

El largo viaje desde el hambre

Cinco inmigrantes llegados a Huelva desde distintos puntos de España cuentan la experiencia de buscar trabajo sin papeles

Coincidieron más de 90 en una concentración de protesta en Palos de la Frontera (Huelva) y los desalojaron. Les llevaron hasta Algeciras (Cádiz) y, de allí, les devolvieron a Huelva. Su situación irregular les obliga a deambular por España en busca de un trabajo que nunca llega. Cinco de ellos cuentan su experiencia.

MOHAMMED TUMANY "Ahora dependo de mí"

Itinerario: Banjul (Gambia), Mauritania, Sáhara Occidental, Marruecos (patera), Fuerteventura (avión), Barcelona, Almería (Roquetas de Mar), Huelva (Palos de la Frontera y Moguer).

"Yo no voy a manifestarme, no voy a insultar a ningún policía. Me tuve que ir de mi país porque la corrupción del Gobierno nos obliga a vivir en la pobreza. Si tengo que quejarme ante autoridad alguna es en mi país, en Gambia". Su cuerpo es fuerte, pero no impresiona; la voz es grave, pero es la cadencia de su discurso lo que le otorga una fuerza ineludible a sus palabras. Se define como mandingo y ejerce de ello entre sus compañeros de chabola y desamparo absoluto en los campos de Moguer, que le aceptan como un príncipe. Ordena sin tener que dar órdenes y convence sin imponer. Tiene 25 años.

Tumany ingresó en el centro de inmigrantes de Fuerteventura el 19 de junio pasado. Para llegar hasta allí, salió junto a un amigo de la infancia de su Gambia natal (el país más pequeño del África continental, con 50 kilómetros en su zona más ancha) a pie y atravesó Senegal alternando caminatas y transporte público. La mayoría del dinero que había ahorrado gracias a su trabajo de albañil en Banjul lo gastó en cruzar Mauritania y el Sáhara Occidental. El resto se quedó en las manos del propietario de la patera en la que cruzó desde la costa de Marruecos a Fuerteventura. Durante la travesía, su amigo murió ahogado.

Tumany no sabe especificar en cuál de los centros de retención de inmigrantes de la isla estuvo, aunque sí puede concretar que la policía le sacó del mismo el día 28 de julio y le metió en un avión con destino a Madrid. Un día después acabó en la calle con la correspondiente orden de expulsión. "Tengo que agradecer que las autoridades españolas me dejaran libre en su territorio", asegura solemne. Cuando se le recuerda que esas mismas autoridades no le han dado ni cobijo ni alimento alguno desde entonces apela a su orgullo de individuo. "Ahora, al menos, algo depende de mí y de lo que yo haga, porque yo no soy inferior a nadie, sólo he crecido en un sitio sin oportunidad alguna". Dice que no se irá de las chabolas de los pinares de Moguer, a las que llegó tras pasar unos días en Almería, simplemente porque no tiene dinero para hacerlo. No ha trabajado ni un solo jornal desde que llegó a España. Espera increíblemente sereno su destino. No tiene absolutamente nada y vive como un animal, pero su dignidad está intacta. Un príncipe.

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TRAORE AMARI (Mali) El deseo de volver

Itinerario: Kayes (Mali), Argelia, Marruecos (patera), Fuerteventura (avión), Barcelona, Huelva (Moguer), Almería (Roquetas de Mar), Huelva (Moguer).

Una mañana del pasado verano, Traore Amari salió de su poblado cercano a la población de Kayes para intentar acercar la prosperidad a los suyos. Dejó atrás un trabajo malpagado en la recolección de algodón, una esposa y dos hijos de cinco y siete años. Su intención era huir de un país de pobreza y miseria y acumular dinero en España para su familia. Nunca pasó por su cabeza instalarse en España para después traer a su esposa y sus hijos. No. Amari adora su país y quiere volver cuanto antes. Pero antes tiene que ganar algo de dinero para los suyos, asegura sentado en una silla reducida a un armazón de hierro y una tabla mientras come pasta con las manos a menos de una decena de metros de las colosales y modernas explotaciones freseras.

Asegura que ahorró durante meses para pagar un viaje a España que se le ofreció. Todo incluido: en coche desde su ciudad a la costa de Marruecos tras atravesar parte del desierto argelino y patera hasta Fuerteventura. Todo salió como debía, aunque el viaje en patera, apelotonado junto a otras 28 personas, es una experiencia que, según asegura entre risas, no le importaría haberse perdido. Dice que fue internado en un centro de la isla el 28 de diciembre pasado y que a las tres semanas la policía le metió en un avión que aterrizó en Barcelona. Dos días después le dieron una orden de expulsión y una libertad que no le permite ni trabajar ni hacer prácticamente nada. Un desamparo, un abandono total.

Amari dice que sólo la solidaridad entre los numerosos malienses en la misma situación ha hecho que sobreviva. Su compromiso de regresar a casa con un mejor futuro bajo el brazo le agobia. Ni en francés, ni en inglés ni en su rudimentario español hay quien le haga entender que ahora es un hombre sin dinero, sin posibilidad de encontrar trabajo ni cobijo, sin medios de regresar a su casa si quisiera. Alguien que casi no existe.

Pero asegura que lo que realmente le ha llevado a sentirse una cosa ha sido el incompresible viaje de ida y vuelta desde Palos a Algeciras. Amari fue uno de los 17 inmigrantes heridos durante el desalojo del pasado día 1. De vuelta a su chabola y cojeando, sale cada mañana en busca de trabajo. Sabe que no lo va a encontrar, pero necesita hacerlo para seguir sintiéndose una persona.

BURAJIMA (Mali) Tierra de oportunidades

Itinerario: Kayes (Mali), Mauritania, Sáhara Occidental, Marruecos (patera), Fuerteventura (avión), Madrid, Almería, Huelva (Palos de la Frontera, Moguer).

La sequía y una familia demasiado numerosa empujaron a Burajima a buscarse la vida en Europa. Casado, con un hijo que no era más que un bebé y diez hermanos sin empleo, este hombre de 31 años venció su timidez y se echó al camino huyendo de la pobreza. Burajima es pobre y apocado. Lo primero le obligó a trabajar a medida que avanzaba en su camino y lo segundo le abocó a las labores que otros no querían. No sabe leer ni escribir ni tiene preparación alguna. En Moguer siempre se le encuentra a la espalda de sus compañeros y amigos y nunca se oye una palabra que haya salido de su boca.

Como peón en el campo y albañil en las poblaciones de mayor tamaño, Burajima fue ganando lo suficiente para poder llegar hasta la costa marroquí, en donde se lo entregó todo a quien le dejó en la costa de Fuerteventura. Apresado por la policía el pasado mes de enero, dice que estuvo internado en dos centros distintos de la comunidad canaria. Después voló junto a otros inmigrantes hasta Madrid, en donde pasó un día después de quedar en libertad. Asegura que en Madrid tuvo mucho miedo, que sólo y sin nada no se atrevía ni a cruzar la calle y que pasó muchas horas acurrucado en un portal.

Un compatriota le vio y le ayudó. Lo principal es que le pagó un billete de autobús hasta Almería. Allí pasó más de dos semanas sin encontrar empleo y consiguió sumarse a un grupo de compatriotas que estaban convencidos de conseguir trabajo en la zona fresera de Huelva. Pero no lo había. Burajima, siempre a remolque, participó en el plante frente al Ayuntamiento de Palos. Junto a otras 96 personas fue trasladado a Algeciras, para volver al día siguiente en autobús. Durante la detención recibió un golpe que le fracturó una muela, que resalta ahora con su agujero rodeada de una dentadura perfecta y blanca. Burajima no se queja. Dice que está a gusto, pues está con buenos amigos que le protegen. Probablemente es el que menos desamparado se siente de entre los cerca de 200 hombres que viven en chozas de plástico en los pinares de Moguer. Lo que sí tiene claro es que no quiere volver a Mali. Tras todo lo pasado aún ve a España como una tierra de oportunidades.

L. GOUDORI (Costa de Marfil) ¿Por qué no hay papeles?

Itinerario: Abidyán (Costa de Marfil), Mali, Argelia, Marruecos (patera), Algeciras, Almería (Roquetas de Mar), Lleida, Madrid, Almería, Huelva (Palos de la Frontera y Moguer).

Laurent Goudori tenía en Abidyán una de esas tiendas que venden casi de todo. Próspero en un país que también lo fue gracias a su producción de cacao y café, Goudori se casó y tuvo un hijo y dice que por su ciudad corretea otro pequeño fruto de su confesa "obsesión por las mujeres". Lo perdió todo por la guerra civil que explotó en Sierra Leona el pasado año. Dicharachero, parlanchín y seductor, Goudori admite que no es ni valiente ni comprometido, por lo que se agarró a la primera propuesta que le llegó para emigrar a Europa. Con un grupo organizado y un puñado respetable de dinero que consiguió salvar de su tienda, cruzó Mali y Argelia hasta llegar a la costa norte de Marruecos. Desde allí cruzó el Estrecho a bordo de una patera y logró burlar la vigilancia de la Guardia Civil.

Tras abandonar a toda prisa la costa de Algeciras se unió a un grupo de malienses que iban hacia Almería, a Roquetas de Mar y El Ejido. "Allí nos dijeron que había trabajo seguro, pero de eso nada. Cuando llegué ya no me quedaba dinero y los marroquíes nos hacían la vida imposible".

Huyendo de nuevo del conflicto, se fue a Lleida, donde gracias a un amigo consiguió algo de trabajo y dinero. "Pero yo quería ir a una ciudad, grande, con tiendas, coches y... mujeres". Asegura que allí pasó una temporada trabajando, aunque no quiere decir en qué. Desde allí volvió a Almería y consiguió que un amigo le diera dinero para ir hasta Huelva. Llegó a mediados de febrero, pero no encontró más que un escondrijo en un pinar. "Yo sólo quiero papeles para trabajar, sin dinero no se puede hacer nada, yo quiero ropa, una casa... ¿Por qué no nos dan papeles? Yo no quiero problemas, hombre". Goudori fue detenido por primera vez en casi un año el pasado día 1. "Ha sido todo muy raro, primero la policía y luego el autobús", dice riéndose junto a dos amigos, "pero lo único que quiero es trabajar, quiero quedarme en España, me gusta España y no puedo volver a mi país ¿Por qué no hay papeles, eh, por qué?".

MAE KULLI BALY (Mali) "Marruecos no nos quiere"

Itinerario: Bamako (Mali), Sierra Leona, Gabón, Libia, Argelia, Marruecos, Ceuta, Lleida, Cartagena, Soria, Huelva (Palos de la Frontera y Moguer).

Tiene papeles. Se los dieron en Ceuta, adonde llegó en 1999 tras pasar muchos días escondido en los bosques que Bel Younach y Punta Leona. En un pinar de Huelva, con mucho hambre y rodado de chabolas de plástico y una candela a medio apagar, Kully Baly recuerda el maltrato que recibió de los marroquíes antes de saltar a territorio español y, dice, acabar en Calamocarro. La verdad es que su situación no ha mejorado en nada. Tiene papeles, pero no tiene trabajo y sobrevive gracias a un hermano que sí que ha encontrado una manera legal de ganarse la vida en Málaga, y que llegó a España en 1997.

Estos dos hermanos salieron huyendo de la pobreza de su gran familia (11 hermanos) en uno de los países más misérrimos de toda África, donde menos de una cuarta parte de su territorio es cultivable. Cuando decidió venirse a España, no tenían un duro, por lo que su periplo comenzó con un viaje a Gabón, en donde consiguió acumular algo de dinero. Allí le contrataron para recolectar limón en Libia. Ente ambos viajes juntó lo suficiente como para pagarse un viaje a través de Argelia y llegar a Marruecos, a las afueras de Ceuta. "Los marroquíes no quieren a los negros", resume las penurias que sufrió a su paso por los bosques de Bel Younech.

Tras pasar a Ceuta estuvieron internados en un centro para inmigrantes y tuvieron la suerte de conseguir documentos. Poco más. Kulli Baly se dirigió a Lleida, donde la mujer que le ofreció el contrato que le abrió las puertas de España y le sacó de Calamocarro le dio trabajo durante un mes. No era lo esperado, pero con su carné en el bolsillo todo pintaba fenomenalmente. Sin embargo, no fue así. Se trasladó a Cartagena en donde pasó seis meses sin conseguir un solo contrato. Después en Soria consiguió unos pocos jornales. Posteriormente llegó a Andalucía en donde no ha conseguido ganar un solo euro -"mucha gente y poco trabajo"-. Sobrevive en el bosque, con los demás, sin comida, sin perspectivas, sin atención alguna, pero su diminuto carné azul le convierte en un privilegiado. Vive como un animal, pero es un privilegiado. Y sonríe por ello.

Traore Amari (izquierda) y Burajima, ambos de Mali, en los campos de fresas de Huelva.
Traore Amari (izquierda) y Burajima, ambos de Mali, en los campos de fresas de Huelva.GARCÍA CORDERO

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