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Reportaje:TENDENCIAS

La guerra de Irak: la película

Cómo no pensar que si Bush hubiera recibido, como pidió a sus subordinados, la cabeza de Bin Laden, nos habríamos ahorrado encontrarnos al borde de la guerra? La torpeza de sus servicios de inteligencia, que llegaron a diseñar, se dice, un envase para mantener fresco el miembro de la decapitación, nos han abocado a este punto crucial de la película.

Ciertamente, Estados Unidos, gigante de nuestra civilización, encarnación del bien supremo, tierra bendecida por Dios, no podía dejar sin castigo suficiente la monstruosa profanación del 11-S. Esa acción abrió una fosa en el corazón de la historia norteamericana y requería la aniquilación del demonio que la había concebido. ¿También de todos los terroristas de su estirpe? De todo Al Qaeda también, pero, en un filme, lucen mal los sujetos colectivos y el héroe o el antihéroe se define con eficacia cuando se trata de personajes con rostro.

Democratizar el mundo musulmán es algo más que echarle agua bautismal al desgaire. Es convertirlo formalmente al sistema del capital internacional
Afganistán quedó atrás, concluido el combate, con un saldo de 40.000 millones de dólares despilfarrados más una inestabilidad política en la que se asesina
La acción del 11 de septiembre abrió una fosa en el corazón de la historia norteamericana y requería la aniquilación del demonio que la había concebido

Bin Laden, no hace falta decirlo, presentaba una inmejorable apariencia para asociarlo con la fuerza negativa, y, de hecho, gracias a su condición satánica y espectral logró desintegrarse entre el dédalo polvoriento de Tora Bora. Hasta ahí se cierra un capítulo en que la sed de venganza queda por saciar y la redención pendiente de su cumplimiento. Más aún: Afganistán quedó atrás, concluido el combate, con un saldo de 40.000 millones de dólares despilfarrados más una inestabilidad en cuyo tremedal político se asesinan todavía los grupúsculos, las etnias, los bandidos. Continuar en ese espacio pestilente habría adensado aún más los rastros del fracaso norteamericano.

Otra escena a inaugurar, otro plató donde continuar la cruzada se perfiló pronto entre los límites de Irak. Sadam Husein reunía los caracteres de un siniestro tirano y no le faltaba nada en su facha para reproducir una nueva figuración canalla. Había fumigado a los iraníes en 1980, había practicado el genocidio químico con los kurdos de Halabja en 1988, asesinó a familias enteras de sus enemigos, pero intentó, además, en 1993 matar al pobre padre de Bush. ¿Las Torres Gemelas? Incluso Sadam Husein había tenido algo que ver con ese edificio cuando, como se sabe, dio cobijo a uno de los participantes, Abdul Rahman Yasin, en el atentado con bomba de 1993. ¿Amigo, pues, de Al Qaeda? ¿Compinche de Bin Laden? No ha podido demostrarse, pero ¿quién pone en duda que son de la misma calaña?

Un buen antagonista

Sadam Husein, desobediente ante el mandato de la ONU, ególatra, mafioso, sátrapa, adúltero, hereje, propiciaba su fácil vinculación con las fuerzas del Mal. ¿Armas de destrucción masiva? ¿Ántrax? ¿Gas VX? ¿Municiones químicas? Cualquiera de esos elementos más otros innominados podrían hallarse en su poder. Efectivamente, también se encuentran probablemente en poder de Corea, de Libia o de Pakistán, pero elegido un buen antagonista, ¿para qué introducir más personajes que emborronan el guión?

Los medios de comunicación de masas fueron pronto cautivados por la nitidez del planteamiento, y desde el primer momento, tanto los políticos como la industria general del entretenimiento contribuyeron a excavar los perfiles de Husein hasta delimitar sus rasgos más inicuos.

Ahora se trataba de concentrar la venganza sobre ese ser maligno a todas luces. Malvado ante la justiciera espada de la Luz. ¿Cortándole la cabeza como a Bin Laden? Lo importante era hacerlo desaparecer, extinguirlo para siempre; conjurar su existencia como se hace con lo más venenoso. La ventaja, actuando de ese modo, era que así, mediante su desaparición, quedaba el espacio apto para obtener petróleo a gogó; despejado para dirigir la zona, para conseguir contratas de obras públicas y para todo lo que hubiera menester. Más aún: llevadas las cosas a ese punto de disponibilidad lo aconsejado era instalar en ese descampado, cuanto antes, una democracia más o menos barata.

A diferencia de lo que suele decirse, la máxima ambición de Bush no consiste en atiborrarse de gasóleo. Cambiar sangre por petróleo sólo se le ocurre a las fuerzas del mal, pero el Bien, EE UU, aspira a instaurar un régimen democrático, marca de la casa, para favorecer el comercio, la circulación de capitales y la articulación política a granel. EE UU nunca se creyó ni se quiso un imperio; tampoco una fuerza de colonización a la británica. Su ideal es triunfar como empresa, con suministros fáciles y anchos mercados. Para ello le es indispensable un poder judicial más o menos independiente que dirima los pleitos mercantiles y un marco jurídico donde se escriban las reglas del juego que conoce mejor.

Ni Sadam ni el mundo musulmán entienden y desean todavía la democracia y sus asociaciones capitalistas. El proceso de globalización planetario registra actualmente una carencia continental en África, pero África, por el momento, hace su papel como vertedero y bidet de Occidente. Allí se acumula la basura humana, excluida del proceso globalizador, y allí proliferan las desgracias masivas, gracias a las cuales se celebran maratones, conciertos y divertidas recaudaciones para mitigar el sentimiento de culpa del Primer Mundo. Mientras África cumpla esta función de lavado ético no será urgente su transformación material. Rinde más para el capital moral del mundo cuanto más calamidades contenga.

Pero Asia es distinto. En Asia se encuentra Rusia, la India y China. Los norteamericanos, en cuanto líderes de la globalización, padecen como un obstáculo empresarial las diferencias culturales y, notablemente, las duras dificultades que opone el mundo musulmán. Democratizarlos es algo más que echarles agua bautismal al desgaire. Es convertirlos formalmente -las formas es lo que importa- al sistema general del capital internacional.

Si las fuerzas del mal se manifiestan a través del antiamericanismo planetario, ¿cómo no tener por terrorismo la resistencia a la globalización? El terrorismo brota del injusto sistema de globalización, pero, en otro sentido, su persistencia hace creer en la necesidad de capitalizar a la fuerza, de forzar la democratización formal porque, mientras queden zonas por globalizar, zonas sin homologación, continuará el terror.

¿Qué hacer, por tanto? ¿Transformar el sistema para darles cabida?¿Desmontar el sistema? ¿Hacer la Revolución? Antes será preferible hacer la guerra. La guerra forma parte del estilo de la época: se aviene con los deportes más extremos, las snuff movies, el arte poshumano, la biotecnología teratológica, las clonaciones, los reality show. El mundo se empeña en que no haya guerra, pero la cabeza de Bush se encuentra acaso un paso más allá de la mundanidad. Si el objetivo de esta guerra fuera el petróleo nos encontraríamos todavía en el siglo XIX, donde lo importante fue el subsuelo. Si el fin superior de esta guerra fuera la situación geopolítica nos hallaríamos a mitad del siglo XX, cuando lo decisivo era aún la ubicación espacial. Lo importante de verdad ahora no es nada de todo eso, sino la conquista inmaterial y ficcional. El éxito dentro del relato simbólico, la máxima victoria en la película, la manifestación planetaria de quién manda aquí.

Demasiado poder

Nunca en la historia de la Humanidad una potencia alcanzó el poder tecnológico, científico, militar, económico, simbólico o cultural de EE UU. ¿Alemania? ¿Francia? ¿Rusia? Viejas potencias en relación a la norteamericana que mide sus triunfos no en el rancio territorio de la realidad, si no en ámbitos de significación fantástica. Esta película, en consecuencia, no la podían dejar estar. Ellos fueron retados a participar en cuanto agredidos espectaculares del 11-S, pero ahora, como viene sucediendo en las OPA, se han erigido en productores. O siempre fueron sus productores: coproductores de un mundo desigual y productores después de esta época que inventa una gran guerra falsa, inverosímil, ficticia. Una guerra que no es acción militar, sino simples maniobras.

"América triunfará ante la adversidad porque es la voluntad de Dios", dijo Bush la primera semana de febrero con motivo de la tradicional Plegaria Nacional. Pero "¿qué ocurriría -le preguntó la revista The Nation- si Estados Unidos acaba por apartarse de todo el mundo en este proceso?". A lo que Bush contestó: "Es posible que en algún momento nos quedemos solos, pero no importa: somos América". ¿Está chiflado este hombre? Eso creemos muchos europeos y numerosos norteamericanos, pero ¿y si resulta que todavía no hemos intuido el enrevesado fin de este filme por estrenar?

Dos <b><i>muyahidin</b></i> charlan mientras observan el humo de las bombas lanzadas contra Tora Bora, en la pasada guerra afgana.
Dos muyahidin charlan mientras observan el humo de las bombas lanzadas contra Tora Bora, en la pasada guerra afgana.AFP

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