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Columna
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M-30 de Gallardón

Tengo un amigo para el que su vida no tendría sentido sin la M-30. Tal vez suene un poco exagerado, pero es cierto que son muchos los madrileños que confían totalmente su movilidad a este cinturón de circunvalación. Ellos sostienen que la utilización del anillo siempre es mejor que cualquier ruta alternativa por el interior de la ciudad. La clave está en los cruces: salvo el cierre norte, la M-30 carece de semáforos, lo que le permite absorber más de 300.000 vehículos al día con relativa fluidez. No obstante, hay momentos de la jornada y situaciones puntuales en que está absolutamente intratable, como pasa con otras vías estratégicas de la capital.

La M-30 sigue todavía en manos del Ministerio de Fomento, que tiene unas ganas locas de soltársela al Ayuntamiento de Madrid por entender que desde que abrieron la M-40 ha perdido su función de conexión entre carreteras radiales convirtiéndose en una vía urbana más. Esto no es del todo cierto, todavía hay bastantes conductores de paso que, a ciertas horas, prefieren conectar a través de la M-30 porque dan menos vuelta o se manejan mejor. En cualquier caso, la resistencia municipal a asumir la titularidad de la vía no es una cuestión de consideraciones, sino de dinero. Hay 32 millones de euros de diferencia entre lo que Fomento quería gastarse y lo que el gobierno municipal exige que invierta antes de hacerse cargo del muerto.

Porque la M-30, tal y como está, es un muertazo con un montón de arreglos pendientes. Los sistemas de drenaje y alcantarillado son un desastre en varios puntos y, cuando llueve más de lo normal, se forman bolsas de agua que hay que vadear en barca. Los accesos y enlaces con otras vías dejan mucho que desear; las pasarelas peatonales están hechas un asco, y las zonas ajardinadas y el arbolado no atraviesan su mejor momento. Es decir, que hay que gastarse una pasta que Fomento ha cifrado en 52 millones de euros y el Ayuntamiento en 84. Ese desfase presupuestario se debe fundamentalmente a una obra pendiente que la Casa de la Villa venía reclamando desde hace años al ministerio: la supresión de los semáforos de la avenida de la Ilustración. Un proyecto que contemplaba en principio la construcción de un doble túnel bajo los actuales paseos arbolados para eliminar los cruces a nivel. Ese plan manoseado durante años nunca será ejecutado.

El pasado martes, el aspirante del PP a la alcaldía de Madrid presentaba un proyecto para la M-30 que propone la construcción de un gigantesco by-pass que enterraría el tráfico en todo ese tramo. Una obra ciclópea sólo comparable con la que pretende crear una alfombra que conecte la plaza de España con la Casa de Campo, o la que tratará de soterrar el arco sur del cinturón entre el antiguo matadero de la Arganzuela y el puente de Toledo.

En realidad, no hay prácticamente un solo nudo del anillo para el que el proyecto integral presentado por Ruiz-Gallardón no prevea una operación de envergadura sin escatimar en desdoblamientos, túneles o pasarelas. El conjunto, en definitiva, es de tal magnitud que sólo quien prometió en su día treinta kilómetros de metro y realizó más de un centenar tiene la autoridad necesaria para resultar creíble.

Aunque puede que la euforia haya elevado su ambición hasta niveles quiméricos, no tengo la menor duda de que todo lo expuesto por Alberto Ruiz-Gallardón es perfectamente realizable. Los avances técnicos en la ingeniería civil son capaces de abordar cualquier obra por descomunal y compleja que pueda parecer. Es en los plazos y en los presupuestos donde me asaltan las dudas. Ese proyecto no parece fácil de realizar, como ha asegurado el candidato popular, en cuatro o cinco años y, desde luego, nunca con un presupuesto que, según dice, apenas superará en un 25% lo invertido en obras por el Ayuntamiento de Madrid. Aún me resulta más cuestionable que una movida de esas características pueda realizarse sin nuevos sufrimientos en el tráfico ni aumentar el justificado hartazgo de la ciudadanía por las agobiantes molestias que causan las obras. No hay duda de que Ruiz-Gallardón tiene un buen plan para conjurar el efecto zanja que la M-30 causa en torno a la almendra central de Madrid, pero su ejecución requiere mucho dinero y renovadas dosis de paciencia. Los ciudadanos dirán en las urnas si merece la pena.

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