La valentía salva al Mallorca

Un paso al frente cuando se veía hundido y muy lejos del sueño permitió al Mallorca apuntarse a su tercera final de Copa, todo un galardón para un equipo que la pasada temporada estuvo una hora en Segunda, en la última jornada de Liga. Toda una gesta frente a un conjunto, el Deportivo, que hoy justamente hace un año daba el centenarizazo más sonado que se recuerda por Madrid. Atormentados por sus últimos resultados y, en cierta medida deslumbrados por el tamaño del rival, los mallorquinistas pasaron un trago horrible durante 45 minutos, hasta que Manzano sentó a sus chicos en el diván del vestuario y éstos reaccionaron con mayor empeño tras el descanso. Lejos de acogotarse aún más, se echaron al monte y apagaron las luces al campeón vigente.

El tembleque inicial del Mallorca no resultó extraño. Pese a la ventaja lograda en Riazor, el equipo padece una cierta anemia futbolística, como a principios de curso. Las lesiones le han hecho trizas la defensa y todo el mecano se le ha venido abajo. El equipo no se siente seguro. Ausentes Nadal y Niño, y con Vicente recuperándose tras 15 meses en la enfermería, Manzano resuelve cada día el jeroglífico de los centrales como puede. Ayer, como ya había hecho otras veces, enquistó a Poli, un lateral, en el eje defensivo junto a Lussenhoff. Con esta defensa tan ortopédica, el Mallorca pasó un calvario durante el primer periodo. El Depor, al toque de corneta de Manuel Pablo y Scaloni, se cebó con saña por el costado de Soler, mientras Luque o Tristán arrastraban a Poli a la misma orilla. Con esta simpleza, el equipo gallego creó un desbarajuste tras otro en la zaga de los isleños.

Ya en los diez minutos iniciales, Luque, primero con el pie y luego con la cabeza, estuvo a punto de castigar a Leo Franco, tras rematar dos centros desde la derecha. A la tercera ocasión, esta vez Luque decidió poner a prueba a Poli fuera de su zona, le anudó las piernas con un regate y su centro lo embocó Fran. El Mallorca sintió el rejón de tal forma que lejos de exprimir su línea más cualificada -la conexión ofensiva entre Ibagaza y Eto'o-, reculó aún más, angustiado por su ataque de pánico. Como si ningún jugador local diera un doblón por hacerse un hueco en la final. Complacido por la actitud del rival, el Deportivo se encontró con el escenario ideal, dándose un empacho de pelota en campo mallorquinista.

Irureta aún no las tiene todas consigo respecto a Valerón y sin el canario el equipo se le queda tuerto. Entre las virtudes de Scaloni, Sergio y Mauro no figura el pase imaginativo. Les cuesta coser el juego y, por ello, sus delanteros pierden el hilo. De ahí que cuando el choque le exigía mayor pulso para culminar la remontada el equipo se volvió cándido.

Lo debió observar el propio técnico vasco, que tras el descanso dio vuelo a Makaay; eso sí, a costa de Tristán, otro de sus puñales. El trueque empeoró al Depor, que se quedó nublado ante Leo Franco. De nuevo Irureta tuvo que mover ficha. Por fin dio brida a su instinto ofensivo y puso en combate a Valerón, al que esposó Harold Lozano apenas se quitó el chándal. El Mallorca, muy mejorado anímicamente a la vista del bajón de su contrario, aguantó mucho mejor la marea. Hasta el punto de que con casi todo el arsenal en el campo, el Depor apenas fue capaz de llegar al balcón del área mallorquinista en todo el segundo periodo. Un acto de valentía le sirvió de flotador para sacar adelante una semifinal que se le puso muy cuesta arriba. Una gallardía que, tras el gol de Ibagaza, le permitió matrimoniarse con su afición durante los últimos minutos, cerrada como estaba ya la eliminatoria. Un acto de fe que quizá le permita reanimarse de nuevo. Una final de Copa es premio más que suficiente para ello.